Por Delfina Montagna | @delfi.montagna
Decir que el terror está de moda no tiene sentido: el miedo siempre está ahí, nace de la necesidad de dar forma a nuestras propias ansiedades o de salir de uno mismo, enajenarse, desconocerse. El miedo es una droga potente y siempre a mano.
La literatura argentina de terror tiene encarnaciones recurrentes, que repiten mil veces lo mismo, como los fantasmas. También tiene encarnaciones diferentes, comunicadas o totalmente aisladas y otros miedos más globales como la aniquilación del planeta, o desvíos retorcidos de nuestra relación con la tecnología.
Ningún miedo es más verdadero que el otro. Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Agustina Baztarrica son tres escritoras que supieron cómo asustar y encantar en iguales medidas, convocando a cada uno de estos espectros con su grácil gimnasia narrativa.
El ojo que todo lo ve
Puede ser gracioso leer ahora cómo Ray Bradbury se imaginaba un futuro distópico en Crónicas Marcianas (1950), donde aspiradoras recorrían por cuenta propia los hogares y las luces se podían prender con dos aplausos. Pero el límite entre la ciencia ficción y la realidad se pone realmente difuso cuando nos movemos en el orden de lo posible.
Cuando Schweblin publicó su novela Kentukis (2018), nosotros ya nos pasábamos todo el día filmando los detalles más nimios de la vida cotidiana para subirlos a redes sociales. Ni imposible ni inusitado, Kentukis es el deseo de mirar y ser mirado llevado hasta sus últimas consecuencias.
En efecto, no sería imposible que se pongan de moda unos peluches con cámaras en los ojos que puede controlar a cualquier persona desde cualquier lugar del mundo. No sería raro que de un día para el otro, todos nos dividamos en dos bandos de usuarios, el que quiere ver y el que quiere ser visto.

“Kentukis no habla del futuro y no implica la existencia de ninguna tecnología nueva. Y sin embargo, la vieja idea de ciencia ficción late evidentemente entre líneas. ¿Qué nos pasa cuando aceptamos con tanta naturalidad estas tecnologías en nuestras vidas, pero tomamos tanta distancia cuando están puestas sobre el papel?”, comentó su autora en una entrevista de 2018 con Letras Libres. Y, aunque todo sea tan normal, “alguien te está mirando” son cuatro palabras que bastan para espantar hasta al más bravo.
Quizá lo más realista de este relato es su abordaje personal e íntimo, y el hecho de que simplemente cubrió todo el espectro: desde una señora mayor que lo usa sin entender realmente qué es, hasta un kentuki que podría salvar a una víctima de la trata, a un padre desesperado que busca algo de la aprobación de su hijo adolescente.
No se trata de un rasgo exclusivo de esta novela; los personajes con los que es tan fácil identificarse son una constante en la narrativa de Schweblin. En Siete casas vacías (2015), es tan fácil entender a la anciana que está obsesionada con dejar todo en orden para el día en que fallezca, como al pobre señor que cae todos los días avergonzado en el patio de su vecina porque su mujer revoleó otra vez por la ventana toda la ropa de su hijo muerto.

Siete casas vacías, Samanta Schweblin (2015)
“El día en que cumplí ocho años, mi hermana —que no soportaba que dejaran de mirarla un solo segundo— se tomó de un saque una taza entera de lavandina”, es un inicio de cuento que cautiva y hace reír a cualquiera, incluso a los que no tienen hermanos menores.
Pero la magia radica no en la facilidad de empatizar con estas situaciones per se, sino en la acrobacia de su autora, que logra que el lector le crea hasta a un chico perverso que migró su personalidad en dos cuerpos para no morir intoxicado, como es el inquietante David de Distancia de rescate (2014).
El legado de la noche
Nuestra parte de noche (2019) es un gran homenaje al poema de Emily Dickinson "Our share of night to bear", que explora la experiencia humana de la oscuridad, siendo la Oscuridad con mayúscula el principal monstruo de la novela.
Hay médiums, talismanes, evocaciones y una Orden con Iniciados que celebran Ceremoniales para convocar espíritus, hay una posibilidad de vida eterna. Aunque el relato sea largo y su trama intrincada, no cuesta entrar y aceptar los términos de este mundo sobrenatural.
Quizá, por eso se tradujo a 23 idiomas, ganó el premio Herralde, se reconoció como la inauguradora de un nuevo género gótico latinoamericano o la nueva literatura paranormal. Quizá, por eso se transformó en un clásico instantáneo.

El ángel caído de Alexandre Cabanel (1847)
Pero, por muy alejados de la realidad que puedan parecer todos estos elementos, el relato tampoco se aleja demasiado de lo posible. Los que tienen las riendas de este culto macabro son nadie menos que los Bradford, una familia inglesa que participó de la “Campaña del Desierto” y la repartija de los campos argentinos. Para no quedarse atrás, también mantuvieron vínculos con la última matanza masiva, la dictadura militar del ‘76, que les ofrecía algunas de sus víctimas para sus rituales mutiladores.
Pero el “terror rioplatense” es más sí mismo que nunca con algunos detalles de quienes quieren escapar de los villanos de esta historia, devotos del santo popular del cono sur San La Muerte, fluidos en el idioma guaraní. En esta novela de 672 páginas, la voz de Enríquez logró convocar a un relato capaz de paralizar a un ángel y así convertirse en la reina de lo macabro.
Sabemos que es una investigadora compulsiva. Que no se iba a lanzar a escribir sobre fantasmas antes de saber cómo era el asunto en la época medieval, qué tal son los fantasmas japoneses (implacables, por cierto) o llegar al punto de decirle a Rodrigo Fresán, “dame todos los libros que tengas sobre fantasmas, pero que no sean de ficción, porque esos ya los leí todos”.
En el primer cuento de Un lugar soleado para gente sombría (2024), si bien hay fantasmas y son sin dudas tenebrosos, más tenebrosos son los vecinos terribles de un barrio caído en la desgracia social, que se esconden “bajo las máscaras de clase media y buena vecindad”. ¿Cuánto mejores que los ladrones son estos sujetos que proponen exhibir las cabezas de los delincuentes en una pica como en la época colonial?

“Es horrible lo que pasa, pero ellos son todavía más horribles”, cuenta la protagonista sobre sus vecinos y sus reuniones de “seguridad”. Es allí donde aparece el personaje de Matías Berardi, que fue realmente secuestrado en el barrio de Campana (Buenos Aires) en octubre del año 2010 y logró huir de sus captores y pedir ayuda a los vecinos, quienes pensaron que era un ladrón. “Matías tenía el miedo impregnado, la adrenalina de su última noche cuando, además de morir, supo que estaba solo, que nadie iba a ayudarlo”, se imagina Enríquez.
¿No es acaso tenebrosamente cotidiano hablar con un cirujano que enarbolará un cuchillo sobre nuestros vientres? Metamorfosis, el único cuento no-fantasma de su último libro, se acerca más a la comedia que al miedo. Sin dudas, se trata de una risa cómplice; todos podemos empatizar con una protagonista que se indigna porque nadie te avisa que el cuerpo se arruina y que quiere matar a sus coetáneas con vientres planos y caderas estrechas y pantalones que caen perfecto.
La anatomía del miedo
Cadáver Exquisito (2017) es un relato anti-especista donde los animales brillan por su ausencia y lo más tenebroso para un ser humano es el semejante. La sociedad queda otra vez dividida en dos grupos: los que comen y los que son comidos.
No sabemos si hubo una verdadera crisis ambiental, o la máquina de matar funciona únicamente con la perversidad humana como motor. Se supone que los animales contrajeron repentinamente un virus que hizo que consumirlos fuera letal, pero también puede que sea un intento de la política de manejar la superpoblación, como quien intenta tapar el sol con la mano.
Más que con un futuro distópico, Bazterrica nos pone de cara con la arbitrariedad de la norma, el poder del lenguaje de configurar lo social y el carácter convencional de todo lo que es real: en el frigorífico se llaman cabezas, lotes, hembras y machos. Sin cuerdas vocales, son incapaces de hablar, de ingresar en el plano de lo humano. En las casas, son “carne especial”: hígado especial, bife especial, costillas especiales.

Cádaver Exquisito (2017), Agustina Bazterrica
Como con los animales, hay quienes ilegalmente los hacen pelear para su propia diversión, y apuestan por el ganador. Incluso están los selectos que tienen “cabezas” vivas en la ciudad, y las pueden ir comiendo poco a poco; primero un brazo, luego el otro. Existen también los sin techo, los linyeras que no tienen para comer y se roban los cadáveres. Por eso, los que se pueden dar el lujo, piden ser cremados
Aunque el horror de esta historia no sea fantasioso sino todo lo contrario (te vas a imaginar en carne propia constantemente cómo inseminamos a las vacas, las hacemos tener más y más hijos y lactar toda la vida), lo más aterrador no es su cristalina distopía. Con un final que es como un relámpago en lo absoluto, se vuelve terriblemente evidente que lo que más debemos temer es a la ambiguedad humana.
Condensando división y mutilación, Las indignas (2023) sucede en otro mundo arruinado por nuestra imprudencia ambiental. El único refugio es regido por un culto que venera a un Dios que simboliza al patriarcado e impone una taxonomía humana tan cruel como efectiva.

Las peores son las Indignas, torturadas por ser menos puras que las Santas Menores (con ojos cosidos), que las Auras Plenas (con tímpanos perforados) o las Diáfanas de Espíritu (con dientes y lenguas arrancados). Todas ellas son inferiores a Las Iluminadas, a quienes se les revelan los pasos a seguir para esquivar a la muerte. En este ensayo sobre los peligros del fanatismo y el fascismo interiorizado, Bazterrica se pregunta por la posibilidad de cometer las mayores atrocidades en nombre de la fe.
El horror es un alfiler que punza e hila los tiempos con la tanza de una emoción humana esencial.
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