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Yumber Vera Rojas, el armado de la escena musical porteña y los engranajes de una rueda

Periodista y gestor cultural, el venezolano radicado en argentina fue parte de la formación de la escena musical actual de Buenos Aires.

16.01.2024 13:57

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2024-01-16T13:57:00-03:00
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Escribe Juan Gabriel López | @galopezjuan

En el ámbito del arte y la cultura existe una figura silenciosa y que, generalmente, se para a un costado del camino. Desde las sombras, los gestores culturales son aquellos que, con sus herramientas, crean y fomentan para que una movida crezca.

Los sueños y anhelos que estas figuras poseen van desde consagrar un venue y crear fiestas, hasta etiquetar un fenómeno social, recibir una obra con su nombre, conocer ídolos y plasmar en algún formato, todo eso que pasa en un espacio tiempo determinado.

Estas aspiraciones concretó Yumber Vera Rojas. Y con creces. Si bien nació en Caracas, Yumber es desde hace 22 años un exclusivo testigo, omnipresente y participante activo, de la escena musical argentina. “Por más que mis amigos me gasten porque no se me va el acento, yo ya estoy aporteñado, me siento más de aquí que de ninguna parte”, dice el periodista y gestor venezolano.

El aporteñamiento de Yumber tiene diversos factores. En primera instancia, cuando el joven caraqueño arribó hace 22 años, Argentina vivía los duros coletazos del estallido social del 2001, post crisis de convertibilidad menemista.

Por supuesto, la imagen que tiene alguien sobre un lugar que no conoce, está siempre sesgada. En Venezuela y en muchos países, el imaginario de Buenos Aires es de una ciudad europeizada, fina y elegante. Pero para Yumber resultó ser mucho más que eso: “Llegué con mucha ilusión y no entendí nada, todo era un contraste constante y, dentro de esas contradicciones, lo que más me gustó fue ver cómo acá se rompen los paradigmas. Buenos Aires me mostró cómo, de una forma espontánea, se rompe lo establecido, todo es movible. Eso me cautivó", rememora.

Sin embargo, también hubieron otras situaciones que foguearon a Yumber dentro del país. Esas contradicciones que lo cautivaron, tenían su lado B. 

“Buenos Aires es tóxica y fabulosa. Llegué al país desde lugares muy carenciados. La ciudad estaba hecha mierda y, al primer golpe de vista, no pasaba nada con la música. A su vez, ingresé a una de las universidades más elitistas de Latinoamérica, ahí entendí la discriminación y todo otro costado del ser argentino. Buenos Aires es una ciudad con la que fluyes o te come”, sintetiza el caraqueño con seriedad.

—Con respecto a la música, ¿cómo fue el impacto cuando llegaste?

—Lo primero, para un extranjero que creció consumiendo rock argentino, es que lo que te venden comparado con la realidad, tiene un contraste abismal. Todo lo que nos llegaba era Charly, Soda Stereo, Fito Páez, Miguel Mateos... cuando llegas acá te encontrás con Los Redonditos de Ricota, La Renga, música pasada por el tamiz del fútbol, cuando para nosotros era todo más naif. Recién con los años entendí a Los Redondos, fue algo muy difícil de traslucir, pero que colaboró a comprender también la perspectiva del argentino y a mimetizarme sin proponérmelo.

A partir de aquella contradicción que tanto enseñó a Yumber, surgió una nueva síntesis de la realidad cultural argentina. Según recuerda el periodista y curador de 49 años, en esa época no pasaban cosas interesantes en Argentina. El sonido propio de los 90 fue absorbido por el mainstream y se aburguesó. Luego de la tragedia de Cromañón, la escena se puso aún más pálida. Hasta el 2010, coexistieron dos líneas, la popular y la moderna, el clásico de Los Redondos VS Soda o Virus. 

Pero en paralelo, una renovación de la música se gestaba. Un curador tiene la obligación casi ética de estar atento a estos cambios y, el caso de Yumber, no fue excepción. Intuitivamente llegó a Frágil Discos, Índice Virgen y esos sellos que ya son de culto y que englobaron a los hijos de la generación sónica, de Gustavo Cerati y de aquello que pasaba en Nueva York o Londres. 

Empezó a haber un nuevo orden de la música. El Mató A Un Policía Motorizado, Miranda!, Adicta y muchos otros, eran proyectos que, desde la perspectiva ricotera o popular de la autogestión, comenzaron un nuevo lenguaje. Lenguaje que, a la vez, tuvo la fineza de traducir lo que pasaba en esa época. Allí, Yumber puso el ojo y puso la bala. 

“La escena se federalizó, se puso un tanto extraña. La Plata comenzó a ser atractiva. Yo estuve a punto de tirar la toalla hasta que escuché lo que estaba sucediendo y ahí sí, me hice cargo de querer gestionar actividades y acciones para bandas. El resultado es el ciclo IndieGente (posterior IndieFuertes) en Niceto Club”, sintetiza.

Foto: Agustín Duserre

Foto: Agustín Duserre

Un párrafo aparte, o quizás hasta una nota aparte, merece Niceto Club como lugar clave para la movida musical argentina. Lo cierto es que la historia de este venue es indisociable de la de nuestro entrevistado. Con más de una década curando ciclos allí, Niceto es el segundo o tercer hogar de Yumber al punto que reconoce que “casi todo lo que hice allí funcionó. Pudimos visibilizar una movida cultural y federal en tiempo real, pero hacer un ciclo los martes con música nueva es todo un riesgo. Por suerte en Niceto están locos y me dijeron que sí".

La movida federal a la que hace referencia Yumber tiene que ver lo que acontecía fuera de Buenos Aires. Si bien La Plata fue un semillero, el “caballo de batalla” de los Martes Indiefuertes, fue la provincia de Mendoza. A partir de bandas como Mi Amigo Invencible, Las Luces Primeras y Mariana Päraway, se gestó algo que fue contagioso a las provincias, a Uruguay y a España.

Con justificado orgullo, el curador de Niceto cuenta que “darle un nombre a una escena es un placer único y el lugar funcionó como usina creativa tan potente que supera a las circunstancias y a todo lo que le rodea. Es un lugar clave para casi tres generaciones”. 

La etiqueta de "indie" fue forjada en Palermo, acuñada en las provincias y reafirmada en papel. Ese papel es su otra casa, su otro lugar de pertenencia: el periódico Página 12. Allí, Yumber escribe ininterrumpidamente en la sección de Cultura, hace más tiempo inclusive de lo que cura Niceto. La profesión de Yumber es el periodismo y no es casualidad que sienta arraigo en el periódico argentino, pues el primer medio en el que escribió desde Venezuela tenía como modelo a Página 12.

Foto: Catriel Remedi

Foto: Catriel Remedi

“A mí me dejaron participar en un proyecto de construcción social cultural, llegué en una época bisagra del país y, las veces que me estuve a punto de ir, algo genial ocurría. Página 12 está en mi top cinco vital. Entre otras cosas me hizo entender lo que era el compañerismo gremial en un momento muy difícil. Y Niceto es un canal para mí. A la vez, es un barco sin timonel que, si lo tuviera, no funcionaría tan bien como lo hace”.

—¿Qué podés señalar como cambio cultural más grande de aquellos años?

—En los primeros Primavera Sound de España me preguntaban cuándo viene un periodista de Argentina, porque les llamaba la atención que no hubiera nadie o no oír qué pasaba de este lado. En el país había mucho convencionalismo absurdo, si tenías una banda punk no podías dialogar con una banda popera o de reggae, estaba mal visto. Pero con la nueva generación y, sobre todo post Cromañón, yo veía una promiscuidad musical y estética latente y me parecía muy viable llevarla a cabo. Ahí comenzaron a surgir sellos independientes, como Laptra o Estamos Felices, lo que terminó anticipando la pauta de qué venía nuevo. Así, hasta que llegamos a la escena indie.

Dicha escena sincronizó lo que sucedía en lugares como La Pampa, Neuquén, Mendoza, Córdoba, Rosario y La Plata, y funcionó durante un buen tiempo para contar aquello que los jóvenes del 2005 - 2015 vivían como realidad. También, volvió a colocar a la Argentina en los lugares de vanguardia musical dentro del globo.

Sin embargo, como muchas veces pasa en la historia de los movimientos culturales, hay un punto de inflexión y de transformación. Luego de aquella época de oro del indie como movimiento alternativo, livianamente contracultural y narrador suave de su contemporaneidad, algo comenzó a cambiar.

El indie, desde lo musical, se hegemonizó a puntos sin retorno y todo aquello que parecía traslucir el sentir y pensar de miles de jóvenes, quedó viejo y falseado. Yumber coincide con esta posición y ejemplifica su opinión parafraseando un discurso de Albert Camus: “Las nuevas generaciones aparecen para rehacer el mundo, logrando una unidad, un sostén y un soporte que permite que ese cambio al llegar al sustrato, pueda darse de manera orgánica”.

Desde su rol de curador, Yumber no titubea a la hora de criticar aquello que él mismo ayudó a crear. El nuevo under surgió, en un principio, de manera tímida pero paulatina, desde los sótanos, bares y garajes de CABA y el gran Conurbano Bonaerense. Los jóvenes desempolvaron la distorsión de sus guitarras y comenzaron a gritar a puro fuzz emo aquello que, nuevamente, su contexto inmediato sentía. 

“La escena anterior se aburguesó y estos nuevos jóvenes, salvajes y enérgicos, vienen a abrir los esquemas. A mí me sorprende la misma escena que banqué, cómo dejó de contar su realidad, cómo dejaron de tener resistencia a las multinacionales y al aporteñarse. Está bien, el sistema te va a absorber pero, ¡resistí un poco hermano!”, comenta.

La pandemia fue otro factor determinante para que la escena del under ocupara ese espacio social de contracultura, en disputa con el resabio del indie anterior. El aislamiento por propagación del covid-19 aceleró las cosas y, sobre todo, las puso más oscuras, apocalípticas y desesperantes.

Al respecto, Yumber opina que “la oscuridad no está sólo en el rock o en el postpunk. La electrónica y algunos raperos también lo notan. Hay una continuidad de esa oscuridad pandémica, esos proyectos y bandas entendieron que es algo que vino para quedarse. Estamos ante una situación en la que, más que orientadores, los nuevos artistas son los chamanes de su época. Están tan confundidos y asustados como lo está la sociedad y los recitales son la catársis. Quizás, una coronación fue el show de The Cure en el Primavera Sound. En ese recital la gente fluía su ira y sus miedos bailando. Aunque también tenés a Winona Riders en Flores, eso es catársis pura. Estos chicos de hoy aún no son del todo conscientes de que, gracias a ellos, la música otra vez volvió a contar la época en la que vive”.

Winona Riders, al presentarse en Mendoza por primera vez, publicó en su Instagram que iban allí "a dar el último golpe al manso indie". 

“Esa etiqueta la inventamos con los mendocinos y está perfecto lo que dice Winona Riders. Una patada en el culo a la gente que no merece el lugar que tiene, fijate que hay muchas bandas que piensan más en su bienestar personal y en su ego, que en la situación del país. Estos chicos no. Las Tussi, por ejemplo, con veintipico de años hablando de la policía, de la época oscura que se viene. El problema de la escena anterior es que se volvió masiva muy rápido y que más rápido de lo que se piensa se va a diluir y eso es por no tener un discurso sostenible con un compromiso de época. Las canciones no dicen absolutamente nada; quizás Simón Poxyran con Perras On The Beach y el último álbum de Él Mató sean excepciones”.

Foto: Sabina Conti

Foto: Sabina Conti

Yumber es contundente con su pensamiento y es concreto en algo: está dónde quiere estar. Su elección tiene que ver con una posición política, y hasta humana, de resistencia. Señala que ver como desde una trinchera, gente de veinte años resiste, lo conmueve y “emociona, me llena de energías para decir 'yo resisto con ustedes y me inmolo'. Yo me hago cargo de lo que construyo y por eso sigo acá”.

¿Qué estás escuchando últimamente?

—Estoy escuchando más música argentina que de afuera. El álbum Día del trabajador (2023) de Fonso me parece impresionante y es algo transversal que rompe con las dos líneas y los convencionalismos que señalé antes. Él siempre fue un genio y no se hacía cargo, inclusive recuerdo que se fue a Alemania en un gran momento de su carrera y me dio la sensación de que iba a perder una oportunidad. Pero volvió, se empezó a juntar con otros músicos y ahí lo tenés. Hasta le puso mi nombre a un tema de él porque el tema era raro, como yo.

Los nombres propios y la infinita cantidad de bandas hacen que la entrevista se vaya en un buen divague y lluvia de nombres, datos y anécdotas. Aparece The Doors “desde una postura nueva”, Jazz finlandés, Mitskim Lana del Rey, tecno alemán y ópera en el Colón. En cuanto a las bandas locales, la lista la completan Kill Flora, Faraonika, Nenagenix y Dum Chica. Entre tanto maridaje musical, Yumber señala que su ruido blanco son The Beatles: “cuando estoy saturado los escucho y encuentro cosas nuevas. Me limpia desde el oído, hasta el prejuicio”. Sigue: “Mi forma de escuchar música es totalmente sampleada. Escucho algo en la calle, algún ruido que me remite a una canción, llego a casa y lo tengo que escuchar sí o sí”.

Del lado de las anécdotas y los pesos pesados, el entrevistado tiene un interesante compendio, pues gracias a su rol periodístico conoció a varios de sus ídolos como Nick Cave, Johnny Marr, The XX, entre otros. Pero también señala que “con el periodismo me pasó algo muy bueno que fue entender mis límites y que aquello que me interesa es el hecho cultural en sí, más allá de quién esté tocando. Fui a ver a José Luis Perales, estuve tres horas en el recital de L-Gante, tres en el de Taylor Swift y, a la vez, conocí en persona a los Sonic Youth”. 

Con este ejemplo, y para finalizar, queda claro que el rol de un gestor cultural y periodista del porte de Yumber no tiene que ver directamente con aquello que responde a una búsqueda hedonista de placer por la música. Insistimos, una vez más, que la construcción de cultura y los aportes de distintos engranajes a una rueda son posiciones que, en el contexto actual de avanzada neoliberal, responden a una resistencia política.