Por Nicolás Medina
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Córcega, la isla que combina mar y montañas, esconde más de lo que muestra a simple vista. Aunque se podría decir que es el lugar perfecto para escapar del mundanal ruido. Lo cierto es que bajo su superficie, en principio tranquila, se encuentran historias de radicalización política, resistencia y, sobre todo, una identidad que siempre ha estado a medio camino entre el mito y la realidad.
En el cine, Córcega ha sido constantemente retratada como un espacio conflictivo, donde la política, la memoria y la historia se entrelazan de forma compleja. À son image, la película de Thierry de Peretti, no es la excepción. Pero a diferencia de muchas otras producciones, no nos presenta una Córcega evidente. Nos da la Córcega de las sombras, de las decisiones no tomadas, de las vidas que podrían haber sido.
A lo largo de los años, Córcega ha sido la cuna de movimientos nacionalistas radicales, luchas que han sido tan internas como externas, tan personales como colectivas. Las historias que surgen de este contexto político nunca son fáciles. Las islas, y en especial Córcega, tienden a ser espacios que se perciben a través de las pasiones más intensas. No es una isla tranquila ni bucólica en el imaginario colectivo, sino un lugar donde la política invade todo. Es difícil hablar de Córcega sin que se mencione su relación con el Frente de Liberación Nacional de Córcega (FNLC) o sus luchas por la autodeterminación, que a menudo cruzan las fronteras entre la vida privada y la pública. À son image no ignora esta carga histórica, pero, al mismo tiempo, la desvía. La película no pretende ofrecer una lección sobre las luchas nacionalistas de la isla, sino que toma el conflicto como trasfondo de algo más cercano, más humano: las relaciones personales que se desintegran bajo el peso de la ideología y el compromiso político.
El cine político, en su forma más pura, se encuentra constantemente caminando sobre una línea muy delgada, peligrosa si la pensamos en términos artísticos. Si bien hay películas que se dedican a exponer de manera explícita las luchas sociales, políticas o ideológicas, muchas veces el riesgo de convertirse en un panfleto está ahí. El cine no debería ser solo un acto de propaganda, en todo caso podría operar como un vehículo para la reflexión.
Y el director francés, Thierry de Peretti, entiende este riesgo y lo sortea con astucia. Porque su nueva película, À son image no se presenta como un tratado político. La película se sumerge en lo personal, en lo individual, en los dilemas de alguien que no es militante, pero que está inevitablemente involucrado en un conflicto más grande que ella misma.
La novela en la que se basa la película de De Peretti, escrita por Jérôme Ferrari, ya era un reflejo poderoso de las tensiones internas de Córcega. Ferrari, con su estilo sobrio y su mirada penetrante, construye una historia que no se limita a ser una crónica política, sino una exploración de cómo las decisiones ideológicas transforman las vidas de los personajes. En el caso de À son image, Ferrari no se queda en los grandes eventos. Nos lleva a las historias mínimas, las del amor, la amistad y la traición. El conflicto no está solo en las calles, sino en los pasillos de las casas y en los rincones más íntimos de la vida cotidiana. Este enfoque, que equilibra lo político con lo personal, fue clave para que De Peretti decidiera adaptar la novela a la pantalla, no solo porque la historia le toca de cerca, sino porque entendía que la política no siempre se cuenta desde los grandes eventos, sino desde los gestos más pequeños.
La adaptación de una novela como À son image no es tarea fácil. De Peretti lo sabe bien, ya que no es la primera vez que aborda temas de nacionalismo y política en su carrera. En Une vie violente (2017), también se adentró en las tensiones políticas de Córcega, pero À son image se presenta con un enfoque diferente. Acá no hay un protagonista de grandes discursos ni líderes carismáticos que marquen el destino de la isla. En lugar de eso, el corso opta por una joven fotógrafa, Antonia, que se encuentra atrapada entre su amor por un hombre radicalizado y su deseo de permanecer ajena a los conflictos que arrasan con su entorno. La elección de este punto de vista, lejos de centrarse en el epicentro político de la isla, permite que la película explore los límites de la implicación y la pasividad en un contexto de violencia política.
La película arranca con un accidente de tránsito, que se presenta casi como una metáfora del choque entre lo personal y lo político. Antonia, la protagonista (interpretada por Clara-Maria Laredo), es una fotógrafa que está atrapada en una relación con Pascal (Louis Starace), un hombre profundamente involucrado en los movimientos nacionalistas corsos. La película no solo relata la historia de Antonia, sino que también captura la atmósfera de la Córcega de finales del siglo XX, marcada por la violencia política, los secuestros y las tensiones entre generaciones.
La fuerza de À son image, que siendo justos puede no ser mucha pero está presente, radica en su capacidad para mostrar cómo la política se cuela en las relaciones personales, cómo lo ideológico puede desbordar lo afectivo. A través de la historia de Antonia, De Peretti nos lleva a un lugar incómodo: ese en el que la política no es algo abstracto, sino algo que se siente en la piel. A través de una narrativa sutil y precisa, el film nos muestra cómo las ideologías pueden destruir lo que más importa, pero también cómo, a pesar de todo, los personajes tienen la capacidad de elegir. No es una película de respuestas fáciles, sino de preguntas incómodas, que nos obligan a mirar la historia de Córcega —y la propia— de una manera más compleja y profunda.
El pasado mayo en la Plage De La Quinzaine, en el marco del estreno de la película en el Festival de Cannes, y con traductora de por medio, LatidoBEAT habló con el realizador francés acerca de su sexta película.
¿Qué te llevó a querer adaptar la novela de Jérôme Ferrari?
Es un escritor de mi generación que vive exactamente donde yo vivo, en Córcega. Compartimos las mismas referencias en términos de nuestra percepción y visión acerca de los conflictos de Córcega. Hubo un momento en el que quise hacer una adaptación, y creo que recurrí a él porque para mí es un modelo a seguir, y también un par contemporáneo.
¿Qué aspectos de la novela querías dejar en la película?
Muchos, muchos aspectos. Pero lo más importante era el tratamiento del personaje principal. Porque era un personaje totalmente nuevo para mí, totalmente moderno. Su cuestionamiento constante, su espíritu, su humor, la manera en la que vive la violencia, y también la manera en la que cuestiona la fotografía, que es algo muy similar a lo que yo me cuestiono como artista.
En la película interpretás al personaje que le da esa cámara al protagonista. ¿Cómo fue esa decisión de incorporarte en la película?
Siempre que se toman decisiones sobre una película, son conversaciones muy, muy largas, en este caso con la persona encargada del casting. Ella ha hecho el casting de todas mis películas y somos colaboradores muy cercanos. Había como un consenso en que era una buena idea que yo interpretara a este personaje. Fue una conversación larga y al final acepté, pero no quería que tuviera demasiado significado. Fue algo natural, es mi formación, mi primera línea de trabajo fue ser actor, soy actor. Fue la primera vez que me vi actuando en una de mis películas, y fue una forma de compartir con el resto del elenco, de estar un poquito más metido en la historia de la familia. Por eso era importante para mí.
¿Y respecto a tu puesta en escena? ¿Cuáles eran tus principales prioridades al momento de crear la dirección de esta película?
La forma en la que trabajé con mi coguionista, Jeanne Aptekman, fue que cuando escribimos el guion intentamos configurar un estilo de narrativa sutil que recurriera a diferentes herramientas. Y esas diferentes herramientas dependen de los distintos elementos que hacen a la estructura narrativa de la manera que es. La voz en off, los planos secuencia, el diálogo con la literatura. Porque por supuesto hablamos de una adaptación de una novela, el material de archivo, y la fotografía. Y al combinar todos estos elementos de una manera específica, esperábamos poder pintar un cuadro que retratara un asunto realmente sensible donde los espectadores estuvieran atentos. Es importante que el espectador esté activo, y queríamos generar un sentimiento real cada vez que estos ataran los cabos de la película. Ese era mi objetivo, no sé si lo he logrado. Pero fue lo que intentamos hacer. Para mí también era muy importante lo que el espectador pensara sobre el personaje, sobre el inicio de la película. No quería generar un cambio radical de perspectiva, pero sí construir una relación diferente con la historia de como lo hace la novela original.
Siempre hay una línea muy delgada cuando uno habla de política en una película. ¿Cómo encontrás el balance para que la película no se vuelva algo totalmente político?
Esa era una de las preguntas más importantes para mí. Se me hace difícil teorizarlo, pero para mí era importante que la película se revele constantemente para el espectador. Creo que las experiencias más impresionantes como alguien que va al cine es cuando la película se va revelando constantemente. Es fascinante cuando una película se abre, y de repente se vuelve algo totalmente diferente. Como espectador, es una de mis sensaciones favoritas cuando la película me revela algo que no esperaba. Con esta película, nuestra intención era hacer un melodrama político, algo que normalmente no iría de la mano. Una cosa es el melodrama y otra cosa es una película política. Pero queríamos que estas dos dimensiones diferentes estuvieran interconectadas, y que hubiera un hilo que uniera ambas cosas. Ese hilo es el personaje de Antonia.
Creo que hay algo metalingüístico en el hecho de que Antonia emplea una actividad relacionada al arte visual. ¿Intentaste incorporar esto en la película?
Todo eso creo que se hace mediante la combinación de diferentes elementos plásticos, como el uso de los planos fijos y las fotografías, por ejemplo. Y la idea de la película era que fuera capaz de producir por sí misma una especie de paisaje visual. Puede que la película no tenga grandes imágenes, pero no queríamos que se consumiera a sí misma. Queríamos permitirle a los espectadores crear su propio paisaje.
¿Qué esperas de la audiencia internacional? ¿Hay algún tema actual con el que quieras que la película dialogue?
Para mí es sumamente importante presentar esta isla. Este territorio que es Córcega, con su propia historia y su propia gente, e intentar conectarla con otras naciones y personas que existen en Europa. Lograr decirle a los espectadores que es posible conectar con lo que sucede en otras naciones, naciones que sufren violencia y políticas radicales.
Por Nicolás Medina
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