Por Marcos Fernández
Choose life.
Choose a job.
Choose a career.
Choose a family.
La primera vez que escuché hablar de La Cretina fue por Rodrigo Larry Larraya, una noche en la casa del Tincho, donde los dos en algún momento vivimos. Cayó como a la una de la mañana y dijo “unos amigos van a abrir zarpado bar y voy a laburar ahí”. Después me enteré de la inauguración y alguna cosa más, pero como yo laburaba por la noche en el desaparecido Bluzz Live se me complicaba para ir a ver qué onda.
Era la primavera del 2018. Por esa época tenía también un espacio cada quince días en el programa Sapos de otro pozo, de Radio Pedal, donde trataba de romper el récord de hablar boludeces y chupar birras al aire en media hora sin parar. Esa noche vino al estudio Juan Wauters, al que no conocía personalmente, pero como llegó en bicicleta y con ganas de mamarse nos llevamos precioso al instante. Para el bloque final apareció Nachito Ibarlucea, a quien sí conocía de Los Oxford, a difundir un show de Dr. Menzo (banda paralela que tiene junto a Coquito Vaimaca) que sería esa misma noche en La Cretina. Como no conocía ni a la banda ni al boliche (y ya estaba en plan fiesta), nos fuimos bastante doblados con el Lechu y el Negro Tom, los conductores del programa, a ver qué pasaba.
Llegamos a la puerta, que no anunciaba mucho lo que sucedía adentro, y la cruzamos. Y ahí se me empezó a caer la mandíbula... ¡El lugar era enorme! Primero, crucé un hall gigantesco y altísimo, con una sala de teatro detrás de unos telones colgando de tres arcadas. Después, otro ambiente más con una barra y baños a la derecha. Finalmente, llegué al fondo y me quedé estupefacto... Había un patio bellísimo, en desnivel, con dos árboles en el medio, como si fuese un puto oasis en el medio de la ciudad.
Y ahí estaba yo, mirando todo eso con la boca abierta, cuando veo venir una figura conocida que me dice: “¿Qué hacés máster? ¿Todo bien?”. “¿Y vos qué hacés acá?”, le respondo a Federico Guerra. “Soy de acá, abrimos el lugar hace unos meses. ¿Querés una birra?”.
A Federico Guerra lo había conocido, conscientemente, un par de años antes en el rodaje de la serie televisiva El mundo de los videos, cuando me invitaron a hacer de mí mismo en un capítulo rodado en dos noches en el club de bochas Aldea. Nos pasamos las dos noches chupando y fumando porro mientras el resto del equipo laburaba sin parar. Ahí recordé que ya nos concíamos de noches en el Clash y de charlas por la madrugada en las que me había invitado a ver “Snorkel” y a tocar en vivo en “Cretinos Solemnes”.
Esa primera noche en La Cretina, mientras los Dr. Menzo tocaban en el patio y yo observaba atentamente qué pasaba alrededor mío, me di cuenta que ya conocía este ambiente, que ya había pasado por acá antes, que en mi cabeza era la continuación lógica de lugares donde ya había estado... Juntacadáveres, Amarillo, Perdidos en la Noche, Pachamama… todo me resultaba familiar, pero hacía mucho tiempo que no veía algo así... Un espacio que se había perdido y que volvía a materializarse. Reconocí que estaba nuevamente en casa. En familia. Y me di cuenta, además, que sabía instintivamente lo que había que hacer ahí.
Empecé a ir regularmente durante todo el 2019, a integrarme con los clientes, con el personal y a participar del espacio. Comencé a ir periódicamente como DJ y, luego, hablando con Sabrina Jueguen (ex productora de la casa), fueron surgiendo más propuestas.
Así fue como llevé a Motosierra a tocar un jueves de setiembre. Fue en una semana de estrella de rock increíble, en donde habíamos estado tocando en Brasil el fin de semana, canté como invitado de los Auténticos Decadentes en la Adela Reta el lunes, y el viernes abrimos para Turbonegro en el Teatro Flores de Buenos Aires. Después nos fuimos de gira a Europa y, en diciembre, hicimos nuestro show de 20 años nuevamente en La Cretina.
Cuando llegó fin de año le llegó el final a Bluzz Live y me quedé sin ese trabajo. En enero me sumé al equipo de laburo de La Cretina, cubriendo licencias durante el verano. Lo primero que hice fue cortar limones y naranjas para servir tragos detrás de la barra. Lo segundo, juntar vasos, platos y meter bacha como loco durante toda la noche. Así, durante dos meses sin parar.
Al tiempo llegó el coronavirus a Uruguay... La emergencia sanitaria obligó a cerrar todo el país. La Cretina se convirtió en un delivery de pizza y birra para pagar los costos fijos y los jornales de los empleados, confiando en poder sobrevivir.
Luego, se pudo volver a abrir, pero con una realidad muy diferente que nos obligó a repensar el lugar, a intentar recuperar la esencia y el espíritu de la propuesta frente al crecimiento rápido y desmedido que había tenido hasta entonces.
Hicimos de todo, dentro de lo que se podía hacer, con las obvias limitaciones que la pandemia suponía... Shows de rock, pop, hip-hop, tango o flamenco, campeonatos de ping pong, de ajedrez, exhibiciones de skate, talleres, ferias…
A mí me tocó el papel de portero, al principio, y de productor después, algo que no sabía muy bien qué quería decir, pero me fui dando cuenta solito. Así que agarré el bomberito y empecé a apagar fuegos alrededor mío todas las noches. A tratar de ordenar el desarrollo de una noche, desde que la gente llega hasta que se va. A manejar la agenda de shows. A generar eventos. A aportar mi punto de vista. Y a pasar música y películas.
La Cretina es uno de los lugares más eclécticos, variados e inclusivos, en donde he estado en mi vida. Hay todo tipo de público y, en consecuencia, suena de todo. Porque hay varios momentos en la noche y una música para cada uno. Cuando estás cenando, cuando estás bebiendo entre amigos, cuando salís de la sala de ver una función de teatro o un show musical, o cuando se arma baile. Y ahí nunca puede ser siempre lo mismo. Una noche pasás música disco y la otra rock latino, hits de los 80 y 90, o cumbia y plena. Lo mismo en la pantalla sobre la pared del patio. En poco más de un año se han proyectado más de mil películas, a razón de cuatro por noche. Desde cine de culto y experimental a cine bizarro, animaciones under, los goles del campeonato uruguayo del 91 o el móvil de Omar Gutiérrez en Canelones con La Palacio en vivo.
Lo importante es que sea atractivo visualmente y que la gente se quede mirando, pensando qué carajos es eso que está pasando ahí. Y que despierte curiosidad, vengan, y te pregunten el nombre de la película. Ahí es cuando lo que hacés adquiere real significado, cuando tirás un estímulo distinto, difícil, escabroso, al que el público responde. Pero no hay mayor satisfacción que echarlos a todos poniendo a Slayer después de Bad Bunny para cerrar la noche. Pero la gente vuelve. Siempre vuelve. Será porque le gusta que la echen. Será porque se cagan de risa y la pasan bien. O será que no tienen un lugar mejor adonde ir. Y, en eso, estamos de acuerdo.
Credits
Imposible resumir en formato top-ten la enorme variedad musical y visual de La Cretina y que, como el espacio mismo, va mutando a través de los días y las horas. Pero aquí va un pequeño intento de síntesis con algunas de las canciones y películas que embellecen las noches cretinas.
Sound
“Common people” – Pulp
“The Passenger” – Siouxsie And The Banshees
“Daft Punk Is Playing at My House” – LCD Soundsystem
“Radios” – Miranda!
“Fumar de día” – Marilina Bertoldi
“He never wants to see you (once again)” – Buenos Muchachos
“Rapper’s Delight” – The Sugarhill Gang
“Rock DJ” – Robbie Williams
“Valió la pena” – Marc Anthony
“Torero” – Chayanne
Vision
Alice (1988) – Jan Švankmajer
Cry-Baby (1990) – John Waters
Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965) – Russ Meyer
Flash Gordon (1980) – Mike Hodges
La montaña sagrada (1973) – Alejandro Jodorowsky
Tommy (1975) – Ken Russell
Fritz the Cat (1972) – Ralph Bakshi
Zardoz (1974) – John Boorman
The Love Witch (2016) – Anna Biller
Häxan (1922) – Benjamin Christensen
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