Por Nicolás Medina
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¿Es posible hacer una película bélica que sea, en esencia, antibélica? Esta pregunta ha resonado en el cine desde los primeros relatos que llevaron la guerra a la pantalla. El crítico y cineasta François Truffaut argumentaba que era imposible, que cualquier representación cinematográfica de la guerra inevitablemente glorificaba la violencia. Sin embargo, The Damned de Roberto Minervini, ganadora del premio a Mejor Director en la sección Un Certain Regard en el Festival de Cannes de este año, se encarga de desafiar esta afirmación al optar por una aproximación completamente distinta al conflicto armado.
Minervini es conocido por su sensibilidad hacia el drama humano y su capacidad para retratar con calma, pero con intensidad, las realidades más ásperas de la sociedad estadounidense. Y en este caso, ofrece una película ambientada durante la Guerra Civil estadounidense, pero con un enfoque íntimo, casi minimalista. En un intento por subvertir las convenciones del cine bélico, alejándose del espectáculo para enfocarse en lo absurdo y lo alienante de la experiencia bélica.
La película sigue a un grupo de soldados que, en plena Guerra Civil, son enviados a patrullar los territorios fronterizos de Montana, en medio del invierno de 1862. Aunque su misión parece inicialmente clara, con el paso del tiempo tanto ellos como los espectadores pierden de vista los objetivos detrás de su misión. Porque a medida que avanzan en este territorio desolado y desconocido, lo que comenzó como una misión militar se convierte en un viaje más existencial que otra cosa, donde la futilidad de su situación es tan tangible como el frío que los envuelve. Aparte de lidiar con los enfrentamientos externos, los soldados se enfrentarán a la creciente sensación de que su papel en la guerra, así como la guerra en sí misma, no tiene sentido.
Roberto Minervini crea un drama bélico que no busca exaltar la violencia ni glorificar el heroísmo militar, sino mostrar el tedio, la confusión y la insignificancia de la guerra. Aquí, es presentada como algo tedioso, y por momentos ridículo. En lugar de grandes batallas o actos de valentía, lo que domina en la película son las largas horas de espera y las conversaciones triviales de personajes totalmente banales.
Lo notable en The Damned es la ausencia de la violencia explícita y omnipresente que suele caracterizar al cine bélico. Si bien hay momentos de enfrentamientos y bajas, Minervini evita caer en los tropos de las películas de guerra convencionales y sus secuencias cargadas de adrenalina.
Y es precisamente este enfoque lo que convierte a The Damned en una película profundamente antibélica. De cierta manera la película recuerda que, detrás de los uniformes y las banderas, la guerra no es más que una serie de actos ejecutados por personas que rara vez comprenden el verdadero motivo por el que luchan. Así, invita a reflexionar sobre el sinsentido de los conflictos armados.
LatidoBEAT accedió a una entrevista exclusiva con el director italiano en el Palais des Festivals et des Congrès de Cannes, que alberga gran parte del festival.
Has vivido gran parte de tu vida en Estados Unidos. ¿Todavía tenés una perspectiva europea para ver las cosas? ¿Cómo dialogó esto con The Damned?
Creo que el choque cultural que atravesé cuando me mudé a Estados Unidos hizo eco en el resto de mi vida. Siempre fui muy sensible hacia los cambios en Estados Unidos. Hacia las fluctuaciones, ya sean políticas, ideológicas o socioeconómicas, las cuales siempre intento entender. Y cuando hablo de choque cultural no me refiero a los hábitos diarios, me refiero al hecho de que me mudé allí unos pocos meses antes de que cayeran las Torres Gemelas. Estaba aplicando para la residencia y de repente me encontré en una situación de alienación. Me la negaron, y luego vi a Estados Unidos en guerra con otros y con ellos mismos. La seguridad nacional evolucionó, y la idea de la sospecha y la invasión a la privacidad fueron justificadas.
Ese es el choque cultural del que hablo. Esa situación nunca volvió a la normalidad, la sensación de estar mirando sobre tu hombro. No hablo de paranoia, disfruto mi vida, pero cada vez que hay algo drástico en el por venir, mis sentidos y mi percepción se agudizan, y eso se refleja en mi camino como un cineasta americano.
La película es sobre la guerra, pero no la mostrás realmente. Te enfocás en los personajes, a los cuales no conocemos, pero con los que empatizamos. ¿Cómo fue el proceso para balancear esto?
Para mí era muy importante deconstruir algunas de las convenciones que definen al cine bélico. Una de ellas era el apego emocional hacia quien sea que identifiquemos como el “bueno”, el merecedor de sobrevivir. Nos encontramos animándolo por su supervivencia a través de la eliminación del enemigo. Ese espectáculo de la guerra es realmente peligroso. La guerra es deshumanizante. Entonces era muy importante para mí no generar esa clase de apego emocional, que puede ser muy condescendiente.
Desde el principio fue una decisión clara que no habría un personaje principal per se. No habría una revelación necesaria de quiénes eran. Era muy importante no tomar un bando. De eso se trata esta película, todos quienes están en la guerra, independientemente de quiénes sean, cuán viejos sean o cómo se vean, están atrapados en una condición que difícilmente podríamos imaginar lo trágica que puede ser. Y solo luego de que sucede una batalla, en la que no reconocemos víctimas, no sabemos quién está disparando. Porque cuando no tienes un enemigo, tampoco hay una contraparte buena. Puedes romper ese paradigma de bien y mal. Con el fin de generar empatía o una reflexión política, no puede haber una relación emocional con nadie.
¿Por qué elegiste el escenario de la Guerra Civil, y no otro episodio histórico?
Digamos que subestimé lo desafiante que sería hacer una película cerca de una guerra en el siglo XIX. Fue un desafío realmente grande para nuestro equipo, y presupuesto limitado. Pero quería vincular esto con el Estados Unidos actual. Sabemos que hablar del levantamiento de una guerra civil no es una idea absurda, luego del 6 de enero de 2020. De cara a unas elecciones complejas que se aproximan, quería vincular eso con un tiempo de división. Un tiempo donde algunas filosofías eran impuestas en las personas. Como la religión monoteísta: “En Dios confiamos”, es un mensaje de unidad que nace en la Guerra Civil. Quería generar un paralelismo con la fragilidad de la democracia. Para hacer eso, sentí que tenía que volver a las raíces de este estado de fragilidad.
En términos de fotografía siempre usás el mismo dispositivo fílmico, pero cuando llega la batalla, usando el mismo dispositivo, lográs que todo cambie. ¿Por qué?
Para mí hay una dialéctica que sucede entre esta película y el género de películas bélicas. Por supuesto que algunas ideas se abandonan y se desmotan. Ya hablamos de esta idea de identificación de bien y mal o del heroísmo. Pero hay otros códigos que preservé, algunos de ellos son visuales. La paleta de colores, estabilidad de la cámara, el sonido, el ángulo de los planos. Algunos de mis planos son mucho más angulares que en mis películas anteriores, para incorporar más elementos del fondo y del ambiente. Todo son decisiones conscientes para ser parte de un género dentro del que intentamos hacer una reescritura.
El director de fotografía y el compositor de la película son la misma persona. ¿Cómo afectó esto a la película?
Es interesante. Alfonso Corrales ha estado conmigo por un largo tiempo. Amo su sensibilidad artística, y creo que ahora queda claro por qué. Él compone la imagen de la misma manera que compone la música. Lo que es interesante es que la composición visual influencia a la composición musical. Luego de que terminamos el rodaje, comenzamos a componer la música sin editar la película. Teniendo la memoria fresca sobre lo que habíamos presenciado ambos, decidimos componer la música para narrar la experiencia y no a la película en sí. Luego de eso fue que editamos la película, así que de alguna manera la música vino primero, e influenció el proceso de montaje.
Existe esta idea de que no se puede hacer una película de guerra que sea anti-guerra, pero esta película se siente un poco así. ¿Qué pensás de esta idea?
Creo que fue Truffaut quien dijo eso. Concuerdo, pero al mismo tiempo lo transformo en una pregunta: ¿Puedes hacer una película que no sea anti-guerra? Porque ser anti-guerra empieza con un principio, no es algo que refiere al cine. Creo que toma casi toda nuestra integridad acercarnos a algo que puede entregar el mensaje equivocado. Y creo que para mí, como espectador de películas de guerra, siempre tuve cero tolerancia para este acercamiento, de ver estas películas con heroísmo y momentos de contrataque, de la batalla luego de la batalla. Si colocas un enemigo en pantalla vas a justificar la guerra.
La guerra es inhumana y no debería existir. Y creo que es posible representarla como algo que es una condición existencial, una a la que si entras, no podrás salir. Creo que mi forma de hacerlo fue esa. Hay un momento en el primer acto, en que los personajes viajan e intentan encontrarle el sentido. Luego, en el tercer acto, hay una parte que es exactamente igual: siguen viajando, intentando entender la guerra. Pero en el medio hay una batalla, la escena es básicamente de personajes huyendo y disparando al aire. Pero el sentimiento de la tercera parte es completamente diferente, solo por la batalla. Entonces para mí la única forma de hacer una película sobre la guerra, era incluir un momento que sonara mucho más brutal de lo que se veía. Creo que así como la literatura puede ser anti guerra incluso hablando sobre la guerra, una película puede ser antibélica si somos cuidadosos con lo que incluimos en ella.
Hay una escena importante en la que te detenés en una manada de lobos. ¿Cómo la filmaste y qué buscabas?
No fueron lobos entrenados. Era una locación cerca de Montana, cerca de Canadá. Es una propiedad privada de un hombre que conocí mientras viajaba por Montana, donde viven unos veinte lobos. No sabía realmente qué quería representar, la escena surgió porque conocí a este hombre. Pero pensé que ver a los lobos, ver este comportamiento animal, podría reflejar ese instinto primordial por matar. La reflexión no era necesariamente hacer un paralelismo. Pero me di cuenta de que la aparición de los lobos sucede mientras se derrite la nieve. De alguna manera la película empieza como termina, luego del invierno, cuando hay solo carne podrida en el suelo y bestias comiéndolo.
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