Por Nicolás Medina
nicomedav
Dentro de los muchos subgéneros que hacen al cine de terror, no hay dudas de que el cine de zombis es uno de los más populares. El problema con esto es que en este bombardeo constante de películas que, al menos esquemáticamente siguen la misma línea y obedecen a las mismas reglas, es difícil encontrar una que realmente proponga algo novedoso o interesante que llegue a atrapar a los espectadores.
No queda claro si Virus: 32 es la encargada de revolucionar el género zombi, ni mucho menos. Su propuesta puede que no sea tan excéntrica, divertida y alejada de convenciones estéticas como Shaun of the Dead —estrenada a localmente como Muertos de Risa—, dirigida por Edgar Wright en 2004, o tan adrenalínica como Train to Busan, de Yeon Sang-ho, la cual se estrenó en nuestro país con el título Invasión Zombie (porque claro, seguro se nos hacía difícil comprender por qué una película de zombis no decía zombis en el título, o eso pensó el encargado de la traducción del título). Pero lo que sí está claro es que ,al menos para nosotros, la propuesta de un apocalipsis zombi en Uruguay sí resulta novedoso y revolucionario para el cine nacional que no ha tenido demasiadas aproximaciones al subgénero, o al menos ninguna del porte de Virus: 32.
Filmada en las instalaciones del Club Neptuno (el conocido club del barrio Aduana), la película gira en torno a Iris (Paula Silva), que trabaja como serena y guardia de seguridad en un club deportivo, quien definitivamente no se nos presenta como la madre del año. Para colmo, el mismo día que Iris se ve atrapada en cuidar a Tata (Pilar García), su hija pequeña, también se verá atrapada en las instalaciones del desolado club que, en un principio, parecería un lugar seguro contra un virus que convierte a todo infectado en cazador y a toda persona sana en una presa. Y por si no lo ven venir, acá viene un pequeño spoiler: el club será todo lo opuesto a un lugar seguro.
Saquemos al elefante zombi de la habitación
Virus: 32 nunca trata la existencia de muertos vivos. La enfermedad parece no tener nada que ver con muertos que vuelven a la vida (lo que nuestro bagaje cultural a nivel del género nos indica), sino de infectados que adoptan determinada conducta.
No obstante, las convenciones del subgénero están y son uno de los principales motores que impulsan, no solo la película, sino que preparan nuestra experiencia como espectadores desde un primer momento.
Y aunque la palabra "convención" puede remitir a algo que ya conocemos, esto no está ni cerca de tener una connotación negativa, no al menos en las manos de Hernández, quien demuestra a través de Virus que entiende muy bien cómo funciona el terror, específicamente el de género, y cómo utilizar a su favor nuestra cultura espectatorial para generar momentos tan esperables como funcionales a lo que relata.
Es probablemente en el uso de la puesta en escena a nivel de fotografía, donde la película de Hernández, ahora con Fermin Torres como director de fotografía, construye las escenas y secuencias más efectivas. Los planos secuencia constantes nos remiten a la hazaña y el trabajo de Hernández y Pedro Luque en el filme uruguayo La Casa Muda, valiéndose de lo que estos permiten y a lo que se adaptan dependiendo de la necesidad del relato. La película abre con un plano secuencia que nos presenta a sus personajes, la locación y el conflicto, preparándonos para lo que se viene. Mientras, una vez ya dentro del club, la cámara nos ayuda a recorrer el espacio y realmente hacernos una idea de cómo este club (que básicamente es un personaje más en la historia), ayudará o amenazará a nuestras protagonistas mientras intentan mantenerse a salvo. Y el estar a salvo es, de nuevo, algo muy relativo, puesto que los movimientos de cámara muy sutiles por momentos nos van dando información y ayudándonos a explorar el escenario a medida que van dejando en fuera de campo algo que teníamos ya definido como seguro.
De esta forma, la película no construye un solo lugar seguro en todo el club, pero de una manera sutil: no importa si ya vimos un espacio, una vez que dejamos de verlo, nuevas amenazas surgirán desde la oscuridad para generar una atmósfera, cuando menos, tensa y amenazante.
Y aunque hay una gratificación en ver cómo Hernández vuelve a sus orígenes a nivel visual, no hay que dejar de lado el excelente trabajo de sonido, efectos especiales y visuales, los cuales no solo terminan de construir el clima que la película necesita, sino que no dejan nada para envidiarle a las grandes producciones extranjeras de género que tendemos a consumir. De hecho, en decisiones creativas (y ni que hablar un presupuesto que no se puede comparar), la construcción de los infectados y la performance de los mismos se siente mucho más “real” que las grandes películas taquilleras que parecen volcar sus recursos en generar hordas de zombis digitales corriendo por una ciudad y que parece más videojuego que cine (el ejemplo más reciente quizás sea El Ejército de Zach Snyder, o de los muertos, estrenada en Netflix en 2021).
A nivel de guion, el mismo estuvo a cargo de Hernández junto con Juma Fodde. En líneas generales, cumple con lo necesario para entrar en el género, intentando atar todos los cabos sueltos que se vayan sucediendo. La mayoría de los detalles, objetos, personajes o lugares que la historia presenta, están ahí por algo y no de manera casual. Esto incluye también a Iris como madre y el trasfondo familiar que ha construido a su personaje. La película se esfuerza por contar un subtexto dramático que, en todo caso, debería ser el hilo conductor, pero que se pierde en lo atractivo de la propuesta a nivel de acción y de situaciones puntuales. Aun así le da lugar a Paula Silva para apropiarse del personaje de una manera muy acertada, al igual que hizo con su protagónico en En el Pozo, dirigida por Bernardo y Rafael Antonaccio en 2018, cuya carrera la llevó, en esta película, a actuar con el ya veterano Daniel Hendler.
Hay que reconocerle otros dos méritos a esta película: no solo la idea fue concebida años antes de la pandemia —a pesar de tratarse de una pandemia—, sino que luego de un solo día de rodaje, el mismo tuvo que ser detenido por tiempo indefinido debido a la subida de contagios de covid-19 y terminó siendo una de las primeras producciones en adaptarse a lo que la situación requería para la realización de la película. Es una película que no, solo llegará a las pantallas nacionales, sino que ya ha sido comprada por la plataforma Shudder, la cual si bien aún no está disponible en nuestro país, se encarga de albergar una selección curada de grandes películas de terror y distribuirlas para poder verlas en streaming.
Virus: 32 se estrena en Uruguay el próximo Jueves 7 de abril y es la excusa perfecta para que todo aquel que rechaza al cine nacional se dé la oportunidad de ver algo que lo haga replantearse qué es y qué puede ser el cine de nuestro país.
Gracias a Gustavo Hernández, Marina Nuñez, la distribuidora RBS y a Life Cinemas por la invitación a la función de prensa previa a su estreno.
Por Nicolás Medina
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