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Contenido creado por Agustina Lombardi
Entrevistas
Del pogo al sismo

YSY A: “Si quiero ser el mejor artista argentino tengo que superar al Indio”

El trapero argentino YSY A, fundador de El Quinto Escalón, estuvo en nuestro país para sacudir el Antel Arena y presentar “Ysysmo”.

27.12.2022 16:10

Lectura: 29'

2022-12-27T16:10:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

Hace algunas semanas regresó a nuestro país el trapero argentino Alejo Nahuel Acosta, más conocido como YSY A, aquel que en junio había agotado las localidades de su doble presentación en la Sala del Museo. Esta vez había doblado la apuesta con un concierto en el Antel Arena, pero las entradas se volvieron a agotar.

Con tan solo 24 años, YSY A es mucho más que un trapero oportunista colgado de la moda del género y las bondades del autotune. Hace más de una década que Alejo comenzó a edificar su carrera con arrojo y determinación. Este audaz músico de lengua filosa, fraseo interminable y total autoconvicción se fogueó en la escena del freestyle, esa contienda callejera de rap, cuando apenas había cumplido los 13 años. Sin ser del todo consciente, había creado El Quinto Escalón, una pugna dialéctica musical de la que apenas más tarde emergerían: Duki, Wos, Trueno, Paulo Londra y por supuesto YSY A.

Un lustro atrás, Alejo había decidido bajar el portón y evitar que los intereses comerciales infectaran aquel encuentro pasional. La pelea de gallos no debía ser por dinero, sino por amor a la cultura hip hop y la pelea debía ser con uno mismo y no con el rival de turno. Cerrar el certamen puso a YSY A en otro escenario, el de la composición musical. Ya no había que crear a contrarreloj para responder al contrincante ni hacer curadurías del evento, sino encerrarse a escribir, grabar y desplegar una verdadera carrera musical. Con escaso dinero, pero sobrada osadía y coraje, Alejo comenzó a recorrer las provincias argentinas con un pendrive con pistas sobre las que rapear y, a los pocos meses, su nombre ya sonaba con fuerza y destellaba en las marquesinas de cada lugar.

Con cinco álbumes publicados, decenas de simples, varias colaboraciones, un cómic con su historia y millones de seguidores, YSY A se posiciona como una de las estrellas contemporáneas de la música argentina y va tras el cinturón del Indio Solari para superar el pogo más grande del mundo. De hecho, su más reciente trabajo se llama Ysysmo, una mezcla entre su apodo y el temblor que se jacta de haber provocado tras su presentación en el Estadio Obras Sanitarias.

En esta entrevista de largo aliento, YSY A cuenta de sobre sus orígenes, su desvelo, su preparación, su deseo, sobre los “amigos del campeón”, sobre aprender por equivocarse y volver a arriesgar, de la autogestión, del delirio y la oportunidad, de las joyas y la ostentación, la mansión y el auto de alta gama, de su sala Sponsor Dios y de ser campeón y acordarse de ser argentino más seguido que cada cuatro años.

Foto: Agustín Frugoni

Foto: Agustín Frugoni

Regresás a Uruguay luego de agotar, en muy poco tiempo, las localidades del Antel Arena. ¿Cómo fue tu primera experiencia, hace unos meses, en Uruguay?

Este año vinimos dos veces. Montevideo es una ciudad a la que he venido bastante, ya desde la época de las competencias de freestyle, hemos venido acá y plantado bandera. Este año estuvo muy bueno porque vine a las dos fechas que hice, que eran de mil y algo cada una. Es re lindo cuando vas a una ciudad y metes mil personas, pero cuando ya vas y metes 9, 10 mil personas, es muy significativo. La gente lo sabe, yo tengo sangre uruguaya, entonces cuando vengo acá es bastante emocionante para mí. De hecho, ahora se vienen 30 personas de Tacuarembó para verme, no lo pueden creer. Así que muy feliz. Hay artistas a los que le da miedo, pero mientras más gente pueda hacer saltar, mejor. Hasta los días que estoy cansado, sin voz, sin piernas o lo que sea, cuando me subo a un escenario es una droga natural que, hasta te diría, que no hay cosa artificial que te haga sentir lo mismo. La verdad es que me motiva mucho. Mis shows explotan como explotan porque yo me subo a dejar todo y la gente me responde con lo mismo.

Sos hijo de padres orientales, contame sobre tu vínculo y relación con Uruguay.

Mi papá de sangre es de Montevideo y mi mamá de Tacuarembó, y se fueron a los veinte y pico a Buenos Aires. Yo nací allá, con ese amor que me inculcaron ellos por la ciudad. Eso es muy fuerte en mi vida. Mis padres no eran de ahí y me enseñaron que ese lugar era increíble.

¿Ellos se fueron exiliados o simplemente buscando una oportunidad laboral?

Se van buscando… Ella era de Tacuarembó, de un pueblo, y era aburrido; se van buscando un trabajo piola, otra vida. Buenos Aires te atrapa, es un lugar que cada vez que salgo, salgo para extrañar; me voy para volver. (Risas). 

¿Y qué te pasa cuando vas a Tacuarembó?

Hace muchos años que no voy porque si llego a ir me van a prender fuego… En Argentina pasa lo mismo; voy a un pueblo del interior y al toque se enteran dónde estoy. Al otro día tenés 50 personas esperándote en el lugar en el que estás…

¿Y cómo reaccionás a eso?

Tengo muy en claro que yo, y todos los artistas, nos debemos a la gente que nos sigue. Nunca soy de rechazar fotos ni videos, pero tampoco me expongo al pedo o estoy mostrando todo el tiempo dónde estoy. Si vengo a un hotel, trato de pedirle a la gente que me cruza y saca fotos que no las suba en el momento. Es lo que te digo, jamás rechazaría una foto, pero no puedo estar todo el día llamando la atención porque tampoco es lo que quiero vivir. Mucho agradecimiento, pero trato de mantenerme lo más cabizbajo posible.

***

Durante la charla, en un rincón del hotel céntrico donde pautamos el encuentro, YSY A responde con simpatía cada vez que interrumpen por una foto o autógrafo y posterga souvenir para el final.

***

Hace años que transitás la música como una decisión vocacional. ¿Qué es lo que encontraste en esta expresión artística? y ¿qué fue lo que hizo que te vincularas primero a la escena del hip hop y, finalmente, al trap?

Yo supongo que aprendí a rapear ya desde los 13 años, canalizar lo que me pasaba y materializarlo de una manera positiva. Tenga un día malo o bueno, a través de la rapeada he aprendido a exacerbar eso de una manera didáctica, muy sana. Primero entendí que podía hacer eso mediante la palabra y luego que lo podía hacer en un estudio y llegar a muchas más personas, y no solo eso, sino inmortalizar lo que me pasaba. En una batalla de freestyle uno no cuenta lo que le pasa, ve el defecto de la otra persona y le da, pero dentro del estudio es una batalla con vos mismo. Cuando entendí ese proceso, a los 17 o 18 años, creo que pude sacar todo lo bueno y lo malo que me pasaba y transformarlo en algo positivo. Y me di cuenta que, a aquella persona que le pasaban cosas similares y no tenía la posibilidad de escribirlo o cantarlo, le podía llegar ese mensaje. Así fui forjando todo lo que he forjado. Creo que es una cuestión de representación, dejar ahí un mensaje, una pieza materializada sobre la que vos y yo —sin conocernos— podemos compartir. 

Te desarrollaste fuertemente entre las batallas freestyle El Quinto Escalón, que organizabas con solo 13 años, en la que participaban otros hoy también consagrados, como Duki, Wos, Trueno o Paulo Londra.

Sí, el 80 o 90 por ciento de la escena argentina que está sonando hoy salió de ahí. El resto salió del post, pero viene de ahí.

¿Cuándo te diste cuenta de que ya era suficiente, de que debías cerrar la batalla y emprender el recorrido en solitario?

Yo creo que ese último año, cuando ya se había hecho muy popular y pasábamos a hacerlo arriba del escenario. Ahí se había perdido cierta empatía con la gente, se había vuelto algo más comercial, un show de entretenimiento. Y ahí es cuando perdió un poco de sentimiento y conexión con lo que le podía pasar a la gente. Aunque estaba en su auge y en su punto más grande de exposición, sentí que todos esos números no le iban a dar esa vida longeva que yo quería que tuviese. La música era el camino para llegar a eso. Yo veía El Quinto Escalón como algo que podía ser muy pasajero, y, al mismo tiempo, analizaba la historia de Spinetta, Gardel, gente que no estaba viva, que nos seguía influyendo. Entonces dije: el camino es por acá; hacer música, discos, inspirar a los próximos YSY A dentro de 30 años, y no estar acá entreteniendo a cinco mil menores de edad porque está de moda. Se iba a morir al toque.

De todas formas, sos consciente de que una cosa no existiría sin la otra…

¡Sin dudas! Yo a El Quinto Escalón le guardo todo el aprecio porque fue la llave, la puerta para que nosotros estemos sonando “en todo el mundo” hoy. Por eso creo que fue tan clave cortarle las piernas en el momento que más exposición tenía, porque si lo dejábamos estar, en dos o tres años quizás, ya no se estaba hablando más de eso. En cambio, hoy ya tengo una discografía de cinco álbumes con la que me subo al escenario y la gente se pelea sobre si le gusta más el primer disco o el último.

Me decías que viniste a Uruguay en los primeros tiempos para competir.

Cuando venía ya estaba un poco más avanzado y estaba de jurado; vine a votar porque mi rol de organizador y activista tampoco me permitía mucho competir. La gente iba a decir: “Ese gana porque es el organizador”. Yo dije, todo bien, no pasa nada; no es mi sueño ser el campeón de Redbull, yo estoy haciendo un movimiento re grande, no pasa nada si tengo que venir a organizar y no compito. Después, yo empecé a viajar mucho como jurado o simplemente a hacer presencia, a que me escuchen tirar un freestyle de tres minutos, libre.

¿Qué sabes de nuestra escena de rap local?

Con el tema de freestyle me desvinculé muy fuerte. Lo que sabía de esas épocas ya ni me acuerdo, mismo en Argentina. De Uruguay tengo música con Franux [Francisco Álvarez, conocido como Franux BB, es un cantante de trap nacido en el 2000 en Ciudad de la Costa], me parece que es súper talentoso y fresco; Mesita [Santiago David Messano, conocido como Mesita es también un trapero, cantante y productor uruguayo nacido en Ciudad de la Costa] —aún no trabajé con él—, pero creo que tiene una papa muy grande, y, después, quiero sorprenderme. Me hablaron mucho de este chico Kanak que estuvo ahí, haciendo bastante ruido para que lo escuche. Me hace muy feliz que la gente termine depositando su confianza y esperanza en el oído de uno. Es bastante emocionante porque me hace acordar de la posición que tengo, muy privilegiada, que, por más que la busqué un montón, sé que hay que agradecer mucho lo que uno tiene.

Cuando decidís cortar con El Quinto Escalón, comenzás a emprender distintas giras por el interior de Argentina. ¿Cómo fueron aquellas primeras salidas, cargadas de ilusión y expectativas, pero tan agotadoras como mal remuneradas?

(Risas) Fue bastante complicado, porque en ese momento lo único que te daba plata —entre comillas porque era muy underground todo— eran las competencias, ser jurado, porque te cubrían el hospedaje, comida y te llevabas unos 500 pesos. Pero antes de que terminara El Quinto, yo ya había organizado el primer tour de trap por Argentina, desde San Martín de los Antes a Ushuaia. Hasta ese momento nadie lo había hecho. Salí a tocar con un flyer con toda la grilla de las ciudades y nuestros temas.

Y ahí, ¿qué llevaban? ¿Un pendrive con las pistas?

Sí, exacto, un pendrive con pistas (risas). Éramos seis monos que íbamos ahí.

Todo autogestión.

Sí, autogestión. Yo organizaba y hablaba con todos los productores locales. Sacaba el pasaje de ida para una ciudad y ahí, recién, conseguía para viajar a la siguiente. Yo ahora viajo con un equipo de la puta madre, en un hotel cinco estrellas y nos cagamos de risa. En ese momento había que elegir, si pagamos el hotel y veíamos cómo viajábamos al otro día, o viajábamos y veíamos dónde dormíamos al otro día. Lo re agradezco porque no podría valorar lo que vivimos hoy sin recordar eso. Fue bastante osado, lo hicimos durante siete meses de ese 2017. En enero del 2018, a los dos meses de haber cortado definitivamente El Quinto Escalón, metimos 50 shows en dos meses. Ahí ya habíamos pegado con toda. Modo Diablo había partido todo. De ahí no paramos más. Fue una buena materialización para mostrarle a la gente que nos tildaba que estábamos equivocados, que estábamos en el camino correcto. Al resto no le quedó otra que empezar a hacer música y tocar en los boliches. Se dio pie a esta nueva escena musical y los obligamos a seguir por acá. Lo digo muy orgulloso porque hubo resistencia. Decían: estos pibes están de joda, andan re drogados, están equivocados, usan autotune. Gracias a que viví eso las criticas no me llegan ni a tocar. Me quieren cancelar y no lo logran. Ya viví eso de que no confiaran en nosotros y clavarles la jugada olímpica en la cara. Así que, ahora, es imposible que la crítica me haga dudar. Me hizo explotar la confianza, la seguridad.

Hoy, ¿cuántos son en la crew de tus shows?

En mi equipo personal debemos ser unos 15, entre todos los chiches. Yo me subo solo al escenario y tengo que tener un equipo que, ante cada detalle, aguante lo que pase en el show. Pero en ese momento viajábamos con un pendrive… (risas), una locura.

El nombre de tu disco Antezana 247 fue puesto en honor a la dirección de La Mansión, que compartiste con Duki y Neo. En esa casa aprendiste lo bueno y lo malo de la fama, el dinero, las falsas amistades y los excesos; entraron como niños y salieron hombres. ¿Qué fue lo mejor y lo peor de esa escuela?

Lo mejor que nos pasó, al menos en mis zapatos, fue lo tan rápido que pude aprender lo malo. Hay artistas que viven esa vida de “amigos del campeón” y de minitas, de fama y de gastar plata con giles durante años. Hay estrellas, o superestrellas que hace 20, 15, 10 o cinco años que se aguantan que les roben el alma. Son siempre esos amigotes, o empresarios que se hacen los amigos, y las minas que se te juntan solo para chapear que estuvieron contigo. Fue muy poco tiempo —no llegamos ni a vivir un año ahí—, en cuestión de 10 meses salí de esa casa y nunca más tuve “amigos del campeón”. Los tuve ese tiempo y les comprábamos comida, ropa, techo. Pero cuando salí de ahí, ni siquiera me tentaba nada de eso ni siquiera sentía ganas de tener amigotes. Me cerré más que nunca, con mis cinco amigos de siempre, y empecé a armar mi empresa con ellos.

Imagino que fue una etapa muy dura, muy triste, muy falsa.

Sí, pero lo bueno que lo que nos pasaba era también muy grande. Entonces, en la balanza se soportaba. Una cosa es que te pasen solo cosas malas, y, otra, es que te pasen muchas cosas malas y muchas cosas buenas. Equilibra, por lo menos entre 100 shows por año, tocando en todas las ciudades, con giras por España, Chile, México. Hoy me pasa igual, entre el estrés y el éxito. Trabajo para que el éxito sea mayor al estrés. Gracias a Dios, cuando me fui de la mansión eliminé todo lo malo, me quedó todo lo bueno: ya era un artista. Había afianzado un público; había millones de personas que confiaban en el cambio que habíamos hecho. En la balanza, lo bueno ha sido mucho más. Hay que tener mucha madurez para avanzar. Reitero, agradezco que me tocó y fue rápido, porque hay estrellas que lo viven toda su vida. Yo duré un año en ese juego.

Si bien te he escuchado decir que no pretendés que tu música tenga un contenido social, sí es claro que hay un quiebre lírico entre tu primer álbum y los trabajos más recientes. ¿Qué crees que generó esa conciencia? ¿La paternidad?

Influyó un montón, olvídate. Igual, antes de Antezana yo ya era padre; igual me sirvió un montón. Imaginate que tuve una vida de excesos teniéndolo a él [Bruno, su hijo], lo que hubiese sido sin él. No estaría acá, seguramente.

Volviendo al principio de tu pregunta, yo no hago música política; tengo un mensaje que está hecho para que impacte socialmente, justamente, sin entrar en política porque no quiero motivar solo al que es de derecha o izquierda. Quiero motivar al humano que está del otro lado, tenga o no plata, sea azul o rojo. Le estoy diciendo: se puede, metele, no importa de dónde seas ni cuanto tengas. ¡Activá! Mi música es como un shot de energía; termina siendo social porque me escuchan los pibes para ir a trabajar, estudiar o entrenar. Me escuchan cuando están tristes para levantar.

Para eso, ¿creés que es importante tener una vida consecuente que respalde ese discurso?

Sin dudas. Es que yo tenía una vida consecuente cuando mi mensaje era la noche y la joda, y la tuve cuando me puse a hablar de lo otro, porque la estaba viviendo. Creo que también impactó dejar de vivir en la mansión y empezar a crear. Siempre fui muy emprendedor, pero en ese momento, entre la fama y la guita, me centré solo ser artista. Cuando salí de esa vorágine de impacto de la fama volví a mi faceta de emprendedor. Dije: tengo esto, pero ahora tengo que tener una empresa para que siga creciendo. De lo contrario, voy a tener que regalarle todo al que tenga la empresa; voy a tener que golpear la puerta y decirles no sé qué hacer con esto.

¿Y cómo encontraste esa fórmula? Porque no es la que se ofrece. 

Yo, la verdad, es que siempre fui muy autodidacta, de aprender en la práctica, de mandarme y equivocarme; preguntar un poquito y aprender más por equivocarme que por lo que me dijeron que tenía que hacer. Muchos me decían que no haga todo esto y que firme por dos pesos apenas empezamos a pegar. Cuando tenés 50 centavos y vienen a ofrecerte dos pesos, la mayoría agarra; todos mis colegas agarraron. Es el camino más fácil. Al final, el camino de la independencia es el más difícil. Yo miré atrás y vi cómo venía explotando, y entendí que yo lo hice explotar. Éramos muy poquitos los que estábamos, fuimos varios, pero mis manos fueron muy importantes para hacerlo explotar. Yo dije: estos empresarios no estaban cuando hicimos explotar esto, ¿ahora vienen todos? Fue más hambre y confianza, tirarme a la pileta. Tenía 22 años y no tenía ni idea de cómo se manejaba la plata en blanco. Pero en cuestión de meses ya tenía una S. A., sabía para dónde iban los impuestos y sabía cómo liquidar los sueldos. Fue meterme y equivocarme. Quizás mi generación está más acostumbrada al sedentarismo y esperar que una pantalla te arregle todo. Yo aproveché esa pantalla para ver un poco de truco y después me mandé a la calle.

¿En la empresa estás en toda la supervisión o has podido delegar?

Cada vez voy delegando más porque también crece más y no me dan ni los brazos ni la cabeza para abarcar todo. Superviso un toque y fui aprendiendo que, si quiero ser el artista que soy, le tengo que dar el tiempo a eso. Gracias a Dios tengo mi gente de más confianza, gente que está conmigo hace cinco, seis, 9 años, entonces puedo tener la tranquilidad de apoyarme en ellos.

Te tocó estar separado de Bruno, tu hijo, durante buena parte de la pandemia; de hecho, lo dejás bien claro en “Igualito a tu padre” (Mi casa está en el centro, mi hijo con mis padres / Van cien días sin verlo, afuera un virus arde / Y yo no aguanto más, y vos estás tan grande / Ya me contó mamá, igualito a tu padre).

Fue muy loco. Yo sabía cuando entramos en la cuarentena que, apenas se liberase un poquito, me iba a poner a trabajar. No iba a estar encerrado. Como sabía que mis papás iban a estar meses encerrados por su trabajo y forma de vida, lo dejé con ellos. La verdad que siempre ha sido una inspiración muy grande; cada vez que lo veo me genera rimas nuevas, ganas nuevas. Al tenerlo lejos, cuando llegaba su cumpleaños, más allá de regalarle cosas —le mandé varias igual—, pero estaba seguro de que esa canción no la iba a olvidar nunca más. Él es mi fan número uno. Y a su corta edad puede entender lo que vivo, que soy un artista exitoso, consagrado y demás. Sabía que iba a ser un gran regalo para él y sin dudas fue muy emocionante.

Hay un vuelo musical que tienen los discos y otro el que tienen las presentaciones en vivo, que implican un compromiso físico, emocional mayor. ¿Qué significan para vos cada uno de esos estadios diferentes?

Mirá, el estudio y el escenario son mis lugares favoritos en el mundo, sin duda alguna. En el estudio nace la cuestión, se da a luz a las rimas, esa cosa inmortal que tanto vengo buscando estos años. Nunca hago canciones para pegar y que se esfumen. Hoy en día, la gente no sabe si prefiere mi primer disco o el último.

¿Y vos cuál preferís?

No, yo tampoco, porque todos hablan de mí, son muy fieles.

¿No hay una mejor versión de YSY A?

Con el pasar del tiempo siempre hay una mejor versión, pero miro hacia atrás y me saco el sombrero. Escucho al YSY A de Antezana y rapea mejor que todos los raperos que existen hoy. Incluso rapea mejor que yo por ahí… Pero el YSY A de Ysysmo es el hermano mayor; sabe más, tiene más experiencia, conoce más. En el estudio nace esa cosa que no muere nunca más, pero en el escenario cobra valor porque yo hago esa música para cantar delante de otras personas, y que me den la energía. Busco que toda esta gente que estuvo escuchando en sus casas o en sus auriculares puedan materializar todo eso que mi música les dio; cumple el ciclo, arranca en el estudio y termina en el escenario. Frente a eso nunca siento estrés, ansiedad o malestar, porque es lo que más que me gusta hacer en mi vida, lo hago feliz. Trato de estar enfocado para no seguir lastimándome.

¿Siempre subiste al escenario o alguna vez te cuidaron y dijeron: hoy mejor no subas, no estás en condiciones?

No, siempre subo. Jamás le fallé al escenario. Tengo un equipo de médicos, vocalistas que me cuidan y ayudan, pero siempre estoy para subir. Me ha pasado de llegar a lugares —acá, de hecho, fue uno de los pocos shows que tuve que cancelar en mi carrera— porque eran 1.500 personas y no había vallado. Yo tengo el pogo más grande de todos, piso el escenario y la gente ya está saltando. No puedo tener 1.500 personas delante de mí sin un vallado. Es un desastre. Toqué tres canciones y me tuve que bajar, pero no voy a arriesgar. Mi show no es para ver sentados. Ojalá pudiese hacer un show sin vallas. Yo no puedo hacer un show en teatros, ¿entendés lo que te digo?  A mí me ofrecen lugares súper lindos afuera, en México y España, pero son teatros y yo no puedo tocar ahí. (Risas).

Tu más reciente trabajo se llama Ysysmo, en homenaje de alguna forma a la fuerte sacudida que presumís haber generado en tus conciertos en Obras Sanitarias. ¿Cómo viviste esa experiencia?

Es reloco porque siempre vamos a intentar superarnos y dar más. Yo, hasta mis shows del Luna Park, no había actuado más de una hora. Pero cayó la cuarentena, pasaron dos años y, cuando me subí a los Luna Park sin ensayar el show entero, no sabía ni cuánto duraba. Duró una hora y 45 minutos. ¡Quedé de cara! ¡Uh, la pucha, mirá lo que aguanto! Era la presentación del disco Trap de verdad. Pero después llegó lo de Obras, hice el Tour de Clásicos —donde llegué a meter todos los discos, y entre pitos y flautas tampoco llegué a ensayarlo—, y cuando me bajé habíamos metido dos horas y media. Yo solo; no lo podía creer, era un montón. La gente había explotado el fucking show durante las dos horas y media, explotado, explotado. La vara había quedado muy alta.

Sos un artista de escenario.

Sí, mi equipo y yo siempre supimos que soy un artista de escenario. Hay otros artistas que la rompen adentro del estudio, generan millones de reproducciones en Spotify y qué sé yo, pero cuando suben al escenario les es muy difícil hacer lo que hacen en el estudio. Hoy por hoy grabás sentado línea por línea, no tenés ni por qué tener aire para grabar de corrido para ser artista. Pero arriba del escenario es otra cosa. Pasó eso del Obras y no podíamos creer. Y, como cosa de Dios, que si la querés hacer no te sale, sobrenaturales, el lunes nos despertamos con la noticia del Gobierno de que había habido un sismo en Buenos Aires. ¿Cómo un sismo? Me empezaron a mandar mensajes pa’ joder: “¿No habrás sido vos?”. Me cagaba de risa, no existe. Pero vienen y me dicen que no existen registros de sismo en Buenos Aires; no hay placas tectónicas que choquen. Nos fijamos las coordenadas y el horario y no nos quedó duda. Lo loco es que no lo pude empezar a compartir porque tocaba la segunda función a la semana siguiente y los vecinos habían empezado a denunciar, diciendo que habían tenido que evacuar los edificios, que habían llamado a la policía y los bomberos, y clavar denuncias en todos los edificios de la zona. Pa’ peor, ahí viven todos los jueces, abogados, todos. ¡No lo podíamos creer, hermano! Si querés hacer algo tan marketinero no te sale. En México tuvimos que cortar el show al cuarto tema porque empezaron a sonar las alarmas de sismo. Imaginate que sos una familia y a la noche se te empieza a mover la casa, sismo. (Risas) Tas loco…

“Benditos nosotros de haber nacido en esta cuna de delirios y oportunidades” decís en el tango-trap que grabaste junto con Cucuza y Amelita Baltar para los Premios Gardel. ¿Cuantos delirios, y cuántas oportunidades?

Yo creo que las dos. Siempre fui un soñador sin techo; nunca sueño con límites. Mi vida es full delirio y buscar la oportunidad adentro del delirio. Por ahí hay gente que lo tiene como cosas separadas, tipo empezar a alucinar con cosas imposibles. Por más que yo planee y quiera vivir cosas locas, me fui buscando esas oportunidades, fui a los lugares, fui a tocar puertas. Buenos Aires materializa mucho de eso también.

Resignificar la cultura local es parte de tu intención y cometido. ¿Quiénes conforman, para vos, la Santísima Trinidad de la música argentina?

Obvio que Gardel me pega como loco porque…

¡De la música argentina dijimos!

Ahhh, jajaja. Hasta a Julio Sosa [el varón del tango nacido en Las Piedras en 1926] te lo meto en cultura argentina si me apurás. Bueno, pero fuera de joda, con Gardel me pasa eso muy grande. Más acá en el tiempo, hay dos jugadores que me interpelan mucho: el Flaco Spinetta, gracias a quien he aprendido a escribir mucho, he aprendido a enriquecer y madurar mi poesía; y el Indio, porque es el punto más alto a superar en cuestión de escenario, es el número uno históricamente en un escenario en Argentina.

Y seguramente también de autogestión, en el ámbito musical.

Sí, y de autogestión ni hablar. Pero es como la cúspide de lo que hay que superar arriba del escenario. Si quiero ser el mejor artista sobre un escenario argentino tengo que superar al Indio. No quiere decir hacer lo mismo que él, pero sí generar una historia arriba del escenario más grande que la de él. Lo vivo con mucho orgullo; me encanta que en mi país haya alguien antecesor a nosotros que tenga la posta del pogo más grande del mundo. ¡Me encanta! No le quiero ganar a él, lo quiero reivindicar; quiero tener esa posta de nuevo. No quiero ir en contra del Indio, es otra vibra. En mis pogos la gente se abraza, no hay violencia. La verdad que, de los músicos leyenda, antes de nosotros, me quedo con ellos tres.

Te he escuchado decir que, para vos, es muy importante que el trap que representás no sea de modismos importados, sino un trap argentino, que hable de tu aldea y no se vista de fórmulas importadas. Sin embargo, al igual que las figuras de trap centroamericanas, te presentás cargado de joyas cuando no es la realidad de tu gente ni tu génesis social ¿Por qué?

Para mí, las joyas, más que a un rapero yankee, me hacen acordar a un rey. Yo la verdad es que me pongo esto porque me gustan mucho los metales preciosos, las piedras; siento una conexión muy grande con ellas.

¿No lo ves como una ostentación?

Como te digo, la verdad que, para mí, es una representación de lo que voy logrando, materializado en esto. (Además del collar de YSYSMO, luce en cada dedo un portentoso anillo de oro con brillantes). Puede ser una ostentación, como vos decís, porque la verdad es que lo que vengo ganando es mucho. Si yo te cuento todo lo que estoy ganando voy a ser ostentoso, alardeando. Pero ya son parte de mí. Yo lo uso porque quiero atraer más. El oro no es lo que vale. Al verlos, yo recuerdo en qué momento me llegó cada pieza y lo que fui haciendo para que cada una me llegue. Digo: Uh, este anillo me llegó después de tal disco, y este otro después de tal ciudad, y para este me perdí tal fiesta de mi familia. Son trofeos más que nada para mí.

Y en cuanto a esos trofeos, ¿lograste saldar esos cometidos sociales de compra de la casa de tus viejos o cosas del estilo?

Bueno, sí, he hecho algo de eso, pero te cuento una cosa: de 100 pesos que entran en mi empresa, invierto 150 en mi y en mi empresa. La mayoría de la plata que me ha entrado la he invertido de vuelta en lo que hago, y, por eso, al día de hoy, puedo ser un artista de primera liga, independiente. Cada videoclip, cada producción de evento, cada ropa me la pagué. Yo quiero más plata para seguir haciendo esto. Yo no tengo ambiciones de dinero y hacerme millonario para acostarme en mi mansión y reírme. El día que tenga ese millón lo voy a invertir para seguir generando más cosas, para seguir haciendo esto. Quiero mejor micrófono, mejor estudio; si puedo tener uno puedo tener dos, o tres.

Ya tenés un estudio, ¿verdad?

Sí, gracias a Dios sí, tengo mi sello, Sponsor Dios, y allá en Buenos Aires tenemos una casa con dos estudios y arriba un taller de estampado con las oficinas. Por eso te digo, a mí me entra la plata y la invierto acá. No tengo un auto de alta gama, no tengo una súper mansión porque estoy buscando más que eso. El día que me llegue la mansión y el auto de alta gama no voy a ser feliz ahí dentro, yo voy a querer salir… Viajar por todo el mundo. (Risas).

¿Cuáles son los tres ingredientes fundamentales para un show de estadio?

Son shows de mucha energía; son realmente shows en los que no subo a cumplir una obligación, cobrar mi plata e irme con el bolsillo lleno. Subo a cumplir una misión social, tengo una responsabilidad con esas personas, que son los culpables de que esto viva. No estoy yendo a cantar delante de gente que no conozco y me chupan un huevo, esa gente es la que me da la vida a mí y nos permite ser los súper artistas famosos que somos. Si ellos no están, no existe nada de esto. Yo me subo a hacer valer, ni siquiera te digo el precio de la entrada, sino todos esos años que estuvieron escuchándome, peléandose con gente que les decía “qué escuchás esa cagada de YSY A”. Yo vengo a hacer valer. Así que mucha energía, mucha historia —porque hago un repaso de mis discos de hace cinco años—. Mis rapeadas son difíciles y la gente se las sabe igual, no sé cómo hacen. Y un tercer condimento, supongo que mucha motivación postshow. Sé que la gente sale esperanzada, con ganas de enfrentar el mundo. Si llegan tristes, salen contentos. A mí me pasa igual, me subo ahí y se borró todo lo malo.

¿Como viviste el Mundial?

Yo mucho fútbol no miro. Igual fue increíble, pero me cago de risa; está muy de moda todo esto. Yo no soy de empatizar con lo que está de moda. Por una parte me pone muy feliz, pero por otra digo: ¡Acuérdense de ser argentinos más que cada cuatro años! Tiene que ser todo el tiempo, muchachos, no solo cuando estamos ahí arriba. Hay que cuidarnos todo el tiempo. No soy muy demagogo, no hago las cosas porque todos la hacen. Bastante ya enojé al pueblo argentino diciendo que no estuve viendo los partidos todo este tiempo. (Risas). 

Por Carlos Dopico
Carlos Dopico