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Contenido creado por Valentina Temesio
Música
Nada que me venga mal

Slow Burnin’ cumple un sueño en su décimo aniversario y llega al Teatro de Verano

La banda, que fusiona reggae, candombe y rock, tocará el 5 de octubre a las 20:00. Trío Ventana abrirá el show.

26.09.2022 11:51

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2022-09-26T11:51:00-03:00
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Por Valentina Temesio

Es mayo de 2019 y, en la Sala del Museo, Slow Burnin’ hace un alto y llama a alguien del público para que se sume al escenario. Es un muchacho espigado, de barba y pelo canoso. En ese momento, con música de fondo y toda la energía acumulada de siete años de fusionar reggae, candombe y rock, el muchacho pide algo inesperado pero que se adosa bien al espíritu de la banda: un abrazo grupal. Todos, conocidos y desconocidos, se abrazan y se dejan llevar. “Slow Burnin’ es una familia”, dicen ellos ahora, tres años después, a días de celebrar los diez años con un toque en el Teatro Verano.

Hace diez años, para Slow Burnin’ —integrada por Martín Fossemale, Florencia Lockhart, Marcelo Mateo, Martín Carranza, Belén Capo, Federico Salhon, Juan Goyenola, Condor Caballero, Federico Blois, Alejandro Rosano, Juan Lombardi, Oscar Pereyra y Tato Cabrera— todo era adrenalina y alegría, aunque dicen que ahora también. Se sienten familia y así también se sienten con el público, porque las energías se devuelven: ellos dan y reciben, y la fiesta se hace de ese intercambio. La música, el amor, la vida y la pasión son el motor que mueve a la banda, que el miércoles cumple un sueño.

La primera vez que dieron un show, lo repitieron dos veces. Fue en el bar de un amigo, al fondo de un restaurante, en Chivipizza. Empezaron a juntarse unos 25 amigos que tocaban música y fueron armando una banda. Y si bien la formación de aquel entonces no es la misma que la de ahora, la esencia sí: disfrutar.

La banda, a la que muchas veces se le atribuye el género reggae, también tiene influencias que parten de la música uruguaya y la argentina, por ejemplo, de Jaime Roos, Ruben Rada, La Vela Puerca o Viejas Locas. Algunos de sus miembros fueron rollingas en la adolescencia, por eso, escuchar a la Slow es sumergirse en una fusión de diferentes géneros que confluyen entre sí. “Hay sonidos por todos lados”, dice el vocalista Martín Fossemale. Sin embargo, hay una persona de Jamaica que los marcó: Bob Marley. De este modo, en juntadas para practicar surf y disfrutar de la playa, la banda conectó mucho con el reggae. Marley les dio un contenido lírico y filosófico al que, una vez más, se abrazaron. Porque, según dicen, “es difícil” no hacerlo.

Con el tiempo, Slow Burnin’ se liberó de los encasillamientos y se nutrió “más allá de los colores”. “Desarrollamos uno propio, no sé con cuál definís a Slow Burnin’. Eso está bueno, le ponemos nuestro sello, es más freestyle”, dice Juan Goyenola.

Federico Salhon, Martín Fossemale y Juan Goyenola. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Federico Salhon, Martín Fossemale y Juan Goyenola. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Esa liberación, que también le da el nombre al primer disco de la banda, se extiende a su manera de componer. Dicen que son libres y que, en general, hacen las cosas en conjunto, entre los 13. Aunque cada uno tiene un “rol natural”, se consideran “una banda abierta a los cambios”. Cuando alguien compone, ya sea letras o música, lo presenta a la banda, lo interpretan y encuentran la manera para que tenga la esencia de Slow.

Foto: Pablo Babil

Foto: Pablo Babil

Por eso, uno de los grandes aprendizajes que les dejó el camino de la música es mirar atrás, revisitar el pasado y escuchar grabaciones y canciones que alguna vez hicieron, rebrotarlas. Más aún ahora, que están en camino a lanzar su segundo disco, producido por el músico uruguayo Francisco Fattoruso y Tato Cabrera, el tecladista de la banda y quien produjo Liberación (2019).

Este 5 de octubre en el Teatro de Verano, Slow Burnin’ tocará alguno de esos temas que serán parte de su segundo disco, que viene acompañado de nuevas experiencias, sensaciones, emociones, “señales” y sonidos más alternativos en comparación con el anterior. “Tan bien”, que está disponible en plataformas digitales, es el primer corte de este nuevo comienzo.

Compartir diez años de camino musical trae también consigo más aprendizajes que el crecimiento técnico. Slow Burnin’ es más que una suma de individuos, es una unidad en sí misma, “termina siendo un todo, que es la banda”, dice Fossemale.

Para Goyenola, “la banda es un lugar seguro, un refugio”. Es, como dice su propia canción: “vida”, que les da mucho más de lo que les quita. Y, además, esa unión se refleja en el espíritu del grupo, que siempre se anima a más y va a contracorriente de lo que les dicen. Por ejemplo, cuando tocaron en el Callejón Viejo Pancho, que los marcó porque “fue creer en que se puede hacer un espectáculo de esa manera, rendir musicalmente, comprometerse como banda y salir de la zona de confort”, dice Federico Salhon. Ese día de 2014, la Slow se dio cuenta de que si ellos disfrutaban, el público iba a conectar. Esos toques en Viejo Pancho fueron los primeros de intercambio real para la banda.

Los de Cabo Polonio, un lugar que inspira al grupo por su energía, naturaleza y mística, son igual de memorables. El área protegida, en la que la electricidad es escasa, las velas abundan y las estrellas brillan, “pega con el Slow” porque “es una cuna de composición”.

Para su sexto cumpleaños, en 2018, la banda se animó a más. Pisaron La Trastienda, a pesar de que aún no habían sacado su primer disco, de los miedos e inseguridades. Sin embargo, ese día la banda agotó las localidades y, también, dejó al bar de la sala sin cerveza. El concierto vino con nuevos horizontes, un disco de estudio, un premio Graffiti al mejor álbum de reggae, más toques en fiestas y en salas y una gira por España.

El día que viajaron al viejo continente, algunos integrantes escucharon el disco por primera vez. Tres fechas, tres ciudades —Ibiza, Avilés y Barcelona— y público nuevo; la mayoría nunca los había visto. Pero si algo aprendió este grupo es a animarse a más, y lo hicieron. Uno de los conciertos, el de Avilés, era un festival en una plaza de la ciudad, uno de rock, con personas que se vestían de negro y se codeaban al verlos. Tenían miedo, pero al final pudieron conectar, a los espectadores no hubo nada que les viniera mal. También ese día conocieron a Santiago Campiyo, a quien llaman el “Pappo español”. Tras bambalinas, un grupo de uruguayos que parecía estar teñido de rojo, amarillo y verde deslumbró al músico versionando junto a él canciones del argentino. Por eso, ese día también les dedicó la última canción.

En diez años, anécdotas sobran: podríamos seguir con el día en que ganaron el Graffiti y estaban fuera de la sala, con sus ensayos, con el día que salieron en la tapa de un diario español y se enteraron mientras desayunaban, con sus juntadas, con el amor por la naturaleza, con sus viajes y conexiones. Pero eso será el resultado de la fecha en el Teatro del Verano, cuando comience a tocar el Trío Ventana —que integran Nicolás Ibarburu, Martín Ibarburu y Hernán Peyrou—, cuando las luces iluminen ese escenario que tantas bandas pisaron, cuando salten y bailen. Cuando la familia se encuentre una vez más y las energías confluyan. Y después, en el after, en Volvé Mi Negra, al que se puede acceder con la entrada del show, en el que seguramente los miembros de la banda estén craneando la próxima aventura.

Este 5 de octubre será un nuevo comienzo.

Foto: Segundo Vargas

Foto: Segundo Vargas

Por Valentina Temesio