Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Cine
Sobres, sobres y más sobres

The Deuce: la saga que retrata la Sodoma y Gomorra que era la Nueva York de los setenta

Entre proxenetas, mafiosos, policías corruptos y todo tipo de marginados, la ciudad norteamericana poco tenía que ver con lo que es hoy.

17.06.2022 12:39

Lectura: 5'

2022-06-17T12:39:00-03:00
Compartir en

Por Manuel Serra

Cuando pensamos en Nueva York aparece, instantáneamente, la imagen de una ciudad modelo, summum inobjetable de la cultura norteamericana. Seguramente imaginemos el Central Park, el Empire State Building o el Madison Square Garden, enturbiando este pensamiento quizá solo el fatídico recuerdo del atentado del 11-S contra las Torres Gemelas. Pero solo con eso, con poca cosa más.

No obstante a ello, este New York edulcorado, de colores, casi de ensueño, no siempre fue así. Se construyó en base a sudor, sangre y fuerza bruta sobre otra ciudad completamente diferente, donde la moneda de cambio era muy distinta. La delincuencia, las drogas, la prostitución. Digamos, el vicio.

Y esta “Ciudad del Pecado” – en esa época, le combate de igual a igual el título a Las Vegas – es el lugar que tiene como escenario “The Deuce”, una serie de HBO, producida y coprotagonizada por James Franco, que retrata todo este mundo subterráneo y lascivo neoyorquino y su metamorfosis en el inexorable paso del tiempo.

Antes de proseguir, quien escribe ha de confesar que comenzó el primer capítulo de la saga – podemos llamarla así – sin demasiada expectativa, pero, a medida que fueron procediéndose las escenas, lo que comenzó como un mero sedante para pasar el rato en medio del pico de la pandemia, se convirtió en una obsesión.

La sinopsis que se puede leer en HBO Max la define como una “crónica de la legalización y el auge de la industria pornográfica en Nueva York”. Se queda muy corta. Es apenas un atisbo de una compleja historia que, además de ser un retrato certero de cierta época, puede, por momentos, hasta convertirse en un tratado filosófico.

Proxenetas, calles tomadas por prostitutas, policías corruptos que no dudan en hacerse con sus servicios, mafiosos, de poca, mediana y alta monta, bares de todo tipo y color, inadaptados veteranos de Vietnam, homosexuales que buscan salir adelante en Village, estudios pornográficos que innovan e inventan los fetiches eróticos que se repiten hasta hoy, feministas que buscan romper con esta industria en ciernes, otras que defienden el derecho de las actrices en vender su cuerpo si así lo desean, brokers de Wall Street que quieren meterse cuánta cocaína exista en el mundo. Esas son solo algunas de las pinceladas de un lienzo que tiene el vicio como centro, pero que aúna personajes variopintos en una orquesta que, aunque decadente, no deja de tener su armonía interna.

Vincent Martino, apodado como Vinnie, es quizá el centro neurálgico de todo esto y quien termina uniendo a todos estos seres que parecen moverse con la misma inercia que lo hace un borracho en busca del próximo vaso de whisky en el medio de una noche de juerga interminable. Es que esa Nueva York era una noche de juerga interminable.

Uno de los main songs todo a lo largo de la serie.

James Franco encarna con maestría a este bartender consumado que, por su buena relación con la mafia, que ni él sabe cómo logro, va haciendo una meteórica carrera de ascenso en la piramidal jerarquía de los negocios nocturnos de la época. Es lo más sorprendente, a su pesar. Él solamente quiere tener su bar, “y no dormir nunca”, según sus propias palabras… ya se imaginarán ustedes el porqué. Pero el mandato familiar, el cuñado que le reclama o su propio mellizo – también encarnado por Franco –, que es igual a él, solamente que le falta bastante de su inteligencia, lo van metiendo en una bola de nieve que, en algún momento, termina siendo más grande que él. Qué decir, más grande que cualquiera.

Y es a esta altura donde quizá se defina de mejor forma el funcionamiento de esa Nueva York maldita: sobres, sobres y más sobres. Una constante en toda la serie, y que puede ser un mensaje, no solo de cómo funciona esta ciudad, sino el mundo: siempre hay que pagarle a un pez más grande para existir. Las prostitutas al proxeneta, los dueños de los bares a los mafiosos, los gangsters a la policía. Y esto de todas las formas y combinaciones posibles.

Lo que es seguro es que a alguien le estamos pagando derecho de piso. Y por qué no pensar, o al menos preguntarse, si no es mejor sincerarlo de forma explícita que estar ciegos y creer como unos ilusos en una libertad que no existe. Todos estamos pagando. De una manera u otra. Y nadie, ni siquiera el que está más arriba, está exento de sus propias deudas. Porque siempre hay algo que necesitamos comprar y alguien a quién pagarle.

La saga muestra la evolución de todo este ecosistema del vicio en tres temporadas distintas: la primera desde inicios de hasta mediados de los 70, la segunda desde este punto hasta comienzos de los 80, y la última hasta casi inicio de los 90, en la que empezamos a ver la debacle de esta Sodoma y Gomorra norteamericana, este baluarte de la corrupción que parecía infalible.

Comenzamos a entender entonces que no solo las personas tenemos precio, también la propia ciudad tiene el suyo. Y el estado de Nueva York (y todo Estados Unidos) para poder convertir la ciudad en el sueño de la cultura americana también debió pagar. Y, por lo pronto, fue un precio para nada barato: debieron desembolsar sus miles de millones de dólares. No vendrían en sobres, sino en transferencia bancarias, pero la naturaleza es la misma. Ser la joya de la corona es algo que se paga todos los días. Y vaya si “The Deuce” lo deja claro.

*Esta nota fue publicada originalmente en la newsletter cultural "Qué tal, lector" el 23 de agosto de 2021.   

Por Manuel Serra