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Whiplash: cuando el inconformismo se convierte en una tortura en clave de jazz

El camino por la superación, las causas de por qué hacemos lo que hacemos y el peligro de transformarnos en nuestros propios verdugos.

26.09.2022 16:05

Lectura: 6'

2022-09-26T16:05:00-03:00
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Escribe Diego Sardi* | @DSardi

A veces, cuando estoy dando vueltas en la cama reflexionando sobre la existencia, practico ser mi propio terapeuta y me pregunto: “¿Qué quiero?”. En la vida, en general. Para responderme enumero algunas metas laborales, proyectos personales y tipo de vínculos que me gustaría desarrollar. No me quedo conforme con la respuesta y se me dificulta más conciliar el sueño. Entonces, continúo mi análisis preguntándome por qué quiero todo eso y descubro —o me acerco a— otras tantas necesidades que me habitan, disfrazadas de esas metas profesionales y de vida que me respondí al principio. Me desvelo. Me doy cuenta de que de verdad no quiero lo que quiero, y que alcanzarlo todo quizá no resuelva nada de lo que de verdad necesito. Y ahí me obligo a interrumpir mi sesión de autoterapia para poder dormir.

En medio de la noche, en una sala del reconocido conservatorio de música Shaffer, Andrew Neiman, un joven inseguro pero determinado, está solo practicando batería con el objetivo de ser uno de los mejores músicos de jazz de la historia. Sabe que se encuentra en un mundillo competitivo donde se requiere de mucho esfuerzo para destacar, pero está dispuesto a hacer los sacrificios necesarios para llegar a donde quiere. La oportunidad de alcanzarlo parece irrumpir cuando Fletcher, un profesor prestigioso y conocido por llevar a la orquesta de la escuela al triunfo en las competencias, lo convoca a tocar para él. Pero su fama no se debe solo a sus logros, sino a sus métodos controversiales para que los alumnos den lo mejor de sí.

La sola presencia de Fletcher en la sala genera ansiedad, dado que nunca se sabe cuál de sus dos caras te tocará. Es capaz de inspirar admiración y terror a la vez. Con sus carismáticos ojos azules puede llenar de confianza a sus estudiantes, mientras que con sus gritos e insultos logra romperlos por dentro. Es que el profesor está convencido de que es necesario exigir a las personas más de lo que se espera de ellas para que saquen lo mejor de sí. Cree que darles palmaditas en la espalda es nocivo, por lo que recurre a la manipulación psicológica y a la violencia física en clase. “No hay dos palabras más dañinas en el idioma que ‘Buen trabajo’”, le dice a Andrew, quien entiende la diferencia entre “bueno” y “excepcional”. Para el protagonista, el profesor es una suerte de dios cuyos estándares casi inalcanzables se desvive por cumplir, a pesar de que le cueste sangre, sudor y lágrimas. Pero, mayormente, sangre.

Como plantea el director de la película, tanto el joven músico como el profesor confunden trabajo duro con sufrimiento. Andrew cree que el dolor que le inflige el profesor es necesario, no solo para alcanzar el éxito, sino para huir del fracaso. Mientras que la grandeza, para el protagonista, la encarna Fletcher, la mediocridad está personificada en el entorno del joven. El padre es un escritor que no ha publicado nada y ahora es profesor de liceo. La chica con la que sale le cuenta despreocupada que no sabe en qué se quiere especializar. Tanto alumno como maestro sienten pena por los conformistas y cobardes que no se esfuerzan lo suficiente para alcanzar lo que quieren o que directamente no tienen objetivos. Por eso, cuando ellos mismos no logran lo que se proponen, se contaminan con resentimiento, rencor por el que es mejor que ellos y odio por sí mismos.

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Título original: Whiplash / Director: Damian Chazelle / Año: 2014

País de origen: Estados Unidos / Duración: 1 hora y 46 minutos / Disponible en Netflix

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Y como es de esperar, la relación tóxica que entablan Andrew y su profesor no tarda en salirse de control. La obsesión del joven por ser el mejor se convierte en un veneno que lo lleva a lastimar a sus seres queridos y a sí mismo, cruzando límites muy peligrosos para cumplir con las expectativas de su maestro. La violencia de Fletcher alcanza unos niveles de crueldad que compromete el bienestar de sus estudiantes con tal de llevar a la banda a un nuevo triunfo. 

¿Cómo es que un viaje inspirado por el amor al jazz y las ganas de crecer como músico se convierte en algo tan autodestructivo? ¿En qué momento se vuelve normal que la batería de Andrew esté cubierta de sangre y sus manos rotas? ¿Qué más late en este personaje que se confunde con su pasión por la música? Y la respuesta parece ser clara. Ni bien el joven entra a la orquesta de Fletcher, su deseo de convertirse en un gran baterista se mezcla con la necesidad de aprobación de su profesor, que parece ser el que determina quién tiene la grandeza dentro y quién no. Y más que la música, el joven añora la grandeza, porque tiene un vacío que lo vuelve alguien inseguro y que trata de llenar con la validación de quien admira. Es que el dolor de no saberse valioso puede llevar a las personas a tomar medidas desesperadas con tal de sentir que son suficiente. Como dice en una cena familiar: “Prefiero morir quebrado y borracho y que la gente hable de mí, a vivir rico y sobrio hasta los 90 sin que nadie me recuerde”.

Probablemente no siga desdoblándome en mi propio terapeuta para asegurarme de que quiero lo que quiero por las razones “adecuadas”. Me parece un ejercicio casi esquizofrénico y se me está haciendo muy difícil dormir. Y ni siquiera sé si hay tal cosa como razones correctas o incorrectas para querer algo. Pero sí trataré de observar con atención cómo es mi camino hacia lo que quiero, porque conseguir lo que supuestamente me permitirá crecer no debería llevarme a la destrucción. Como lo cuenta la película, en el momento en que pasamos de querer lograr una meta a desvivirnos por alcanzarla, como le pasa a Andrew, hay algo en nuestro viaje que se está confundiendo. Un camino que surge del amor a algo no debería estar lleno de sangre y odio.

*Diego Sardi (Montevideo, 1990). Productor de contenidos audiovisuales y docente. Es coordinador académico del departamento de Cine y TV de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo. Cursó una Maestría en Producción de Cine en Columbia College Chicago. Trabajó en Chicago y en Los Ángeles para productoras de cine y TV, en el Sundance Institute y el Festival de Sundance en 2017.