Obdulio Barreras, ex- patrullero y agente de Investigaciones, recuerda con nostalgia los vestigios de su pasado. Con felicidad frente a sus recuerdos positivos, pero sin dudas con vértigo frente a la vejez que se asoma. Papeles viejos trata el tema de la añoranza y el viaje entre los viejos recuerdos que se guardan en el corazón.
Renzo Rossello es escritor y periodista. Trabajó para los diarios La Mañana, El Diario, La República, El Observador, la revista Posdata y El País. Su primera novela, Valores y dublés (Yoea, 1991), obtuvo el premio "Biblioteca de Marcha" en 1989,
"Papeles viejos es como la despedida de Barreras, siento que le hará bien un descanso al personaje", explica Renzo Rossello sobre el porqué de su obra. "Papeles viejos, esos recortes de diarios, fotos viejas que guardamos en algún lugar, son los recuerdos que van sedimentando. Y un poco de eso es este libro".
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Cada vez que pienso en el futuro —en el futuro en un sentido colectivo, humano, no personal —me inunda el pesimismo. Tal vez sea la vejez insoslayable que avanza sobre uno, pero el futuro no es un lugar al que quiera viajar. O sí lo haría, como cronista del desastre, que ha sido básicamente mi profesión durante años. Pero si de preferencias se trata, me gustaría viajar por unos días a la antigua Atenas, vestir una túnica y sentarme en silencio y lo más inadvertido posible entre los discípulos de Sócrates, y escucharlo preguntar y preguntar. No más de una semana, claro, porque sospecho que el Wi-Fi no debe ser muy bueno.
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
Creo que la adolescencia y la primera juventud, en general, deben ser los mejores momentos de lectura, en el sentido de que cada libro que uno descubre es una nueva experiencia de vida. Los años matan lentamente al lector inocente. Me encantaría poder leer como la primera vez Los Tigres de Mompracem (1883), de Salgari, y no notar las inconsistencias narrativas o defectos que ahora me parecen intolerables. El Lobo Estepario (1927), de Hermann Hesse, y Crimen y castigo (1866), de Dostoievski, fueron absolutamente impactantes en mi juventud. Poco después, pero muy poco, El extranjero (1942) de Camus, un libro al que he vuelto al menos tres veces más y nunca me ha decepcionado, a diferencia de Hesse, por el que ya no puedo sentir el mismo fervor adolescente. De todas formas, cuando pienso en cómo me gustaría que llegara al lector un texto escrito por mí, pienso en esos momentos inolvidables de lectura. Y creo que, de algún modo, es lo que te hace seguir escribiendo, intentándolo una y otra vez hasta que lo consigas por fin.
Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste.
Es difícil elegir sólo tres libros, o tan siquiera cinco, o diez o quince. Un enfermo crónico de lectura quisiera contagiar la totalidad de su goce lector a todo el mundo. Pero si son tres, en este momento podría decir: El extranjero, de Albert Camus; Los adioses (1954), de Onetti; El largo adiós (1953), de Raymond Chandler. En otro momento diría otros tres con la misma insistencia y entusiasmo, y así sucesivamente.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
Imagino la cápsula del tiempo como un cajón del escritorio o la cómoda donde quedan las lapiceras, dos o tres pilas usadas, un pedazo de cordón, papelitos con anotaciones, boletos, una caja de fósforos con tuercas y arandelas, banditas elásticas, clips, documentos viejos, boquillas que usabas cuando el porro era clandestino, pins, lista de los mandados. Y después cuando algún futuro curioso abra ese cajón/cápsula con genuino interés antropológico se llene de perplejidades.
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
Me encantaría poder coescribir con cualquier autor, nunca lo hice y creo que no podría. Siempre me parece que hacer coexistir bajo un mismo techo dos procesos creativos de escritura es una pretensión condenada al fracaso. Me encantaría poder hacerlo con Stephen King, por ejemplo, pero a los dos minutos de intentar seguirle el ritmo me sentaría fascinado a su lado para ir leyendo cada nueva palabra que sale de esas manos geniales. Y yo no escribiría ni una, por supuesto.
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo sepa, ¿cuál sería?
Nunca le haría algo así a un amigo como Valentín Trujillo. ¿Con qué cara iría a saludarlo después? Desde que empecé a ganarme la vida por mi cuenta —desde los 18 en adelante— mi mayor orgullo ha sido comprar mis libros. Tuve una lejana época de robo experimental de libros, pero nunca resultó satisfactorio. De manera que aunque me tentara mucho ir a la Biblioteca y encontrarme, por ejemplo, con los originales de El pozo (1939) —no recuerdo si lo atesoran allí—no sería capaz de tocarlo con un dedo. Es algo demasiado sagrado.
Tu autobiografía en una frase.
Lo intentó por todos los medios y al final estaba muy cerca de conseguirlo.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Recién terminé con el último libro de Mariana Enríquez, Un lugar soleado para gente sombría (2024), y me pareció maravilloso. La literatura argentina sigue enamorándome, y Enríquez es en este momento lo más grande que nos ha pasado a los lectores de ficción. Las historias de Un lugar… son excepcionales, el conjunto me ha parecido aún más compacto que, por ejemplo, Las cosas que perdimos en el fuego (2016), que ya era muy bueno. Y su novela es una obra mayor de la literatura, me refiero a Nuestra parte de noche (2019). Y estoy leyendo también a Hannah Arendt, La condición humana (1958), era un pendiente de la que a mi juicio fue una de las mentes más brillantes del siglo XX. Hay pocos pensadores que han sabido combinar la claridad expositiva con profundidad de pensamiento, Arendt es una de ellas.
Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más pudieras leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?
Prefiero perderme la hora de conversación, y si me gusta lo que escribe seguir leyéndolo cuantas veces me plazca. Además y aunque vaya contra mis propios intereses decirlo, creo que los escritores suelen ser decepcionantes en encuentros personales.
El primer verso que te viene a la mente.
“Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París –y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”. César Vallejo, "Piedra negra sobre una piedra blanca".
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
Presté y no han vuelto muchos libros, ya perdí la cuenta. He tratado de devolver todos los que me han prestado, realmente no recuerdo tener ningún libro ajeno en mis bibliotecas.
Como lector/a, ¿qué te gusta encontrar en un cuento?
Un trozo húmedo y latente de vida. El jirón de una emoción fuerte, la historia completa de una vida en un golpe fugaz. Esas son las cosas que más aprecio de un cuento, el verdadero género mayor de la literatura, junto a la poesía.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.
La felicidad es un momento sigiloso que pasa sin que nos demos cuenta hasta que pasó. La miseria, en cambio, pesa toneladas y se acumula en los rincones, come almas y herrumbra sueños.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
El viejo y el mar (1952), el mejor Hemingway. Cada vez que lo leo resulta mejor.
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
Dejaría la preparación de la cena a cargo de Pepe Carvalho, estoy seguro de que Mina Harker podría recordar algunos detalles interesantes de su historia con el conde, y mantendría la copa llena al príncipe Mishkin mientras esperamos el plato principal.
¿Por qué Papeles viejos?
Papeles viejos, esos recortes de diarios, fotos viejas que guardamos en algún lugar, son los recuerdos que van sedimentando. Y un poco de eso es este libro que reúne algunos relatos que lo tienen a Obdulio Barreras como personaje principal. Son relatos escritos en distintas épocas y que de algún modo rellenan los huecos en la biografía del personaje. El primer cuento “Ronda nocturna”, que sí toma el nombre del cuadro de Rembrandt, lleva en el epígrafe un recuerdo para el querido César Casavieja, con quien trabajé como cronista policial durante un tiempo y que fuera asesinado mientras trabajaba como guardia de seguridad.
César, antes de trabajar como reportero, fue policía y trabajó como patrullero, luego como agente de Investigaciones, al igual que el personaje Barreras, y por ello lo homenajeo en este relato. Hay algunas historias de su pasado como policía y también como presidiario, pero también quise rescatar el primer relato de Barreras que publiqué hace un montón de años ya, Blues del raje, novelita corta por la que guardo mucho cariño. De algún modo, entonces, Papeles viejos es como la despedida de Barreras, siento que le hará bien un descanso al personaje, lo cual no quiere decir que no regrese en algún momento. Pero ahora que ya llevo al menos tres libros y medio de distancia desde la última historia que escribí con él como personaje central, siento que es bueno dejarlo descansar. Se lo merece después de todo.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Ninguna de las historias de Barreras me llevó mucho tiempo de escritura, quiero decir, no mucho más de siete u ocho meses de trabajo cada una. Todas ellas las escribí mientras trabajaba como periodista de diario en jornadas bastante largas y extenuantes, pero volver a encontrarme con Barreras era como un descanso. Papeles viejos fue escribiéndose en distintos momentos. Cuando terminé la última novela del ciclo, Todo por nada, sentí que debía cerrarlo con una compilación de las historias que habían quedado sueltas. No lo recuerdo con exactitud, pero desde que lo concebí como libro, y revisé y reordené los relatos con ese propósito fue poco tiempo, tal vez no más de dos o tres meses. Suelo escribir con rapidez, debo decirlo, algo que le debo al periodismo que es el tirano más implacable que conozco y el mejor maestro.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Esto es ficción, y es sabido que la ficción es un espejo roto que vagabundea al costado del camino.
¿Cuál es la reacción más inesperada que recibiste con este libro?
La salida del libro es muy reciente, algunos lectores me han hecho saber de su expectativa, algunos con cierta decepción al saber que sería la última aparición de Obdulio Barreras. En fin, el tiempo dirá.
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
No me gusta dar consejos, no me siento en ningún lugar especial como para darlos. Pero sé, porque fui joven y pasé por ello, que muchos de quienes comienzan en este incierto camino de la escritura buscan a tientas. Lo único que hay es leer mucho, leer mucho e intentarlo una y otra vez.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Ruso, me gustaría viajar a San Petersburgo y Moscú para conocer el alma del lugar donde nacieron las historias de Tolstói, Dostoyevsky y Chejov, la poesía de la Ajmátova, de Brodsky. Me gustaría poder hablar y entender toda esa fuerza que transmite la lengua rusa que usaron los maestros de una de las literaturas que más amo. Y también hablar con soltura el dialecto siciliano que hablaban mis abuelos y que mi padre siempre se negó a enseñarme por su relación de amor-odio con la lengua materna. Y por supuesto ir a la isla, para hablarlo allí con gente que llevo en el alma y que no conozco.
Escribir para...
Salir de la prisión del yo, para no ser yo mismo, no insistir con este tipo que ya llegó al segundo tiempo sin haber jugado una pelota de gol inolvidable. Mi sueño es poder escribir como cinco minutos de Luis Suárez en la cancha, pero ya se acercan los noventa y nada.
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Fragmento de Papeles viejos:
Lo que más recuerdo de aquellos tiempos es la adrenalina al tope. Una sensación única, cercana al orgasmo, adictiva como la merca. Tenía el peor trabajo del mundo o el mejor oficio que se había inventado, depende de cómo quisieras verlo. Aprendías de todo y rápido, y si no aprendías el sacudón de realidad te despabilaba enseguida.
Hacía menos de dos años que vestía el uniforme. Unos meses en comisaría y me habían mandado al viejo cuerpo de patrulleros. Me pusieron de pareja con el Toro Fonseca, un cabo veterano de cuerpo pesado y cabeza rápida. Él me enseñó casi todo lo que aprendí de este oficio, casi porque después vendrían otros maestros. Aunque su aspecto te podía engañar, era un gran policía, una lástima cómo terminó años después, pero así es este oficio.
Era 1986 y se respiraba un aire distinto. La gente se había destapado, la calle palpitaba de otra manera. Vestir el uniforme por aquel entonces no era una buena idea, la gente estaba harta de uniformes y, a decir verdad, mis colegas habían dejado mucho que desear en los años negros. Por más que se dijera que los militares nos habían usado como trapo de piso, más de uno se había convertido en trapo de primera categoría y seguía lucrando con eso.
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