Santiago Cardozo es maestro de Educación Común, profesor de Idioma Español egresado del Instituto de Profesores Artigas, magíster en Ciencias Humanas, opción Lenguaje, Cultura y Sociedad y doctor en Lingüística por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Udelar). Se desempeña como profesor de Gramática en el Consejo de Formación en Educación, como profesor de Español en la Licenciatura de Traductorado Público de la Facultad de Derecho (Udelar) y de Lingüística en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar). Ha publicado los libros La necedad del significante. Una crítica de la razón referencial (CSIC, 2021), El colimador fallido. Lenguaje y política (de Lacan a Rancière) (Azafrán Editorial, 2021), la novela Los restos del padre (+Quiroga Ediciones, 2022), Las palabras y el silencio. Ruidos, interferencias, balbuceos (Estuario editora, 2023) y Elogio del discurso. Querer decir, decir y efectos del decir (Estuario editora, 2023), textos con el que obtuvo el Primer Premio en Obra Inédita en la categoría Ensayos de Lingüística de los Premios Nacionales de Literatura 2021 del Ministerio de Educación y Cultura.
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
Preferiría viajar al pasado. Salvo excepciones, el futuro no me parece muy interesante y, desde luego, muy prometedor: tiene un sentido grandilocuente que no conviene sostener. Sin embargo, la propia distinción entre uno y otro no es tan nítida como podría pensarse, porque la historia no es un progreso. Las formas de sus relaciones intrincadas hacen que las cosas sean, finalmente, mucho más atractivas.
Si pudieras cambiar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?
Los finales no son las cosas que más me llaman de los libros; prefiero, sin duda, los comienzos. En estos se juegan muchas cosas: la primera oración o el primer párrafo son decisivos: te dicen, por ejemplo, cosa central para mí, si el libro está bien escrito. Pienso en dos novelas: La vida breve, de [Juan Carlos] Onetti, y Nadie, nada, nunca, de [Juan José] Saer.
¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?
Extraña no es y supongo que inusual tampoco: me pongo a leer, preferentemente, poesía o filosofía, o a Roland Barthes. Si la cosa no camina, comienzo a llevar un diario de las dificultades, a pensar qué es lo que quiero o me gustaría hacer y no estoy pudiendo.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
Creo que solo guardaría recuerdos, aquellos que, de alguna manera, sentimos que más nos han armado, para bien, para mal o para más o menos.
Tu autobiografía en una frase.
No he pensado mucho en términos autobiográficos; sí, en cambio, en términos de una última oración antes de dejar de respirar. Alguna vez ensayé algo así: “Para cuando esté enterrado sin posibilidades de resurrección, habré dejado dispuesto que rodeen mi parcela con bloques de cemento y escriban, en un anuncio epigonal en el periódico de la ciudad donde crecí, un obituario que empiece diciendo: ‘Vivió con su pasado como un inquilino vitalicio de su conciencia’. Después, que le agreguen lo que quieran”. Lo bueno de esto es que no sé bien qué quiere decir.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Estoy leyendo, o más bien releyendo, varios libros del filósofo francés Jacques Rancière y de Roland Barthes, en vistas a un libro que estoy escribiendo. En términos de literatura, la poesía completa recientemente editada de Elvio Gandolfo: Tengo ganas de risas Raquel y alguna cosa suelta de Daniel Guebel.
Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?
Me gusta el lado capcioso de la pregunta. Hablaría con César Aira.
El primer verso que te viene a la mente.
“Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”, de [Rubén] Darío.
¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?
Para ampararse y también, en cierto modo, para provocar desamparos.
Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?
Una pascualina. Qué tremendo, no me imagino consumiendo tanta acelga hasta la muerte.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria
Solo puedo decir que soy feliz cuando dispongo del tiempo que quiero para hacer lo que me gusta y, sin duda, cuando estoy con las personas que son importantes para mí, las personas que quiero y amo. De la miseria…, bueno, ciertas actitudes o conductas de las personas, no hay novedad para decir. No tengo grandes teorías al respecto: me basta con esto.
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
Invitaría a [Carlos] Tomatis, a Eladio Linacero y a Emilio Renzi. Descarto que la invitación es para una cena entre todos.
¿Por qué Las palabras y el silencio?
Creo que hay varios niveles posibles para responder un poco la pregunta. Un nivel es, desde luego, la abierta evocación del libro de Michel Foucault Las palabras y las cosas. Respecto de esto, habré querido marcar que esa y en Foucault, de alguna manera, separa palabras y cosas, muestra los dominios a los que ambas han pertenecido, la historia de sus avatares, aunque aparezcan reunidas por la coordinación; en mi caso, creo que palabras y silencio se relacionan de otro modo, que es, a fin de cuentas, lo que intento examinar en el libro: cómo el sentido de las palabras está, por defecto, sustancialmente hecho de silencio. Otro nivel remite a cierta perspectiva sobre el lenguaje, que tomo del psicoanálisis lacaniano en sus cruces con diversos autores o puntos de vista de la lingüística, la literatura y la filosofía del lenguaje que me interesan mucho. Para el caso de la lingüística, el punto de vista de su fundador: Ferdinand de Saussure. La deuda que daría cuenta parcialmente del título es, obviamente, mucho más extensa.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
A este libro lo escribí rápido, tal vez tres meses en su primera versión. No tenía una idea del todo preconcebida: fue armándose con el propio despliegue del texto. A medida que les daba forma a algunos puntos, fui viendo por dónde quería ir, qué cosas quería decir y qué autores me iban a ayudar en eso, con quiénes iba a pensar. El resultado siempre es incierto, en el sentido de que nunca se sabe si se logra lo que se pretende, partiendo de la base de que uno sabe qué pretende, cosa ya de por sí cuestionable. Después siguió, como siempre, un largo estado de reposo.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Sin duda, hubo varias. Por el lado de la literatura, El pozo de Onetti fue clave, como lo fue también, de Saer, El limonero real. Ignoro por qué El pozo fue tan importante, no fue la primera cosa que leí de Onetti. El limonero real, en cambio, me impactó por la espesura infinita de la narración, de la prosa/poesía de Saer. Recuerdo que me dejó agotadísimo: cada página detenía el tiempo a extremos que, por momentos, se volvían exasperantes. Y, sin duda, El placer del texto, de Roland Barthes, sigue siendo aun hoy una “fuente” inconmensurable de placer y deleite, de estímulo intelectual, de belleza. La escritura de Barthes, la más suelta, digamos, es extraordinaria, en cierto sentido irrefutable. Alguna vez me gustaría escribir como él, aunque sea dos oraciones.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Un libro que quiere saber cómo funciona el silencio en el sentido.
Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?
En este que estoy viviendo, al que le falta, por cierto, bastante más literatura. Y todavía han pensado recortarla…
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
Consejo, con muchas dudas, capaz; frase inspiradora, ninguna. Trabajar, dedicarle muchas horas a la escritura.
Fragmento de texto de Las palabras y el silencio
De la misma forma que el sujeto que habla, la palabra que este produce está hecha de otras voces, otros ecos, otras resonancias y evocaciones, otros diálogos, en suma, otras palabras; está igualmente escindida —diríamos, dañada, quebrada, dislocada, desgarrada— por su propio inconsciente, por lo real de los silencios y lo irrepresentable que la definen (una palabra excluye otras, las que, sin embargo, actúan en aquella a título de ausencia; una palabra evoca otras tantas, los discursos que las han contenido, al tiempo que multiplica los efectos de los juegos de significados que tienen lugar en su «historia de uso», en los deseos que las animaron y fueron ocultados por ellas, en las colisiones y los disensos que [las] provocaron, también susceptibles de ser silenciados, incluso por las propias palabras que los suscitaron).
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