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Cine
Ir a las salas

Sean Baker: el niño de oro del cine independiente que se llevó cuatro Óscar en una noche

El director, oriundo de Nueva Jersey, fue el ganador de una noche en la que el séptimo arte fue reivindicado en varias ocasiones.

04.03.2025 17:29

Lectura: 6'

2025-03-04T17:29:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
sofdurfer

“Ver una película en sala con una audiencia es una experiencia. Nos podemos reír, llorar, gritar y pelearnos; quizá sentarnos en un silencio devastador juntos. En un momento en el que el mundo puede sentirse dividido, esto es más importante que nunca”, dijo Sean Baker, tras recibir el Óscar a mejor director, entregado por Quentin Tarantino.

La noche del domingo estuvo marcada por varios hitos: el primer Óscar a Brasil por Aún estoy aquí, la aguja final que pinchó el globo de Emilia Pérez —de once nominaciones, solo ganó dos—, Kieran Culkin ganándole a su hermano en la ficción (Succession, 2018-2023) Jeremy Strong, la puja por mejor actor entre Adrien Brody y Timothée Chalamet en la que salió vencedor el primero y la jovencísima Mikey Madison ganándole a Demi Moore y Fernanda Torres en la categoría de mejor actriz. 

Pero el ganador de la velada fue Sean Baker.  

Podría definirse como el cierre de un circuito consagratorio que comenzó con la Palma de Oro por Anora en Cannes, en mayo del año pasado. Sin embargo, en el ámbito del cine independiente, Baker es uno de los grandes nombres desde hace tiempo.

La hazaña del director de llevarse cuatro estatuillas en una misma noche —algo que no ocurría desde 1954 con Walt Disney, y que logró a través de cuatro títulos diferentes y no uno— es consistente con su forma de trabajo, y sus inicios en el cine. Baker se involucra en la preproducción, producción y posproducción. Y los Óscar que ganó lo demuestran: escribió, dirigió, produjo y editó. Y si la categoría “mejor dirección de casting” se hubiera estrenado este año —comenzará en la próxima edición— probablemente se habría llevado un quinto premio.

Baker mantiene el espíritu del cine independiente. El tipo de historias que cuenta, los personajes que toma de la realidad para llevar a la gran pantalla y la forma de retratarlos son su insignia. Es por eso que, para los que conocemos su trabajo desde antes de Anora, todas estas condecoraciones se sienten como una retribución que se extiende más allá de la última película.  

Anora (2024), Sean Baker

Anora (2024), Sean Baker

El guiño de que Tarantino le haya entregado un Óscar no solo se debe a que ambos surgieron del cine independiente, sino porque también los dos son cinéfilos enfermizos a un punto enciclopédico. Ambos encuentran el visionado de películas como una formación en sí misma. En su página de Instagram, Baker comparte con el público su mayor afición: la colección de pósteres originales de diversas obras cinematográficas.  

Su experimentación constante desde el punto de vista técnico puede que haya surgido desde ese lugar: quien tiene noción absoluta de las reglas sabe mejor que nadie cómo romperlas. Así como en Tangerine (2015) desafió los estándares de calidad en fotografía utilizando exclusivamente tres iPhone 5s para grabar, en Anora también hizo de las suyas.  

“Con Drew Daniels, el director de fotografía, hablamos mucho sobre cuál sería nuestro lenguaje cinematográfico, qué estilo propondríamos. Y nos dimos cuenta de que estaríamos mezclando todo. Desde planos compuestos clásicamente, a cámara en mano, al uso de steady-cam, a dollys, hasta un plano de helicóptero”, explicó en una entrevista con LatidoBEAT.

Los debates y discusiones acerca del mensaje de Anora florecieron luego de la premiación. No es la primera vez que el director aborda el trabajo sexual en su obra, ya lo había hecho en Tangerine. El filme sigue la historia de Sin-Dee Rella, una trabajadora sexual transgénero que acaba de cumplir una condena carcelaria de 28 días y que al salir se entera de que su novio y proxeneta le fue infiel.

Hay muchos paralelismos entre estas dos películas que van más allá de la prostitución: la alusión al cuento de hadas de Cenicienta, la presencia sutil de la comunidad armenia con Karren Karagulian —un gran colaborador de Baker—, y la estructura de una comedia de enredos que culmina con un final desolador, pero con ciertos matices de dulzura.  

Tangerine (2015), Sean Baker

Tangerine (2015), Sean Baker

Desde sus inicios el estadounidense dejó en claro el tipo de personalidades y tramas que le interesan. Take Out (2004) es protagonizada por un inmigrante chino que debe pagar una deuda de contrabando. En Prince of Broadway (2008), un estafador neoyorquino descubre que tiene un hijo y le marca un antes y un después en su vida. Más adelante en el tiempo, en The Florida Project (2017), muestra la vida de una niña que vive en un motel junto a su madre de 22 años.  

Baker pone bajo la lupa a grupos sociales marginados y a personas que toman decisiones cuestionables, obligadas o no por su contexto. Pero, ante todo, no va detrás de ellas con el objetivo de difundir moralina o bajar línea. No es pretencioso ni condescendiente; se para desde un lugar naturalista, dejando que el curso de las acciones se desarrolle. Querer leer la filmografía del director a través de las tendencias narrativas contemporáneas del cine es caer en un error, y también simplifica las historias que nos quiere contar.  

Es estimulante que el arte no deje un solo mensaje obvio para digerir y que, por el contrario, apele a las diversas interpretaciones de la audiencia. Retomando el discurso de Baker, el proceso de ir al cine vs. consumir por streaming interviene en que ver una película tome más tiempo, y por tanto, también haya más espacio para la reflexión. Esto se contrapone a la cultura de consumo masivo audiovisual a través de diferentes plataformas.

Esta edición de los Premios Óscar se sintió como una bocanada de aire. El evento del domingo estuvo dedicado a las narrativas originales, a las formas ingeniosas de contar historias, y a esa idiosincrasia de hacer lo mejor que se pueda con un presupuesto acotado. 

Coralie Fargeat, por ejemplo, no solo dirigió La Sustancia, sino que también estuvo a cargo del guion y el montaje, además de estar sumamente pendiente a los efectos especiales. Por otro lado, el presupuesto de El Brutalista fue de 9,6 millones de dólares, y el de Anora —algo que el director remarcó en su discurso al ganar como mejor película— de 6 millones de dólares. Cantidades que pueden parecer gigantescas, pero no lo son en la industria, vale la pena recordar que Ford Coppola gastó 120 millones de dólares en Megalópolis.

Más allá del triunfo innegable de Baker, parece haber una luz al final del camino para el séptimo arte. Ante la inteligencia artificial y los productos refritados provenientes de la nostalgia inexorable del "todo tiempo pasado fue mejor", parece ser que vamos a seguir prefiriendo la manufactura por y para humanos. 

Por Sofía Durand Fernández
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