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Contenido creado por Federica Bordaberry
Música
Con la fuerza de su lado

Ruben Rada volvió de su gira por Japón y brindó un gran show en Montevideo

¿Cómo hace para que el público de toda la sala se levante de sus butacas sin esfuerzo y se ponga a bailar?

23.05.2022 11:00

Lectura: 9'

2022-05-23T11:00:00-03:00
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Escribe Federico Medina@fed_medina

La sala Eduardo Fabini del Auditorio Nacional del Sodre tiene dos plateas (alta y baja), tres anillos de palcos y una capacidad máxima de 1.885 espectadores. Por allí pasan decenas de espectáculos cada año, con propuestas de artistas locales o extranjeros que, con mayor o menor suerte, logran que se ocupen un buen número de butacas y, antes de que se baje el telón, reciben el siempre respetuoso aplauso del público uruguayo. Si la cosa va bien puede que pida bises o que algún particular, no conforme con la devolución, se resuelva por liberar de su pecho un “¡bravo!”; nada fuera de lo común para un fin de semana en Montevideo cuando la gente tiene plata en el bolsillo.

La noche del sábado 21 de mayo fue diferente. Faltaban dos canciones para terminar el show cuando me lo pregunté por primera vez y todavía sigo estudiando el suceso. 

¿Cómo hace?

Cómo hace para que el público de toda la sala se levante de sus butacas sin esfuerzo y se ponga a bailar como en una fiesta de Navidad con unas cuantas copas arriba; para que cante los estribillos con movimientos naturales, despreocupados, torpes, sin vergüenza ninguna; y no hablo de los jóvenes de los que sería esperable por el momento de sus vidas, alguna droga, los mandatos y las costumbres, sino de cincuentones miedosos que llegaron con un buzo en los hombros y mucho cuidado de no tropezarse; señoras mucho más grandes, enlazadas de unos brazos, incapaces de valerse por sí mismas hasta ese momento milagroso en que de repente, la música, y la energía de Ruben Rada, fluye y sube entre las maderas y el metal para que los presentes lo olviden todo, salvo ese momento de acción y comunión.

Montevideo Portal I Javier Noceti

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No quemé el final. Sigo pensando en cómo hizo, cómo hace, para que pase lo menos probable, cada vez que se sube a un escenario, luego haber caminado la mitad del siglo XX, el comienzo del XXI y el mundo entero, solo con su ritmo y su buen humor.

Suena torpe decirlo, pero es cierto. Como tantas veces, se corrió la bola de que esta banda del Negro se estaba sonando todo. Venía de tocar en Barcelona, de hacer un concierto glorioso en Provincia de Buenos Aires y de una gira más lejana que según el propio Ruben, en tono jocoso, le sirvió para ponerle el nombre a este show y poco más: “Rada a la vuelta de Japón.

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Ahí estuvimos:

El telón del Auditorio se abre con la intro de “Dedos” y es el comienzo de un primer bloque de canciones de munición gruesa para fanáticos de la era de El Kinto y Totem.

A la izquierda de Ruben, su hijo Matías Rada hace sonar su guitarra con la precisión y la elegancia de Steely Dan. No hay nada de casual en esta versión enriquecida del viejo clásico con una nota más por aquí y por allá, en las percusiones y en la melodía, en arreglos que en vez de aggiornar la canción le dan más volumen para que suene tan viva como en su época de esplendor, pero además para que suene mejor que nunca.

Nacho Mateu, al bajo, le agrega doble cuarto de funk y Matías enciende el vocoder para acompañar su solo. Así, este grupo de notables se presenta a sala llena y recibe el primer aplauso del público. 

Montevideo Portal I Javier Noceti

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Entre canciones, Ruben vuelve a compartir algo de lo que vivió en Tokio, Kanagawa y Saitama. “Ni loco vuelvo”, embroma, y luego en serio, sobre su banda: “Sabía que llevaba oro a Japón”.

Sigue con “Días de esos” - otra de Totem- y se lucen Lucila Rada y Matías Rada en el acompañamiento vocal, cada vez más afianzados en este coro familiar que hace mucho más que acompañar a Ruben.

Una más de los años dorados, “Don Pascual” de El Kinto. Ruben recuerda a su autor, Mario “Chichito” Cabral, y para esta historia de pescadores le pide a los presentes que lo sigan. Su histrionismo lo convierte en un pez gordo y de ojos saltones y con manos/aletas con las que avanza en un agua de río. Otro montón de peces oyentes se dejan llevar por ese candombe denso y abismal que cantaba Mateo. Algunos cierran los ojos.

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Ruben, instalado en su nave de tres tambores, se va a quejar más tarde, porque nadie le dijo nada de sus sacos color turquesa y su cambio de vestuario. Los más atentos descubren una corbata que lo acompaña en estos meses de regreso a los escenarios. Sobre el fondo de estrella la tela anudada que cae sobre su camisa tiene a Luke Skywalker, la Princesa Leia, Han Solo y Chewbacca del film La Guerra de las Galaxias.

Antes de arrancar con “Candombe para Gardel” el cantante nos presenta a dos de sus más fieles compañeros en esta nueva era: Gustavo Montemurro en teclados y Nelson Cedréz en la batería. Luego invita al tecladista Manuel Contreras y Monte se pone un acordeón.

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Se produce el primer gran momento de alboroto entre el público. El contrapunto entre las notas de Contreras en el teclado y las de Montemurro en acordeón funcionan de maravillas.

Ruben se levanta y prueba qué tal sus tamangos en movimiento.

El Lobo Nuñez (piano), Sergio Martinez y Noé Nuñez (repique) redoblan la apuesta con un solo de tambores demoledor.

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¿Cómo hace?

Pareciera que siempre está encima del ritmo y el humor del show, de lo que pasa a cada segundo hasta la despedida. Bromea, resopla, se encorva sobre los tambores, pero mientras suena la música no deja pasar una. Regula lo que suena sobre el escenario y, a la vez, lo que pasa con su público. Lo arenga justo antes de un estribillo con sus dos brazos arriba, o simplemente le avisa con un gesto chiquito que baje o suba su intensidad; dirige el foco de atención hacia uno de sus músicos para que reciba un aplauso especial. Son infinitas las veces que interviene sobre el ambiente y sus participantes. Su energía modifica  el clima del lugar que va cambiando a medida que pasan los minutos. 

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Creo que fue una señora de pelo blanco, sola en uno de los palcos más altos, vestida con un buzo de lana marrón y una chalina negra, la que se animó, antes que nadie y empezó a bailar. Le siguió otra pareja no tan experta en el género, pero igual de entusiasta, en el palco de al lado. De esa forma, se fueron sumando los bailarines, cada uno en su viaje, a su ritmo.

El final de este bloque de canciones súper clásicas es otro de los momentos más destacados de la noche. Matías Rada se roba la escena y muestra su voz como pocas veces lo había hecho antes. Canta notable y después se entrega a un solo de guitarra más rockeado que nunca y se da el gusto de estirarlo como lo haría Gary Moore pero con más distorsión.

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En el siguiente bloque, de canciones de sonoridad más serena, Ruben cuenta la historia de “11 y 6”, la canción de Fito Paéz que ya grabó para su próximo disco (Candombe con una ayudita de mis amigos) y confiesa que todavía no se acuerda la letra de memoria. Así que desafía a Lucila y Matías para que canten a capella y le salven las papas. Ninguno de los dos acepta.

Ruben va directo al estribillo: “Miren todos, ellos solos…” Se escucha su voz, nada más, y luego apenas, el tambor del Lobo Núñez que lo acompaña; después, tímidamente, el público.

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La improvisación resulta en un bonus track íntimo e inesperado y el mejor regalo para los presentes. Luego arranca la versión con toda la banda y la coreografía de brazos danzantes en las plateas y en los palcos.

Para interpretar “Adiós a la rama”, (incluido en La Rada de 1981) Ruben invita al escenario a la cantante argentina Julia Zenko, que se suma al coro, y luego canta  “Como la cigarra” de María Elena Walsh.

El remanso sigue con dos de los preferidos del público, “Mi país” y “Terapia de murga” y  se termina con “Don´t stop el candombe”, un disparate de funk candombeado del ´89 que debería tener muchas más reproducciones en las plataformas digitales.

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“Blumana” no necesita presentación. Resume toda la originalidad y el swing de este artista único en el mundo. Esta canción (incluida en el disco La familia de 1982) lo pone a bailar, literalmente, como cuando tenía 20. 

A esa hora, ya hace rato que Ruben se metió al público en el bolsillo, pero le va a pedir un poco más, tanta entrega como la suya. Su diversión es directamente proporcional a la que logra transmitir a los espectadores. 

Bailó candombe, rock, y hasta probó un arriesgado pasó de ballet. 

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Dos postales antes de que se vaya:

Entre la multitud eufórica, un hombre calvo de buzo en los hombros baila despacio, pero está feliz con sus dedos índices señalando el cielo. La campera que colgaba del respaldo de su asiento desapareció. Ruben, hace magia con sus tambores y, en lo mejor de “Blumana”, después de sacarle brillo a las tablas con sus championes de base flotante vuelve a tiempo al micrófono para marcar el “¡mamá!”.

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