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Todo pasa y todo queda

Serrat sació su vicio y le cantó a Uruguay, despidiéndose de un país que lo ama

El músico catalán se presentó en el Centenario, homenajeó a Benedetti y agradeció a su público los 57 años de camino recorridos codo a codo.

23.11.2022 16:35

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2022-11-23T16:35:00-03:00
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Por Federico Pereira

Es increíble lo que pueden hacer 50 años. Sobre todo, si son de carrera. Pueden lograr que un mar de gente estalle con desesperada efervescencia en vítores y aplausos en el segundo que ven entrar a un escenario a un artista que, en esas cinco décadas, les dio todo.

Y, paradójicamente, con toda la inmensidad de la figura y del momento, se puede, gracias a esos años, escuchar el grito perdido de “Te queremos, Nano” al recibir al músico, como si fuera un tío, un vecino, un amigo de toda la vida. Es a ese camino, andado codo a codo y con la mirada de reojo en la senda que nunca se ha de volver a pisar, que se debe la cercanía honesta entre Joan Manuel Serrat y su público.

El catalán entró con toda la fuerza de su “Dale que dale” al escenario del Estadio Centenario, dispuesto a disfrutar de ese vicio de cantar que dio nombre a su gira, pero no tanto de vivir con solemnidad forzada su despedida.

“Me alegra que estén aquí, muchas gracias por acompañarnos, como han hecho en tantas ocasiones, aquí estamos con este concierto que hemos llamado ‘El vicio de cantar’. Hay otros que lo titularon también ‘Serrat avisa que se despide’, eso dicen. De momento, he venido a despedirme de ustedes, personalmente, como corresponde, de una manera educada. Despedirme de un país, de una ciudad y de una gente con la que tanto amor hemos vivido juntos y tanta complicidad hemos vivido a lo largo de la vida”, expresó Serrat al saludar a la audiencia.

Aunque advirtió cuál sería el tono de la velada: “No quiero que la nostalgia haga presa en nadie. Vamos a despedirnos como vivimos, con alegría. Soy feliz de haber podido disfrutar de una vida llena gracias a este oficio de cantar, a este vicio de cantar y a esta alegría de poder compartirlo con alguien”.

“Ignoro lo que les han dicho, pero les quiero aclarar, este no es el último concierto”, dijo, antes de bromear que, “en previsión”, no se deshagan de los boletos, en caso de que fuera el último, por no poder terminarlo. El humor del Nano, intacto.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Tras cantar “Mi niñez”, dio paso a “El carrusel del Furo”, canción dedicada a su abuelo. Aunque tuvo que revelar que ese personaje “no era un feriante” como dice la letra, sino un “instruido secretario del ayuntamiento de su pueblo, al que su nieto hizo protagonista en una de sus canciones”.

“Nunca conocí a mi abuelo. Es más, mi abuelo nunca existió, porque su partida de bautismo, su licencia de matrimonio, se perdieron todos en el incendio de 1931, cuando la iglesia de su pueblo ardió. Tampoco existe alguna defunción. Los franquistas que lo fusilaron tiraron su cuerpo por un barranco y jamás lo recuperamos. Pero seguimos buscándolo”, sentenció ese que siempre le cantó a la Justicia.

Pasó a cantarle al amor con “Lucía” y “Señora”, para luego volver a hablarle a su público. Esta vez de los personajes, la ficción, la realidad y el amor. En ese monólogo, pícaro como siempre, recordó la actualidad. “Se bañaba con gin tonic la reina de Inglaterra. ¿Saben que se murió? Tan joven. Pues ahí nos ha dejado al Orejas. Yo pienso que, si a mí me hubiese tocado en la vida una familia como la que le tocó a esa mujer, yo del gin tonic echaba toda la tónica a la basura”, dijo, despertando una vez más las risas de su gente.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Hablando también de personajes y antecediendo a su siguiente canción, nos contó que no existió tampoco el tablao del Lacio, ni Merceditas ni el Curro. Empezaba a sonar el “Romance de Curro El Palmo”.

Agarró la guitarra, esa que destellaría todo el concierto iluminando —literal y figurativamente — el escenario, y comenzó a tocar “Hoy por ti, mañana por mí”. En la estrofa final, con un “Mi amor, mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo, / somos mucho más que dos”, cerrado con un cambiado “hoy por mí, mañana por vos”, y dio el primer homenaje a un coterráneo y al acento de este sur que también existe.

Con la introducción de un saxo cantó a su público “No hago otra cosa que pensar en ti”, para luego agradecer a los músicos y arreglistas que lo han acompañado en su carrera y a los que estaban allí con él, sorprendiéndose, al ir hacia el lado derecho del escenario, de oler un humo particular. “¿Está legalizado? Joder, sopla —bromeó Serrat—. Sin ir más lejos, como no empiecen ustedes a darle un poco yo me quedo aquí y hago el concierto en este lado”, dijo risueño a los de la platea izquierda.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Volvió a cantarle a la injusticia y a esos tipos con los que tiene “Algo personal”, que figuraban, representados con caricaturas, en la pantalla que había detrás. El público estalló en aplausos.

“Miguel Hernández nació en Orihuela en el año 1910 y murió en la cárcel de Alicante en el año 1942”, inició Serrat el momento más solemne de la noche.

“Fue un niño pastor, porque su padre lo envió a los montes con un puñado de cabras. Allí se tenía que pasar los días, vigilándolas y aprendiendo a leer a golpe de ilusión. Fue creciendo y se convirtió en un poeta. En un hombre comprometido por su gente y con su pueblo, un hombre sencillo y sensible, que amaba la libertad y amaba la vida por encima de todo. Ambas cosas se las quitaron”, y recordó a su héroe una vez más antes de cantar ese poema, “tan trágico como hermoso”, al que le puso música el argentino Alberto Cortez.

La solemnidad seguiría, ahora con el ímpetu y la fuerza que hizo bombear un día el corazón de Miguel Hernández, con “Para la libertad”.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Volvió a sus raíces en el duodécimo tema, hablando tanto de su Poble Sec —ese barrio barcelonés del que fue el noi (niño)—, así como de sus maestros, de su padre y de su madre, que se dedicaba a las eufemísticas “labores” o, en palabras de Serrat, a “trabajar como una mula”. Su lengua se vistió de catalán para retribuirle a su madre la canción de cuna que ella un día le cantó: “Cançó de bressol”.

Pasaron “De cartón piedra” y “Tu nombre me sabe a yerba” (que en otro tiempo y otros lares era hierba), para luego cantar a duo con su violinista, Úrsula Amargós, “Es caprichoso el azar”.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

La guitarra volvió a las manos del español para infundir de energía a un público que coreó “Hoy puede ser un gran día”, ese hermoso himno al optimismo, tan necesario para escuchar “Pere” (padre, en catalán), la canción con la que hace 50 años previó lo que se le venía al mundo y preguntó —nuevamente en su lengua natal— “qué le han hecho al río que ya no canta”.

Del río fue al mar, a ese “Mediterráneo” en el que nació, que le dio al público la fuerza para cantar junto al artista “Aquellas pequeñas cosas”, luego de que Serrat los invitara.

Con los “Cantares” de Antonio Machado podría haber cerrado la noche y su gente ya hubiese quedado agradecida, extasiada y emocionada. Por suerte, el catalán tenía más para regalar luego de un encore que no llegó a ser tal. Faltaba un homenaje por hacer, porque la tierra invita y el canto más.

“Con todo el amor que nos unió, con toda la devoción que tuve a lo largo de la vida, con el dolor de su pérdida, está aquí también presente mi amigo Mario Benedetti Farrugia. Nunca falta, hoy no podía faltar. Hoy tenía que estar presente, para poder compartir vuestro escenario en un día tan notable”, expresó, con alguna que otra mirada hacia arriba.

Antes de cantar “Una mujer desnuda y en lo oscuro” y “Defensa de la alegría”, de nuestro poeta, dijo: “Quiero agradecerles el concierto fantástico que nos han permitido y haber disfrutado esta noche con toda la emoción y toda la alegría que podría esta vida esperarme. Muchas gracias”.

“Todo lo que empieza, inevitablemente, acaba. Y está bien que así sea. Cuando acaba, es bueno que las despedidas sean cortas. La verdad es que, si a lo largo de los más de 50 años que nos conocemos —con algunos, con otros no—, con este tiempo no hemos tenido oportunidad, razones y porqués para explicarnos y conocernos, por mucho que les explicara ahora, por mucho que les dijera, nada valdría lo que vale o lo que ha valido y lo que nos ha ocurrido en este tiempo”.

“Ha sido realmente un tiempo corto. Un tiempo feliz en muchos momentos, difícil en otros, horroroso en algunos. Pero, a fin de cuentas, aquí estamos en el escenario o aquí sentados delante. Aquí estamos después de haber transcurrido juntos este tiempo. Muchas gracias, ha sido un placer haberles conocido”, pronunció el imponente artista catalán que se despedía de una Montevideo que lo ama y que cree saber que él la ama a ella.

La noche la cerró con “Penélope”, para despertar una vez más las voces de su público; con “Esos locos bajitos”, para que padres e hijos escucharan abrazados en la Olímpica; y con “Fiesta”, para levantar de los asientos a cada uno de los uruguayos que, agradecidos, despidieron al Nano, su amigo.

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Foto: Gastón Britos / FocoUy

Por Federico Pereira


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