Ruptura. Podría resumirse así. La historia corta contiene únicamente esa palabra. La RAE define “ruptura” de dos formas. Como “acción y efecto de romper o romperse” o “rompimiento de relaciones entre las personas”. De ahí también deriva el “rupturismo”, una característica de los movimientos de vanguardia artísticos que consiste en cuestionar lo establecido.

Una grieta en el pavimento. Un rayo de sol colándose entre dos nubes en el cielo de una tarde lluviosa. El ruido de un vidrio chocándose con el suelo. La transformación de la materia. Los siete minutos y cuarenta y dos segundos de “Tender”, la primera canción de 13, el álbum que Blur lanzó el 15 de marzo de 1999.

13 colisionó con todo. Con los discos que habían hecho anteriormente. Con el público, que se encontraba oyendo coros de góspel en el nuevo álbum de una de las bandas estandarte del britpop. Con ellos mismos. 13 fue una proyección de las grietas e inquietudes con la que todos los integrantes cargaban por ese entonces. Trece canciones, un número que según los supersticiosos es mal augurio. No solo estaban presentes las dos definiciones que provee la RAE, sino que incluso había más. Como aditivo, ocurrió en las vísperas del nuevo milenio.

Las dos mentes creativas en Blur se encontraron entre rupturas. Sin embargo, las consecuencias de cada una de ellas no inspiraron lo mismo para ambos. Entonces se dio el choque. Uno que constituye el espiritu de 13. Se encuentran tantas concordancias como diferencias en sus canciones. Las distorsiones parecen ser constantes, los cambios de ritmo repentinos también. Pero aun, por momentos, aparecen resistencias al cambio. Vestigios de esos otros cinco discos que los habían catapultado a la fama. El góspel y la experimentación con instrumentos como el Optigan, un órgano óptico que suena en la canción “Optigan 1”.

La recepción de la crítica fue positiva. Los adjetivos “denso” y “cerebral” se presentaron más de una vez. 13 no es un disco para escuchar a la ligera. Tampoco es un disco para saborear de a partes, conforme a la tendencia actual que impulsan las plataformas digitales. Pero hacerlo a la antigua, proponerse escucharlo de principio a fin, es atenerse a descubrir el costado artístico más crudo y visceral de la banda. La voz de Albarn, que por momentos se resquebraja. La sensación de estar perdido, de no saber para dónde va a ir la melodía.

“Para crear algo, hay que destruir otra cosa”, afirmaba Mefistófeles, el antagonista del Fausto de Goethe. La ley de conservación de las masas constituye que la materia no se crea ni se destruye, sino que se transforma. 13 es la bocanada de aire que sus integrantes dan después de estar sumergidos más tiempo del recomendado en el agua. Un martillazo en una pared. Un grito que surge desde el silencio y reverbera.