Documento sin título
Contenido creado por Valentina Temesio
Música
Sin demoras

Tejo Mattioli: “En el Uruguay de hoy es muy difícil pensar a futuro”

Luego de seis años sin editar un disco, la banda de hip hop La Teja Pride presenta “La forma del viento” este sábado 15 en La Trastienda.

14.10.2022 12:40

Lectura: 9'

2022-10-14T12:40:00-03:00
Compartir en

Por Valentina Temesio

Si La forma del viento fuera un libro, su contratapa diría que habla de amistad, de problemas y de un horizonte en conjunto. Que es un camino que se construyó entre varias personas y que no es obra de un cerebro. También diría que la forma del viento es difícil de definir. ¿Cómo es? Podría ser la imagen de los árboles que crecen en la costa y están doblados. “Es una suerte de molde, no es el objeto en sí, sino lo que lo rodea”, dice Tejo Mattioli, el DJ de La Teja Pride. Pero a la vez es un lugar verde donde hay agua y suenan las hojas que se mueven y caen, hojas amarillas como las de un gingko, de color amarillo patito. Y en el fondo de toda esa escena está la ciudad, aunque sin humo y autos.

Pero no es una novela, es un disco, uno que demoró mucho en hacerse y que se escribió por partes. Es el séptimo álbum de la banda de hip hop —que integran Davich Mattioli, Nicolás Barragán, Maicol Clavijo, Sebastián Cuello y Flavio Galmarini— que surgió 25 años atrás. Es la vuelta al formato disco, con principio y fin, luego de seis años sin editar uno.

Este sábado 15 de octubre la Teja Pride presenta La forma del viento en La Trastienda, en un concierto que recorrerá 28 canciones —del último lanzamiento y también de su camino musical— con invitados como Kira 1312, Santi Mostaffá y Sapo Gamboa. El encuentro tiene que ver con el arte que la banda hizo y hace, es su relectura desde el hoy.

En una época donde el formato disco pierde vigencia, ¿por qué siguen apostando a eso?

Porque somos viejos, porque a varios nos gusta leer y la relación entre un disco y un libro es bastante parecida. Nuestros discos no tienen nombre de canción, suelen englobar el conjunto de temas y cada uno es un capítulo. Un disco es como una fotografía, una polaroid de un momento. Un conjunto de canciones te da más que una sola, es verdad que la apuesta se desarma, podés poner toda la máquina y ver qué pasa. Pero eran las ganas de expresarnos y mezclar el hip hop lo-fi que estamos haciendo con otras cosas y muchos tópicos que nos vinieron a la mente. Ya habíamos sacado singles. Que en seis años no hayamos sacado un disco tiene que ver con eso, no tiene que ver solo con la pandemia. Pero al final siempre sentíamos que estaba el fiambre, pero faltaba el pan, el queso, la manteca, un tomate y la lechuga. Y ahí sí: tenés un disco.

Hacía seis años que no editaban un álbum, hasta que llegó La forma del viento. ¿El proceso creativo fue distinto al de los los otros discos?

Fue diferente, antes sacábamos uno cada dos o tres años, tocábamos un año y nos poníamos a grabar, mezclábamos en lo de Daniel Anselmi y lo masterizábamos en Buenos Aires. Solo cambiaban los invitados y una cosa más. Si bien los sonidos de cada disco son diferentes y había un concepto general distinto, la mecánica de laburo era parecida —menos en le segundo, que nos encerramos en un estudio como si fuéramos una banda de rock y salimos disconformes—. Porque nuestra música, hasta ahora, se compone como música electrónica. Para este disco teníamos un montón de canciones previas. “Hábito” salió y la pandemia cayó a la semana y media. Nos partió al diome. Nos encerramos como todos, tuvimos miedo, nos aislamos e hicimos nuestras burbujas. Lo primero que sucedió fue que algún momento dijimos que queríamos volver a tocar. Ya habían pasado cuatro años de que no sacábamos un disco, entonces íbamos a sacar eso que estábamos preparando. Hicimos unos vivos para Instagram de media hora, con un celular, un gran angular, una consola, mezclamos las pistas, probamos y salía bien. Sin embargo, somos siete y faltaban tres. Eso nos dio pie a sacar el disco.

Lo grabamos en una casa en Maldonado, donde estuvimos cuatro o cinco días los siete, el ingeniero de sonido y dos personas que filmaban. Grabamos ocho de los doce temas. Los teníamos casi compuestos, lo que hicimos fue tocar diez veces a cada uno y los grabamos por pista. No hubo instrumentistas, compusieron sus partes y las cambiaron. Tienen errores humanos, como cualquier cosa que haga un humano. El pulso es diferente, la base rítmica es el pulso humano.

La Teja Pride surge en un momento en el que el rap y el hip hop eran under. Hoy en día son géneros que están popularizados. ¿Cómo vivieron este cambio como banda? 

Cuando arrancamos había tres o cuatro bandas que hacían hip hop. En los toques éramos, a reventar, 150 personas. Íbamos al oeste de Montevideo y sino nos tomábamos un bondi hasta Pocitos e íbamos a un boliche que se llamaba El Cielo. Era una casa vieja. La atendía una señora mayor, que para mí tenía 60 años, y su madre, que tenía como 90, barría la casa. Ahí hacían toques de hardcore —mezcla entre el punk, el heavy metal y el hip hop—.

Así arrancamos en 1997, conseguimos trabajo y compramos una computadora Amiga A1200, que la conectábamos en la tele porque no tenía monitor —grababa pedacitos de canciones que nos gustaban—. Con una caja de ritmos hacíamos el sonido de la batería y rapeábamos. Después traducimos eso al vivo, que era difícil, pero así arrancamos. No teníamos ni idea, nos llevaba tres semanas sacar una batería más o menos prolija. Porque no sabíamos de música y no había Youtube, le preguntábamos a algún conocido, y así construíamos las cosas que queríamos hacer.

¿De qué manera les atravesó en su camino musical?

Sobrevivimos al 2001, que fue una bomba de la música tropical en Uruguay. Veníamos del rap, que era distinto, pero tocábamos con muchas bandas de rock. Y así nos subimos a esa ola, hasta tocamos en el Pilsen Rock. Lo que pasó después fue la globalización, esa forma de hacer música evolucionó. Nosotros no improvisábamos, porque en el 97 no había raperos en Uruguay, no existía eso. Las primeras improvisaciones las vi en 2001, en la plaza de los Bomberos, cuando El Puente —un programa de radio de La Teja— organizó una movida y apareció uno de los primeros freestylers. Y bueno, después explotó.

Entre eso y no tener idea cómo samplear un bombo 20 años antes, pasó muchísima agua bajo el puente.

Decís que no sabían de música. ¿En qué momento deciden hacerla?

Consumíamos hip hop en el 96, era difícil conseguirlo, pero lo hacíamos de cuatro maneras. O Un amigo nos pasaba; o íbamos a una disquería del centro —F86— que traía discos; veíamos películas, grabábamos el soundtrack y al final, en los créditos veíamos de quién era cada canción; o comprábamos en Buenos Aires, cuando íbamos a visitar a mi tío. Esas eran las cuatro formas de conseguir música y nos copamos con algunas cosas que acá no escuchábamos, con la forma en la que el hip hop estaba construido, con la agresividad de los bajos y con unas baterías súper filosas, que parecían sampleadas de jazz, aunque después nos enteramos que eran de funk.

En aquel entonces íbamos a toques y nos empezaron a conocer, porque íbamos en grupito desde La Teja. Nos veían como si fuéramos una banda, pero éramos amigos nomás. En un momento, una banda, que se llama BDS, nos invitó a cantar una canción en su próximo show y les dijimos que sí. No sabíamos cómo rapear una canción. Ellos tocaban en una fecha en la que habían unas 1500 personas, nunca nos habíamos subido a un escenario. Casi me muero. Escribimos algo copiando la forma de rapear que conocíamos y usábamos una letra que nos habían pasado los de BDS, que la adaptamos. Subimos e hicimos una gran vergüenza, pero fue la primera vez. Y ahí nos dividimos qué iba a hacer cada uno. 

Foto: Difusión

Foto: Difusión

¿De qué manera consideran que cultivan y desarrollan la cultura artística en Uruguay?

Nosotros apostamos por el arte, básicamente lo hacemos con buena parte de nuestra vida. No toda porque hoy pospandemia solo hay dos integrantes que son solo músicos full time. Pero es lo que más nos llena, lo que nos copa desde que somos adolescentes y salíamos a hacer graffiti, a hacer este tipo de cosas. Colgarse a hacer música, juntarse con videastas a pensar videos. Lo pensamos siempre primero desde lo artístico y después vemos si rinde o no, que es secundario. Sé que termina siendo un problema a la hora de apostar a un proyecto sustentable, pero como lo que hacemos en La Teja siempre fue hacer cosas que nos gusten, y eso implica hacer cosas que no gusten, o que gusten al público. En nuestra música es central el vivo, que haya un ida y vuelta, pasa por ahí. Nosotros apostamos por hacer obras artísticas, de mayor o menos calidad, pero es lo que nos colma.

En la gacetilla del disco se refieren al Uruguay de hoy, ¿cuál es ese?

La escribimos a la salida de la pandemia y estábamos en el horno. Pero el Uruguay de hoy es bastante complicado, volvimos a no tener una gran perspectiva al futuro, no sabemos hacia dónde vamos, tenemos un escándalo atrás de otro y debates súper fútiles, sin mayor perspectiva. Pero a la vez el Uruguay de hoy, por lo menos el Montevideo, es el que explotan los tambores todos los fines de semana o donde aparecen rondas de freestyle en Rivera, Tacuarembó, Maldonado. Donde a pesar de todo siguen pasando cosas hermosas como las ollas populares, que responden a una situación de mierda, pero que es increíble cómo la gente va a meterle noche por medio el hombro para sacar adelante al resto. Eso es el Uruguay de hoy, que es muy difícil pensar a futuro, que para la mayoría de los jóvenes es difícil tener una perspectiva de desarrollo, que es difícil llegar a fin de mes y, por ende, es difícil pensar en términos artísticos. Porque cuando todo tiembla decís: “Bueno, me voy a dedicar a llegar a fin de mes y se acabó”. Y sin embargo sucede, pasa.

Por Valentina Temesio