Por Delfina Montagna | @delfi.montagna
Hay una cita del cineasta Jim Jarmusch que —de manera muy consistente con su significado— se retoma en todos los ámbitos artísticos mil y una veces, que dice que podemos robar, siempre y cuando aquello en lo que nos inspiremos le hable directamente a nuestro corazón, y que ese robo será honesto.
Su importancia para la escritura es innegable, y para el caso de Mariano Blatt no es distinto. “Lo que sí me pasa es que desde que empecé a escribir, siempre escribo a partir de un primer impulso de escritura, que es medio imitativo. Copio cosas que me gustan, tonos que me gustan y después eso se transforma en mi tono o en mera copia”, comentó en una entrevista con Jorge Luis Peralta.
Blatt, nacido en Buenos Aires en 1983, es poeta y editor. Dirige los proyectos Blatt & Ríos y De Parado. Los chicos, las drogas y lo gay no le parecen cuestiones distintivas de su obra porque lo son de muchas. Su acercamiento a la poesía fue gracias a la fascinación que ejerció sobre él Andi Nachón, la profesora andrógina que dictaba el curso “Vanguaridas artísticas del Siglo XX” en el Centro Cultural Rojas.
El proyecto De Parado es una editorial co-conducida con Francisco Visconti, que en el año 2012 existía solo en formato digital, con e-books de relatos eróticos queer. Hoy en día, con más de 16 títulos impresos en su haber, continúa con su línea editorial: “De puto o para puto, libros que los gays quieran leer, si bien los otros también”. El cielo es un lechazo triste (2022), Gualicho (el primero impreso) (2020), Bienvenidos a Sodoma (2024) y Positivo: crónicas con VIH (2018), forman parte de su catálogo.
Ya no se trata de límites tan estrictos, y las preguntas por las condiciones hasta les resultan divertidas a sus directores: “¿Cuál es el nuevo criterio? ¿Un mínimo de escenas sexuales? ¿O que los personajes principales sean gays? ¿Dónde entra lo queer, en la historia o en los personajes? ¿Qué es ser queer? ¿Para ser un autor en De Parado tenés que ser gay? Eran algunas de las preguntas que nos hacíamos, y nos seguimos haciendo”, comentaron a la revista de género Presentes. Ahora, con un guiño a su comunidad les alcanza y sobra.
El inicio de este proyecto estuvo casi hermanado con los inicios de Blatt como poeta y escritor; casi en honor a sus orígenes como un bloguero de Fotolog, De Parado creció al calor de la falta de restricción de la narrativa en el entorno digital.
Fue por aquella red social dosmilera donde, además de conocer a quienes serían sus primeros lectores y editores, el poeta conoció a su socio Damián Ríos, con quien tiene la editorial Blatt & Ríos hace más de diez años y editaron juntos más de sesenta títulos. Al leerlo, se nota que disfruta tanto de su rol como autor como de editor, y esta última es su manera primordial de relacionarse con otros géneros, como la narrativa.
La poesía, en cambio, es aquella superficie en donde existe y se desenvuelve como escritor. Su estilo no es barroco, sino cotidiano, y sabe encantarse con las cosas más sencillas. “Mi mamá pudo haberme arropado en el cochecito para que yo pueda dormir una siesta al sol tibio de la tarde”, y estos detalles tan minimalistas como hipnóticos abundan en su obra (en este caso, el poema "¿Y el perrito donde está?").
Pero, de un instante al otro, la abstracción puede raptar a lo sencillo y el texto que habla de fumarse un porro y comerse un viaje ("Flecha partida"), de un chico ruloso y de boca grande que se saca la remera andando en moto ("Una galaxia llamada Ramón"), puede pasar a hablar sobre la recursividad del tiempo, sobre como todo sucede en todos lados en simultáneo, o sobre universos paralelos en los que todo pudo haber sido.
Confesional y subjetivo, su tono es de gueto, de tribu, de jerga. Su mayor influencia es la poesía de los 90 —con Daniel Durand, Gabriela Bejerman, Cecilia Pavón, Fenanda Laguna, Fabián Casas y Martín Gambarotta—, en su canon de literatura queer están Puig, Perlhonger y Copi. Su norte como editor es la creencia de que la literatura es entretenimiento, y que vale la pena materializar cualquier libro que alguien pueda querer estar leyendo, en vez de cualquier otra cosa.
“Libros que estén buenos, que estén buenísimos, que tanto a Damián como a mí nos gusten mucho, que tengan una preocupación por la escritura, por la lengua”, explicó a la UNLP.
Sin embargo, la facilidad para escribir poemas fue variando con los años, y eso trajo variaciones estilísticas y de intensidad. Desde sus primeras publicaciones como Increíble (2006) y El pibe de oro (2009), y con el paso de los años, el autor se enfrentó por primera vez a la frustración de que la lírica no surgiera con tanta naturalidad, y supo convertir el obstáculo en potencia.
“Comencé a tener una abstinencia de escribir poemas y dije: ‘Bueno, anoto cosas acá por lo menos´, frasecitas o lo que fuera que se parezca a la escritura y no sea una poesía", comentó hace unos años a Indie Hoy.
Ese diario terminó publicándose en 2014 y re-editándose en 2022 en una de las singular exploración de un género nuevo, no por ello exento de metarreflexiones como: “La poesía es una cosa urgente: no pasa nunca, pero cuando pasa, pasa”. Incluso en esta instancia, comentó, lo virtual continúa siendo un medio artístico sustancial, ya que muchas de las reflexiones en Alguna vez pensé esto: diarios 2012-2021, podrían haber sido tweets.
Incluso su ecléctica obra 200 ideas de libros (2017), que incluye en su catálogo uno sobre la historia de la generala, un libro de fotos de nucas argentinas, o Mitos y lomitos, la sinopsis de un libro que conecta mitos con recetas para hacer lomitos, no son libros que le gustaría escribir, sino otra exploración sobre cuánto y hasta donde puede sorprendernos el lenguaje cuandolo tratamos como a una herramienta de juego.
Toda esta evolución, que va de poemas largos a poemas más cortos, a otras colecciones de textos más inclasificables, culminó en Mi juventud unida (2022), libro que recopiló, corrigió y restauró versiones descartadas de toda la poesía de Blatt. A lo largo de los años se re-editó ya tres veces (con nuevas adiciones), pero lo que se mantuvo constante fue el abordaje que mantiene al lector magnetizado por las nuevas posibilidades de algo tan común que lo usamos todos los días, con todo el mundo, para decirle cualquier cosa.
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