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Contenido creado por Manuel Serra
Música
Argentinifornication

Red Hot Chili Peppers volvió a Argentina con Frusciante y dejó ardiendo el Monumental

La banda se presentó el 24 de noviembre para su primera fecha y, con un éxodo de uruguayos que los fue a ver, tocó por casi dos horas.

27.11.2023 13:31

Lectura: 8'

2023-11-27T13:31:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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“Hay idiomas que tenés con alguien y que no podés crear con otros", dijo Flea tras el anuncio del regreso de John Frusciante, y bastaron unos minutos de recital para que sus palabras cobraran vida. La imagen del bajista tocando en el piso con él arrodillado a su lado es un claro ejemplo. Pero la intensidad que emanaba de cada instrumento tomaba otro valor al conjugarse.

La sintonía entre los golpes de Chad Smith, los slaps en el bajo de Flea y la guitarra de Frusciante fue una exhibición de lo extraordinario. Todo aquel que no estuviera en ese escenario por momentos se convertía en un intruso. Raro sería no sentirse así frente a una banda con cuarenta años de trayectoria.

Después de cinco años, los Red Hot Chili Peppers volvieron a Argentina, pero esta vez fue diferente. John Frusciante, el genio incomprendido y responsable de los riffs virtuosos de Blood Sugar Sex Magik, está de vuelta para demostrar por qué siempre va a ser titular en la guitarra –no importa cuántas veces se vaya–. Su presencia no pasa desapercibida, y los últimos dos discos de estudio de la banda, Unlimited Love y Return of the Dream Canteen,  despejan cualquier tipo de duda al respecto.

Frusciante abandonó por primera vez la banda en 1992, alegando que se sentía “alienado” por el éxito rotundo de la banda y en 2009 para concentrarse en su carrera solista. Tuvieron que pasar diez años para que se dé el reencuentro que los fanáticos tanto anhelaban, y una pandemia que atrasó la gira para que pudieran atestiguarlo. En la pata sudamericana del Global Stadium Tour, Argentina no podía faltar y con el anuncio de dos fechas –24 y 26 de noviembre– dijo presente.

A las siete de la tarde, el Estadio Monumental ya había sido invadido por una marea de remeras con asterisco. Muchos de ellos, uruguayos que habían cruzado el río para ver a la banda de sus amores. En el escenario estaba Outernational, la primera banda telonera, pero el clima todavía era un poco disperso.

En el campo delantero algunos esperaban sentados, otros se mantenían de pie, estoicos, y en el medio alguien agitaba una muleta en el aire. Si había algo claro era que nada podía atentar contra la cita que habían agendado meses atrás, cuando las entradas se agotaron en el correr de una hora.

El sonido californiano de Irontom se ganó la atención y el respeto de la gente. La energía y presencia del vocalista animaron al público, que obedeció a sus pedidos de levantar las manos y cantar con él. Pero todavía faltaba un poco más para el plato fuerte de la noche, y las cuatro columnas de audio en el fondo del campo lo auguraban.

Pasadas las 21.00 horas, las luces azules y una breve cortina musical anunciaron lo inexorable: la espera había terminado. Con Smith dando el golpe inicial en la batería, comenzó una improvisación de cinco minutos que marcó la pauta por el resto del show. No tenían pensado regalarle ni un solo segundo al silencio. En las casi dos horas de espectáculo iban a seguir tocando entre canciones, no importaba qué, lo     que sea con tal de que suene música.

Con la entrada de Anthony Kiedis empezó a sonar “Can't Stop”, uno de los sencillos de By The Way (2002) y una patada de corriente eléctrica dirigida hacía el público, que cantaba los coros más que la letra. Le siguió “The Zephyr Song”, otro sencillo del mismo álbum y “Dani California. Las primeras tres cartas que jugaron fueron seguras –y efectivas–, y estuvieron reforzadas por una jam y un solo insaciable de Chad Smith.

Flea dijo las primeras palabras del show. Saludó a la luna y afirmó que ella es su madre. Antes de que comience “Aquatic Mouth Dance” tuvo una pequeña conversación –carente de aparente sentido– con Anthony. "Apoya a tu freak local”, se lee en el sticker pegado en el bajo del tipo que salió al escenario haciendo paro de manos y que cuenta con la impunidad de ser un maestro en su arte.

No solo tienen la virtud de hacer parecer fácil lo difícil, sino que también se divierten. Las imágenes en la pantalla con tintes psicodélicos, tirar los palillos para tocar la batería con las manos, o correr alrededor del escenario no forman parte de una performance. Son la viva prueba de que no piensan dejar de ser esos pibes en California que, además de saber lo que quieren, también tienen el talento para llevarlo a cabo.

Después de la picardía en “Throw Away Your Television”, llegó el primer momento con tintes melancólicos de la noche. Las elegidas fueron “Eddie”, del último disco y “Soul to Squeeze”, un single de 1993: una antología del camino recorrido y la demostración de que la esencia está intacta. Fue coronado por un volantazo de la mano de “Parallel Universe”, despertando al campo que ahora coreaba “I´m a California king” y le seguía el ritmo a Kiedis.

La necesidad de agradecerle a John Frusciante por haber vuelto era imperiosa. Un rato antes, cuando Flea pidió que ovacionaran a Chad Smith, el público lo aplaudió, pero instantáneamente empezó a corear el nombre del guitarrista. Y el momento oportuno llegó.

Con tan solo un foco de luz iluminándolo y acompañado de su guitarra, se le ocurrió cantar un cover de “Terrapin”, del mítico Syd Barret. No había otra alternativa que caer rendidos hacía el. El estadio entero estaba hipnotizado por la magia que solo John Frusciante puede hacer con una Stratocaster. El arrastre cansino de la púa contra las cuerdas y su voz áspera fueron lo único que se escuchó durante esos minutos.

Kiedis sobresalió en “Strip My Mind” y generó la entrada a un trance al que nadie estaba dispuesto a salir por voluntad propia. Solo la intro de “London Callin’” seguida  de “Right on Time” fueron capaces de emprender esa tarea. Ahora era momento de adentrarse en el sonido más oscuro de los Red Hot Chili Peppers.

“The Heavy Wing”, “Suck My Kiss” y una versión matizada de “Californication”, que empezó con una improvisación de casi cinco minutos y culminó de manera repentina con “What Is Soul” sacaron a relucir lo más insolente de las cuerdas del bajo y la guitarra, la versatilidad de la batería y el rango de la voz de Anthony Kiedis. Las miradas de complicidad entre ellos y los breves pedidos de agite del vocalista –cuyas intervenciones a lo largo de la noche podían contarse con los dedos de una mano– parecían señales de que se había alcanzado el clímax. No se podía estar más equivocado.

Después de “Black Summer", Flea tocó unas líneas de bajo con una tranquilidad que parecía querer despistar sobre lo que se venía. Los primeros acordes de “By The Way” generaron el alboroto que se merece, y ascendió a tal punto que durante el estribillo el campo completo estaba saltando. Pero una vez que el tema se terminó, dieron las gracias y se retiraron del escenario. No podía terminarse acá, y los “olé, olé, olé, Red Hot” lo hacían más evidente. En la pantalla se enfocaban banderas, carteles y personas que pedían un poco más de lo que venían viviendo. Hasta que volvieron.

Horas más tarde subirían la lista de temas al Instagram de la banda con un detalle que tendrían que corregir en el pie de la publicación. La canción que seguía era “Under The Bridge”, pero en una vuelta de tuerca, como si fuera un regalo de último momento, la cambiaron por “I Could Have Lied”, un oasis de calma. La batería era una patada al pecho que solo la melodía de la guitarra podía aliviar. “Me gusta tocar este tema con ustedes, realmente”, le dijo Anthony Kiedis a sus compañeros de banda, tomándose el tiempo de mirar a cada uno de ellos.

El broche de oro vino de la mano de “Give It Away”, un clásico y una bomba de energía galvánica. A esta altura, era una posibilidad que arrancara a salir humo de cualquiera de los instrumentos. Si hubo una constante durante todo el show, fue la intensidad. Y ahora sí, después de agradecer y bajo la promesa del reencuentro, había terminado.

Algunos tenían la esperanza de que volvieran para seguir y otros directamente lo pedían con el clásico “una más y no jodemos más". Era imposible no quedarse con ganas de más. Estaban los que volvieron el domingo para el segundo recital, y después los que  tuvieron que “conformarse” con lo que habían visto, que no era poco. Todo aquel que pisó el Monumental ese día puede considerarse una persona con suerte, por si no quedó claro.

Por Sofía Durand Fernández
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