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Contenido creado por Valentina Temesio
Historias
Una hoja en blanco

Sobre John Cage, el polémico estadounidense que compuso el silencio

Fue poeta, ensayista y compositor. Este 12 de agosto se cumplen 31 años de su desaparición física a causa de un accidente cerebrovascular.

11.08.2023 15:12

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2023-08-11T15:12:00-03:00
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Por Leo Silveira

Este 12 de agosto se cumplen 31 años de la desaparición física de John Milton Cage, artista visual, innovador, experimental y polémico compositor estadounidense. Nació en el 5 de setiembre de 1912 en Los Ángeles y murió por un accidente cerebrovascular.

Poeta y ensayista, es considerado uno de los fundamentales de la corriente vanguardista en la segunda mitad del siglo XX. Cage influyó en las tendencias experimentales contemporáneas de Estados Unidos e Hispanoamérica.

Fue, además, hijo de un ingeniero inventor de aparatos electrónicos y submarinos, estudió arquitectura y piano. Cage desarrolló muy pronto una tranquila pero tenaz voluntad de experimentación aplicada a la música en particular; amplió su campo de exploración sobre el lenguaje. Su experiencia de aprendizaje con Arnold Schonberg, compositor y pintor austriaco, fue clave.

La producción musical de Cage se sitúa más allá de cualquier categoría preestablecida, incluso la dodecafonía. Traspasó todas las barreras armónicas; el uso heterodoxo de los instrumentos tradicionales lo llevó a descubrir sonoridades inéditas, entre ellas, el prepared piano de 1938, que consiste en la creación de sonoridades colocando entre las cuerdas de un piano tradicional objetos como tuercas y tornillos. O la adopción del silencio como parte integrante de la partitura 4’33”, que deja penetrar en sus 4 minutos y 33 segundos de silencio los sonidos ambientales, sin tocar una sola nota del instrumento.

Una noche de 1952, en la presentación de 4’33” a cargo de David Tudor, uno de los pianistas más reconocidos de la época, el presentador anunció la presencia del artista en el escenario del teatro de Nueva York colmado de público. David Tudor entró, saludó al público y se preparó para tocar. El pianista ordenó la partitura, se puso sus lentes, tomó con su mano derecha un cronómetro y luego cerró el piano. Pasaron 30 segundos y volvió a abrirlo. Lo cerró otra vez y volvió a medir el tiempo en el cronómetro. Todo permaneció en silencio por dos minutos y treinta tres segundos.

David Tudor volvió a abrir el instrumento, se acomodó, volvió a tomar el cronómetro con su mano derecha y, por tercera vez, cerró la tapa su piano Steinway & Sons.

Pasó un minuto y cuarenta segundos, tiempo en el que el púbico comienzó a susurrar y manifestar su inconformismo. El gran artista abrió nuevamente el piano, cerró la partitura, se quitó los lentes, se despidió del público y abandonó el escenario. Se fue sin haber tocado una sola nota.

La partitura de 4’33”, compuesta por John Cage, está en blanco: es una partitura de exactamente cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio.

Esta pieza logró consagrar a Cage en la vanguardia musical. La obra invita a reflexionar sobre lo rápido que va el mundo, sobre lo ruidoso que es (a veces no nos deja escuchar nuestros propios pensamientos). Él pensaba que el mundo debería aprender a apreciar también los sonidos no musicales.

Entonces, la experiencia sonora que prefería Cage sobre todas las otras era el silencio.

En otros aspectos, su poética lo hizo merecedor de un lugar destacado en el mundo de la filosofía contemporánea, sobre la estética posmoderna creando obras programadas según el libro del oráculo chino de las mutaciones El Iching.

Su larga carrera influyó la obra y la poética de numerosos artistas e intelectuales y una estrecha amistad con el artista que impulsó la evolución del dadaísmo: Marcel Duchamp, que además fue su maestro de ajedrez. Duchamp decía que “el arte es la única forma de actividad en la que el hombre como hombre se muestra como un verdadero individuo y es capaz de ir más allá del estado animal. Porque el arte es una salida hacia regiones que no están gobernadas por el tiempo y espacio”.

Cage practicó la escucha silenciosa de la naturaleza de la mano de la filosofía Zen del japonés Daisetsu Teitaro Susuki y partituras inspiradas en el escritor, poeta y filósofo estadounidense Henry David Thoreau.

El compositor se forjó como una de las principales figuras del avant garde de posguerra y un pionero de la música aleatoria y electrónica. Fue decisivo en el desarrollo de la danza moderna con su socio, el coreógrafo Merce Cunningham, quien fuera también su pareja sentimental la mayor parte de su vida.

Más que oportuna es, entonces, la llegada de la edición de las cartas recopiladas desde el año 1930 hasta 1992 una jugada publicación de la editorial argentina Caja Negra, cuyo título, Escribir en el agua, fue tomado de una carta de marzo de 1990 y resuena al epitafio en la tumba del poeta inglés John Keats. En estas cartas de Cage enviadas a colegas, críticos, amigas, amantes, familiares e investigadores predomina el registro de vivencias y argumentos relativos a la música, a ideas artísticas y filosóficas, y a militancias culturales. Estas cartas se traducen ahora al castellano basadas en la edición de Laura Kuhn The selected letters of John Cage, de 2016.

Tapa de Escribir en el agua. Foto: Caja negra

Tapa de Escribir en el agua. Foto: Caja negra

El carácter fragmentario y el extenso periodo de tiempo permiten acercarnos a la persona, pero sobre todo al artista. Hay cartas con el poeta y pintor Henri Michaux, Henry Miller, Joan Miró y muchos más, cartas que narran el movimiento de ideas y prácticas artísticas que Cage describe desde sus inicios, cuando no tenía piano ni dinero y se abrió camino para estudiar con Schoenberg en una atmósfera de alegría y descubrimiento.

El libro también podría funcionar como una guía de escucha a la obra de Cage y sus contemporáneos, como Satie, Berg, Stravinsky, Wolff y Feldman, entre otros. Cabe destacar en este punto que un continuador de Cage fue Frank Zappa, que tomó la influencia del artista la cambió y la llevó más lejos.

Por otro lado, las cartas permiten adentrarse en una serie de debates políticos, históricos y culturales que interceptan su trayectoria y son fundamentales para entender en nuestro tiempo el avance de la tecnología, la mutación en las formas de producción, la globalización cultural y económica.

Al leer estas cartas de John Cage se va delinea una especie de autobiografía involuntaria y discontinua que abre las puertas a una aventura en expansión de lo experimentable: al ruido, al cuerpo, al silencio, al espacio, al más allá de la sintaxis, a la mezcla de lenguajes. Este precioso volumen permite dos rumbos de lectura. En uno las cartas cuentan una historia de la cual Cage es protagonista: la transformación de la música en otra cosa (“sonido en el espacio”) en ese sentido; el libro funciona como una guía de escucha del siglo XX, por otro lado, mientras descubrimos a la persona y su sensibilidad, la historia de transformación de la música en otra cosa.

Escribir en el agua. Cartas (1930-1992) constituye una conversación acerca de qué es ser humanos, hacer arte, estar vivos, “desmilitarizar el lenguaje” y propiciar otras formas de vida.

John Cage fue una de esas personas para quienes la manera más sencilla y natural de abordar una disciplina es revolucionarla.

Sus palabras causaban efervescencia, escribía con el oído del que siempre había renegado componer. Las personas no silbaban sus melodías, pero repetía sus aforismos.

Cage anticipó el happening, reescribió a Joyce, Pound, Thoreau y Ginsberg. Era un profeta que necesitaba reinventarse todo el tiempo.

Resulta difícil elegir cómo definir a John Cage. Fue músico, escritor, performer, artista visual, artista ambiental, experto en hongos. Su idea del arte como inmersión en la multiplicidad de la vida, como reconocimiento de estar siempre situados en puntos donde infinitos centros se interpretan; pero creo que sencillamente siempre quiso hacer con casi todo lo que tocaba lo que hizo con el piano: prepararlo para algo distinto.

Por Leo Silveira