Por Sofía Durand Fernández
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Un lugar liberador. Así define Tamara Tenenbaum lo que fue la literatura durante su infancia. Fue criada en una comunidad judía ortodoxa y hasta los 23 años vivió en el Once. Cuando publicó El fin del amor, querer y coger en el siglo XXI (2019), no solo generó debates sobre las diversas formas de vincularse en la actualidad, sino que también expuso cómo fue variando su percepción del amor a lo largo de los años.
Además de libros, también tiene su columna todos los domingos en eldiarioAR y un podcast llamado Algo prestado. En 2022, Lali Espósito fue la elegida para retratarla en la serie El fin del amor, la adaptación del libro homónimo. Además, ha presentado diversas obras teatrales, como Una casa llena de agua.
Desde Jane Austen hasta las últimas series que generaron furor en las plataformas: Tenenbaum mantiene un diálogo constante con la contemporaneidad y sus formas con una voz propia y fresca. Es juez y parte de los fenómenos sobre los que escribe.
Su último libro, La última actriz (2024), sigue la historia de dos mujeres, pero en diferentes épocas, y pasa por todas las preguntas centrales de su obra: la identidad, la belleza, el deseo y el judaísmo en Argentina. En el medio, el atentado a la AMIA. El padre de Tenenbaum fue una de las víctimas de lo ocurrido aquel 18 de julio de 1994. Pero la incógnita en esta obra está relacionada a la pérdida desde el punto de vista histórico: ¿qué ocurre cuando los registros y los documentos se pierden?
Estuvo de visita en Montevideo a raíz de la invitación de Escaramuza para participar en "Escrituras sísmicas", una actividad en el marco de la Noche de las Librerías. También participaron María Gainza (Argentina), Tamara Silva Bernaschina (Uruguay) y Katya Adaui (Perú).
Venís a Uruguay en el marco de la actividad “Escrituras sísmicas”. Pero más que sacudirlos, tu escritura asienta ciertos conceptos en la contemporaneidad y no le hablás a tu generación desde un pedestal. ¿Qué te proponés a la hora de sentarte a escribir?
Lo único que trato es de escribir cada vez mejor. Mejor para mí son muchas cosas: que tenga cierta belleza, que sea fácil de leer en el mejor de los sentidos, en el de que es algo lindo de ver, de escuchar, que fluye y que funciona. Y creo que esa belleza muchas veces va a favor de la comprensión, de que las cosas se entiendan y los conceptos circulen. Es algo que trato de hacer tanto en la ficción como en la no ficción, me gusta que las cosas fluyan. Eso es lo que más me gusta de la escritura, que no se trabe. Y conceptualmente muchas veces genera eso, las ganas de explicar o desarrollar conceptos complejos de la manera más sencilla posible.
Uno de los temas principales de tu trabajo es la identidad. Actualmente hay una especie de nostalgia por el pasado un poco “hauntológica”. ¿La identidad de esta generación es no tener identidad?
Yo creo que identidades hay miles, y desde que existe la cultura se basan en pastiches de cosas que ya existían. En los años 60, los hippies estaban hablando de una vuelta a la naturaleza, de algo que tenía que ver con las comunidades nómades, con cosas que ya habían existido. También había una romantización del pasado, de un momento en el cual estábamos en comunión con la naturaleza, algo que la sociedad industrial ya no conocía. La realidad es que la nostalgia es un elemento central de la juventud y lo ha sido siempre, es muy común. Uno lo ve en libros del siglo XIX, del siglo XX, en obras clásicas de la Antigüedad. Ves a la juventud extrañando un pasado que no vivió, siempre pensando que llegó tarde al mundo. Eso es lo que piensan todos, la verdad es esa.
Sí creo que, quizá, en otras épocas la juventud tenía, además de eso, un hambre de conquista del mundo. Que igual creo que hoy también está, pero toma otros colores. Yo no curto esos mundos, pero creo que todos estos chicos que están flasheando traders creen que van a cambiar el mundo, que lo están conquistando y que Elon Musk es un revolucionario. Lo creen y en un punto tienen razón, porque esa gente está cambiando el mundo. Entonces, en cualquier caso, lo que podemos sentir que pasó es que la izquierda perdió el monopolio de la idea de cambio, eso seguramente pasó. Hay una juventud que viene a cambiarlo todo, sigue existiendo, lo que pasa es que cambió de signo.
También fue un cambio de signo que se dio de manera rápida, hace cinco años la situación era diferente, ahora hay un enfrentamiento contra la intelectualidad.
Fue rápido, pero no tan rápido. En 2018, toda esa corriente de derecha ya existía, en todo caso no la estábamos mirando. Lo que aprendimos es que mucha gente no presta atención, estamos muy metidos en nuestros munditos y nuestros ambientes y no vemos otras cosas que pasan por fuera de eso. Eso sí es muy novedoso, yo creo que hay algo de los últimos 10 o 15 años que tiene que ver con internet. La gente habla cada vez menos con sus vecinos, hablás con gente de Twitter que piensa como vos. Antes vos te enterabas de que existían fascistas, comunistas, anarquistas porque en tu cuadra había, iban al colegio con vos o a la universidad. Había algo de que la convivencia presencial en las instituciones forzaba a la convivencia con la diferencia.
Hoy eso ya no existe más, no tenés por qué, casi todo es por internet, y en internet uno puede elegir con quién habla. Entonces vos hablás con gente que piensa como vos, yo hablo con gente que piensa como yo, y del otro lado podés ni enterarte. ¿Viste cuando bloqueas a alguien y después te olvidás de que existía? O de golpe ves un tuit de una persona y decís: “Uh, este sigue vivo”. Bueno, es así ahora, podemos elegir lo que vemos y eso es medio malo la verdad, porque así nos perdemos de cosas. Por ejemplo, nos perdimos de haber visto a esta nueva derecha que existía hace mucho antes y que yo, de hecho, la conocí. Siempre cuento lo mismo, yo iba a la universidad con un chico que era libertario y ya lo era cuando iba a la universidad, te hablo de hace 15 años atrás. Y la única razón por la cual yo supe que eso existía fue porque me lo crucé en la universidad, sino yo hubiera tardado mucho más en enterarme. La novedad es esa, la sensación de que florecen en el mundo cosas que ni nos enteramos porque vivimos en un frasco de mayonesa.
Ocurrió lo mismo con el feminismo.
Sí, cambió un poco el ciclo político, estoy de acuerdo. A la vez, cambió tan rápido que puede volver a cambiar en cualquier momento. Me parece que los ciclos culturales son más largos, hoy vivimos un ciclo cultural en el que es tan real el feminismo como la nueva derecha y en cada elección se disputan y una gana por 5 puntos, no es que significa que el otro lado de la sociedad no existe, porque nadie está ganando por 20 puntos. Entonces, evidentemente, lo que vivimos es un mundo con sociedades muy divididas y hay ciclos políticos muy favorables para unos y ciclos políticos muy favorables para otros.
El feminismo ingresó al terreno de discusión política como un elemento diferencial, también.
Sí, el ingreso masivo del feminismo a la política partidaria y a las discusiones sobre elecciones es muy notable desde hace 10 o 15 años y antes no existía, antes el feminismo se discutía en la academia, en ciertos lugares de la militancia progresista, pero no en el mainstream. Y hoy se discute en el mainstream, para bien o para mal.
En La última actriz, los documentos y la ausencia de los mismos cumplen un rol fundamental en la trama. Vivimos en un mundo donde la documentación física está en vías de extinción. ¿Cómo puede repercutir esto en términos históricos?
Totalmente, yo tengo un amigo que trabaja en archivo y siempre está leyendo sobre qué va a pasar con los archivos del futuro. ¿Dónde van a estar los tuits? ¿Quién guarda los servidores? Porque los tuits de los presidentes van a ser material histórico, ¿dónde va a estar todo eso? No de acá a 10 años, de acá a 50. Es difícil pensar en quién está archivando eso, si hay alguien haciéndolo, si hay alguien financiando el mantenimiento de esos servidores. Los archivos no son algo que se da, son algo que hay que ir generando, alguien lo tiene que estar cuidando y son una inversión. Y nuestros Estados invierten muy poco en eso, y los incentivos para que los privados lo hagan hay que generarlos. Es complicado.
Principalmente porque no tenemos la noción del peligro que significa.
No tenemos tanta noción de lo frágil que es nuestra memoria colectiva. Igual, reitero, en Argentina, en Uruguay y en Latinoamérica en general, la memoria siempre es frágil porque los gobiernos no cuidan los archivos y nuestros Estados son muy frágiles, entonces viene un nuevo gobierno, desaparece todo y nadie se entera, cambiaron al jefe de la biblioteca y olvidate. Para que un archivo se sostenga en una sociedad, tiene que haber una inversión estatal que en Latinoamérica no tenés. En parte por eso pude escribir esta novela, porque está novela en Francia la resolvés en tres minutos porque los archivos son mejores.
¿Cómo surge la idea de generar un paralelismo entre dos mujeres con la misma vocación pero de diferentes épocas?
Me gustó esa idea, que hubiera una mujer de los 60 y una del 2020 y que tuvieran muchas diferencias. Sobre todo en el tono, me gustaba que Sabrina tenga este tono cínico de nuestra generación y Jana sea más una joven de los 60 que piensa: "Si mi mamá me deja en paz, voy a conquistar el mundo". Después tienen mucho en común porque las dos son muy ambiciosas y neuróticas, por eso no pueden ser buenas actrices, porque están todo el día pensando y los actores son buenos cuando dejan de pensar, eso es un poco el conflicto que tienen la dos.
La relación con el sexo es obviamente muy distinto por la época, pero siento que hay mucho prejuicio sobre cómo las mujeres encaramos el sexo. Hay una escena de violencia sexual en la novela, que le toca a Jana y ella la mira con una cierta curiosidad más que nada. Es muy común esa experiencia, no es que todo es tragedia, muchas veces es, “¿qué está haciendo este ridículo?”, lo cual no hace que sea menos grave, pero sí nos complejiza a nosotras como sujetos. Nuestra reacción no es siempre la misma. Ser mujeres en el mundo y estar expuestas a la violencia sexual nos va enseñando muchas cosas, incluso a veces en el sentido del humor, es muy extraño, pero a veces pasa. Le contás a tus amigas: “Este pajero me mostró el pito en la calle” y les decís, "no sabés lo chico que era". Puede pasar, no es algo que no pase. A veces es incómodo hablar de lo ridículo de esas experiencias, pero me interesaba mucho que fuera parte de la experiencia de ellas.
Uno pensaría que como sociedad saldamos varias discusiones sobre cosas que siguen pasando.
Hay problemas nuevos, problemas viejos que han sido resueltos y problemas viejos que no han sido resueltos. Es la historia del mundo, la realidad es que la liberación de las mujeres es una de las causas que más ha avanzado linealmente en los últimos 100 años. Muy pocas pueden presumir de lo mismo, pensá en la lucha de clases, viene más lenta esa. Te diría que la cuestión feminista es uno de los grandes optimismos del siglo. Y que ahora esté siendo cuestionada es natural, es lo que pasa siempre. A los norteamericanos les gusta la metáfora de las oleadas feministas y no solo porque van cambiando las generaciones, sino porque la metáfora de la oleada es buena para hablar de lo que pasa en el feminismo. Se pone de moda unos años y la marea se retira, y después vuelve. Ya paso una vez, dos, tres veces y pasara una cuarta.
Es difícil hablar de un movimiento puro cuando los movimientos sociales, por lo general, están interconectados.
Sí y no, porque parte del éxito de la causa feminista ha sido independizarse, por ejemplo, de la lucha de clases. Los avances de las mujeres pueden seguir en paralelo al capitalismo y en países mucho más capitalistas que los nuestros a las mujeres les va mejor y no peor. Es paradójico eso. A la vez, por supuesto que eso tiene un límite y estamos llegando a ese límite. Vos y yo vivimos muy bien, nosotras ya no somos el problema del feminismo, el problema del feminismo deberían ser las mujeres pobres. Estamos llegando a un punto en el que la lucha feminista se tiene que convertir en lucha de clases, porque si no ya no sirve para nada.
Recién hablabas del tono cínico generacional. ¿Es un arma o una debilidad?
Depende para cada uno, depende cómo, depende para quién. A veces te protege de ciertas cosas y está bueno, y a veces uno se puede perder de cierta sensibilidad. También pasa algo con la uniformidad cultural, cuando todo se vuelve cínico también te deja de dar risa, el cinismo queda desactivado, deja de funcionar tu pose simpática. Hay que hacer un poco de crisis en el cinismo de la época, hay que tratar de curarlo un poco, de meterlo con otras cosas, porque si no se vuelve un tono muy monótono.
Has escrito obras de teatro, libros, columnas y guiones. ¿Cómo te adaptas a los diferentes formatos de escritura?
Depende. Para mí son todas obras distintas. Lo que más me gusta, como el teatro y escribir guiones, es la posibilidad de participar de obras colectivas. La escritura no te permite eso. Cuando escribo un libro o una columna, estoy trabajando muy sola, por más que tengas editores y todo, la firma es solo tuya. En cambio, cuando estás en una obra de teatro todos firman, el director, los actores, todo el mundo está poniendo su nombre y su arte y eso me resulta muy educativo, aprendo mucho todo el tiempo, me sirve para escribir más cosas, para pensar y para mejorar un poco mi vida. Estar en un rodaje o en un ensayo es una cosa que sencillamente me hace feliz, enriquece la vida que tengo, que a veces puede ser solitaria en cuanto al trabajo. Estás encerrada nueve meses escribiendo un libro y hasta que se lo mostrás a alguien puede pasar un año. Es más sano.
Yo sé que hay gente que lo sufre y dice: “Odio ver cómo manipulan mi texto, odio que los autores deformen el texto”. A mí me encanta eso, todas las veces que me cambian el texto pienso que tienen razón.
¿Cuáles son las dificultades de ejercer como escritora en un mundo que apela cada vez más a la imagen y la instantaneidad?
Creo que la escritura está en un buen momento, hay algo que está funcionando bien. Evidentemente la gente está leyendo, lee mensajes, lee cosas, no podemos decir que no. A todos nos pasa lo del teléfono, todos tenemos un déficit de atención de algún tipo y todos tenemos menos capacidad de atención. Yo siempre digo que a mí lo que me conecta con la escritura es el deseo, y si estoy trabajando con algo que me calienta, puedo agarrar el teléfono cada 15 minutos que voy a terminar volviendo a lo que estoy escribiendo. Creo que esa es la relación que todos deberíamos tener con la escritura, con la literatura, con todo.
Con la lectura, no obligarse a leer, buscar algo que te caliente leer, que no es lo mismo. Porque obligarse a hacer las cosas en el caso de la escritura y la literatura no funciona. Sí creo en la disciplina, creo en lograr soltar el teléfono y serenarse, pero también creo que hay que pensar en el deseo. Si un libro no te calienta, lo soltás y agarrás otro. No pensar tanto en la obligación y en el mea culpa de, “no leo, estoy todo el día con el teléfono”.
Por Sofía Durand Fernández
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