Por Agustina Lombardi
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“Empecé a hacer mi primera dieta a los 8 años. Mi relación con la comida siempre fue desde un lugar restrictivo, con conductas compensatorias; si me como una hamburguesa, de noche tengo que comer una ensalada y salir a correr tres horas para bajar las calorías”. 28 años después, Victoria Ripa dice que el feminismo la ayudó a darse cuenta que disfrutar de su cuerpo también es un derecho. Por eso es activista por la diversidad corporal y forma parte del Colectivo Diversa, que surgió en 2022 como espacio para retomar la discusión sobre la ley de talles —que Victoria había comenzado en 2020— e incentivar que el Parlamento, algún día, la vuelva efectiva. También de niña, a lo que más le gustaba jugar era a “la música, el escenario y el cantar”. Hoy el juego lo vive en la realidad como vocalista de Croupier Funk, junto con los 11 músicos que la acompañan.
Pero todo ese “disfrute” de lo “instintivo” que sentía en la niñez, lo “reprimió” por unos años.
Por más que en su adolescencia le dijeran “cantate una” entre amigos o familia, Victoria empezó a visualizar su carrera musical a los 25 años, cuando, por primera vez, hizo clases de canto con Camila Sapin, después de una “crisis vocacional” que la llevó a aceptar que ni la biología ni la veterinaria ni la Facultad de Ciencias eran la suyo. Pero, entre el juego de la niñez y la realidad de la adultez, asocia la música a comentarios como “Vicky canta bien”. En 2013, después de animarse a probar, la llamaron para ser la vocalista de Croupier Funk, su primera experiencia en todo “el meollo” musical.
Tener el rol de “frontwoman” la llevó a exponer su cuerpo en cada show de la banda; se disfrazan, usan prendas coloridas, transparentes, animal print, reveladoras. De alguna forma, ser cantante la llevó a ser activista: “En Croupier empezaron a desplegarse un montón de cosas: desde la parte musical, que tiene que ver con cantar un show entero, a preparar mi cuerpo para un escenario. Fueron dos procesos que empezaron a surgir juntos: ser cantante y empezar a ser activista por la diversidad corporal”.
Sos cantante pero empezaste clases de canto recién a los 25, a partir de eso comenzó a desarrollarse tu carrera. ¿Algo te detuvo a encarar eso antes?
Es algo que todavía estoy desglosando, no lo tengo tan claro. Lo que sí creo es que, en algún punto, sentía una especie de represión de mí misma. No pensaba que dedicarme a la música fuera una posibilidad viable. Mi papá (Gustavo Ripa) es músico, guitarrista y, por suerte, siempre le fue más o menos bien. Pero, también, para poder trabajar en la música, tuvo que abrir una productora de audio. Eso me llevó a pensar que se podía vivir, pero no solo siendo cantante. Hay matices, como la docencia, que fue algo que descubrí después de empezar a cantar.
¿La represión que sentías era solo por un tema laboral?
La vergüenza siempre estuvo ahí, que tiene que ver con el cuerpo. Cantar tiene algo bastante particular que no sé si lo tienen los otros instrumentos, no lo puedo decir porque no toco ningún instrumento que no sea la voz y no quiero hablar de atrevida, pero creo que sí es un instrumento de mucha vulnerabilidad, porque cuando cantás estás casi desnuda ante la otra persona. Creo que es más difícil cantar que desnudarse delante de alguien, hay mucha información de lo que uno es. También, en algún punto, ser validado es parte de la retroalimentación de seguir haciendo en el ámbito artístico.
¿Tenías miedo a que te juzgaran?
Sí. No entendía mucho de dónde venía la idea de que yo supuestamente cantaba bien. Como mi padre era músico, era una presión que yo sentía; un tema mío, no de los demás. Capaz que, en esa presión, había una exigencia de tener que hacerlo perfecto y surgía una inseguridad porque no me salía impecable. Esa autoexigencia te empieza a bloquear: ¿para qué me voy a tirar al agua si es mucho lo que hipoteco?
Cómo nos percibimos tiene que ver con la autopercepción, pero también con la mirada de los demás. Entonces, el no sentirme representada positivamente sin duda fue algo que… no conscientemente, porque en ese momento ni pensaba en términos de representación, pero capaz sentía que a otra persona que cantara —como yo pero de otro aspecto—, sí le iban a dar una oportunidad y a mí no.
¿Tenías referentes mujeres?
Yo vengo de la música popular uruguaya, eso se escuchaba en casa, y una de las grandes referentes es Laura Canoura. Fue de las pocas mujeres que escuché de niña, capaz en la escena musical había más, pero no se difundían, no eran tan protagonistas. Mi tía Flavia Ripa también formó parte de proyectos súper lindos. Cantó con Eduardo Mateo. Siempre escuché su voz en mi casa y en las juntadas familiares.
En mi adolescencia empecé a escuchar mucho más pop, y como yo no había nadie. Siempre fue todo súper hegemónico en el mundo del pop; Britney, Christina, las Spice. Beyoncé, que como cantante es indiscutible, pero escénicamente me ha inspirado en un montón, presentaba otra diversidad.
¿Cuándo fue la primera vez que escuchaste sobre feminismo?
Escuché la palabra machista muchos años, pero capaz que sin entenderla con la claridad que hoy la entiendo gracias al feminismo. Creo que debe haber sido a mis 25 o 26 años.
¿Qué pensabas en ese momento?
Le empecé a dar bola desde un primer momento porque, en muchas cosas, me sentía identificada, iniciando por el acoso callejero. Después, cosas que uno va desglosando, más hacia el micromachismo. Además, siento que el feminismo te empieza a dar unos nuevos lentes con los que mirar el mundo, entonces se te da vuelta todo. Está buenísimo.
¿Cómo fuiste internalizando el feminismo en tu vida?
Lo primero que entendí fue que no era una cosa opuesta al machismo, que es de las cosas más luminosas del feminismo. No tiene que ver con una oposición, sino que, justamente, se trata de la igualdad de derechos. Cuando entendí eso, empecé a incorporar el feminismo mucho más y entenderlo en las acciones de lo cotidiano, en mis vínculos. Fue un proceso que llevó su tiempo entender, porque básicamente casi todo lo que sucede está teñido por el machismo, es el sistema estructural en el que vivimos. Se manejan conceptos como “muerte al macho”, pero al macho como figura y no a la persona hombre en sí misma. Hay un montón de cosas que no se entienden bien.
Dentro del feminismo se plantea que, históricamente, se construyó un modelo femenino en la sociedad que define cómo las mujeres deben comportarse. ¿El feminismo te llevó a deconstruir lo que pensabas que vos deberías ser?
Sí, sin dudas. El tema del deber ser y de las presiones innegables que tenemos las mujeres es muy heavy. Aplica desde la construcción de una pareja, a los vínculos que uno tiene, con cómo te relacionás con el mundo desde tu ser mujer y desde qué lugar y rol se supone que una tiene que obrar. Algo que trae el feminismo es el no juzgar al otro y empatizar con las decisiones y las formas de ser.
Creo que de las cosas que más me costó fue mi vínculo de pareja. Al principio una da por sentado determinados roles. Una cosa son las tareas de la gestión del hogar, y uno se puede dividir las tareas, pero también influye la educación; qué le habían enseñado a uno o al otro. En todas esas cosas, que antes normalizaba o no me parecían tan graves, el feminismo empezó a cambiar mi forma de ver la vida. En mi pareja me ayudó a visualizar cosas que no quiero repetir, que me parece que no son justas y que hay que concientizar. También en cómo ser madre. Ser madre separada es todo un viaje. Seguís luchando contra un montón de cosas machistas y, a veces, la respuesta es: “Porque sos la madre”.
A medida que fuiste reconociendo el feminismo en tu vida, ¿tomaste alguna decisión específica fomentada por esa deconstrucción?
Sí: nunca más hacer una dieta restrictiva. Tiene que ver con lo que la sociedad espera de mí: que tenga otro tipo de cuerpo. Y me lo exige mediante la violencia gordofóbica que recibo desde que soy niña, y así todo con mis privilegios que me han dado un montón de oportunidades. Al empezar a ser activista por la diversidad corporal y entender que mi cuerpo no estaba mal ni enfermo por ser gordo, entendí que no tenía que cambiar, porque no le debo otro cuerpo a la sociedad. Dejé de pensar que era un cuerpo de tránsito.
¿Cómo influyó el feminismo en eso?
Gracias al feminismo y el activismo empecé a escuchar referentes que me decían que mi cuerpo no estaba mal, que mi cuerpo no tiene que estar enfermo por ser un cuerpo gordo y que hay salud en todos los talles. Siempre estuve intentando adelgazar por un tema de salud cuando, en realidad, todos mis análisis estaban bien. Entonces, ¿por qué quería adelgazar? ¿Por salud o por un tema estético? La cultura de la dieta es muy inteligente y te hace creer que estás adelgazando por salud y no es así, estás adelgazando por gordofobia porque sabés lo que significa ser gordo en esta sociedad. La ciencia estudió que el 95% de las personas que se someten a dietas restrictivas recuperan su peso entre dos y cinco años. Creo que es un tema que el feminismo tiene que poner arriba de la mesa: la violencia estética, la gordofobia y la cultura de la dieta. Tiene que ver con mi derecho como mujer. Esto que sufro yo como mujer gorda también lo sufren hombres, pero no en la misma magnitud, justamente. Yo soy gorda y soy mujer: voy a tener muchísimas más violencias que un hombre gordo. Creo que, el empezar a entender mis derechos como mujer, me permitió entender a mi cuerpo como un derecho.
¿Qué le dirías a tu mujer de 20 años?
Le diría que se ponga a estudiar canto cuanto antes. Creo que le diría: cuidate valorando lo que sos. Todo lo que una vale por el simple hecho de ser hay que sostenerlo como un derecho, porque la discriminación hace que te sientas invalidada en un montón de cosas y no merecedora de un montón de cosas. Fue un proceso que tiene que ver con el feminismo pero también con la edad, de ir construyendo otra madurez.
En la conformación de Croupier Funk siempre hubo más hombres que mujeres. ¿Qué sentías respecto a eso?
Actualmente soy la única mujer en la banda. No es fácil estar en un grupo que son todos hombres, en algunos momentos me he sentido incómoda. Por suerte es una banda con la que puedo hablar del tema, sino no estaría. Me siento apoyada y respaldada. Se generan instancias de diálogo respecto a estas cosas y eso es súper importante. Hay algunos varones que se lo cuestionan y otros que no tanto, o les cuesta bajarlo en actos muy concretos y cotidianos. Ser la única mujer arriba del escenario me gusta, porque es mi banda y son mis amigos. Pero me encantaría que hubiera más mujeres por la energía en sí misma, de compartir, de generar los espacios para que nos sintamos más representadas.
¿Sentías que tu trabajo era más desafiante por ser mujer?
Sin duda. Creo que las mujeres tenemos que hacer un esfuercito más para que nos escuchen. Es un proceso que hemos trabajado, hoy por hoy no lo siento así, por suerte. También, en el escenario, se espera más de una mujer que de un hombre. En algún punto yo aprovecho eso, porque el escenario es una plataforma de activismo. En las composiciones he planteado cambiar determinadas letras porque ya no me siento cómoda. Pero en general las letras de Croupier no van por ahí.
En los shows de la banda siempre usás vestimenta reveladora: ¿cómo te sentías cuando arrancaste y cómo te sentís ahora?
Al principio bastante más tapada que ahora, con mucha más vergüenza. No tenía ningún instrumento para esconderme; era yo con mi cuerpo y mi voz. No me quedó otra que empezar el proceso de buscarme y quererme. Empecé a utilizar el escenario como plataforma de activismo, mostrando que mi cuerpo es un cuerpo como cualquier otro, que me puedo poner lo que tengo ganas porque es mi derecho. Lo disfruto mucho desde ese lugar. Aprovecho para ponerme prendas que en la vida civil cotidiana no uso.
¿Qué pensas que le podés dejar a las mujeres?
Creo que les puedo dejar representatividad positiva. Eso me parece algo muy importante en cuanto a la corporalidad. También el no juzgar; la empatía es algo que trato de generar. La fuerza, la sensibilidad. Un poco lo que soy.
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El feminismo y yo es una serie de entrevistas a mujeres referentes en el ámbito de la cultura realizadas por el equipo de LatidoBEAT. Habrá una nueva lectura cada sábado de marzo.
Por Agustina Lombardi
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