Por Federica Bordaberry
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Todos hablan. Todos se mueven. Todos ríen. Todos cambian los gestos del rostro. Todos callan. Algunos gritan. Otros cantan. Todos suenan. Todos deambulan. Todos se sientan y se paran. Son los actores de la obra y hacen todo lo anterior de forma desordenada.
El ensayo no comenzó todavía y ellos son, hasta el momento, un grupo de abejas zumbando.
Entre las butacas de la sala de teatro de La Cretina, ese bar ubicado en Soriano 1236, por el Centro montevideano, hay una escalera puesta. Es sábado después del medio día y en el último escalón hay un técnico manipulando luces. Durante las dos horas y media que siguen a ese instante se probarán luces, aunque no rigurosamente.
Sentado en la primera fila, alienado del caos, está Federico Guerra. Sostiene una computadora delante de él y repasa un guion. Él está ahí dentro, aunque pronto estará afuera, de vuelta en el ensayo.
Las páginas pasan, él lee. Lee, lee. Sin premoniciones, explica al técnico: “Los apagones son como en Jirafas [y gorriones], se prende y se apaga. Transiciones no hay. Son guiños. Una cosa bien efectista. Lo que intentamos es que todo el tiempo se esté yendo de una tarima a la otra”.
La primera parte del ensayo estará vinculada a eso, a la coreografía de los actores sobre las tarimas. Es que el escenario, al igual que en la obra anterior de Guerra que se hizo en La Cretina, Jirafas y gorriones, es un conjunto de entrepisos con diferentes alturas.
Ese suelo es negro y muestra los soportes de hierro de cada plataforma. No son cubos macizos, sino más bien esqueletos oscurecidos. Son los culpables (probablemente) de que resuene tan alto el zapateo de los actores en el ir y venir.
“Vamos a hacer ahora todas las transiciones y después arrancamos”, dice Guerra. Lo dice alto para que lo escuchen.
Entonces, arranca la velocidad de los diálogos de los que están ahí.
—Vos tenés que ir arriba, Fede.
—Sí, sí, sí. Empieza con Kanny, que viene solo.
—No comenzamos arriba del escenario, ¿no?
—Yo era ateo, pero ahora creo —canta uno de los actores, repitiendo “Ateo”, la canción de C. Tangana y Nathy Peluso.
—¡Comienza el espectáculo!
—Capaz que en el comienzo vamos a estar medio acá, porque vamos a tener la barra de birra acá, ¿viste? Capaz que le vamos a dar nosotros la birra al público, una onda medio así.
—Entonces, ¿estamos acá?
—Es algo para ver, pero el espectáculo va a empezar con un apagón y con todos atrás. Después entra Kanny. ¡Entrá, Kanny! Quédense. No se vayan para atrás, salvo Kanny. Dale, entrá Kanny. ¡Dale!
—Vos dormiste bien, acá hay gente que se volvió a la casa a las nueve de la mañana.
—Claro, yo.
—Bien, Kanny.
—Esto es… —dice Kanny, parado sobre la tarima más cercana al público.
—No, no, no. Otra vez. De nuevo.
—Pero, Fede…
—Pero es que no es así. Dale, Kanny, vení. Bien, bárbaro.
Desde la tarima más alta, más al fondo, comienza a caminar Kanny Espantoso (Daniel Acevedo), uno de los actores que interpretará la obra. El rugido de la ola verbal que aplastaba el espacio hasta el momento se calma. Hay silencio. Se sienten las suelas de Kanny bajando por las plataformas.
—¿Bajo por acá?
—Claro, la forma más complicada de llegar abajo. Ahora, subís ahí. Ahora, mirás para ahí.
Con el cuerpo expuesto frente a las butacas semi vacías, iluminado desde atrás, con el pelo lacio y claro, con una boina puesta, Kanny mira al vacío y dice la frase con la que iniciará el espectáculo.
—Y ahí, te vas. —interrumpe Guerra.
Vuelve el movimiento enseguida. Los zapateos desordenados. Las caminatas por todos lados. Las abejas probando sus lugares sobre el escenario.
***
El escritor y director dice que lo que él llama Cretinos no es una obra. También dice que capaz que sí lo es. Aunque, de hecho, no lo es. Es un conjunto de sketches independientes sobre el fracaso cotidiano en clave de humor negro. Pide que la periodista no ponga en este texto que él dice que no es una obra.
La desgracia es haberle dicho a la periodista que no pusiera en el texto que él dijo que no es una obra. Es posible que el director de Cretinos sonría mientras lee. La razón es la misma por la que hace el teatro que hace: para él, el humor nace de la desgracia.
Él, Federico Guerra, que hizo las obras Snorkel, Odio oirlos comer, Jirafas y gorriones, Cretinos solemnes, La euforia de los derrotados junto con Tabaré Rivero, que no cree en la formación elitista del teatro, que es una de las personas a cargo de La Cretina, que se ríe de la desgracia humana a través del humor negro, que es uno de los actores principales de la película Muertos con gloria, que cree que el arte debe perturbar al cómodo y confortar al perturbado.
***
“Vas a ver algo fantástico, pero todavía está en proceso de… no sé si llamarlo construcción aún. ¿Qué sería? ¿Un proceso de qué? De evolución, ahí está. Estrenamos el miércoles este no, el otro. Como verás, hay tensiones en el aire. Si hubieras venido el sábado pasado hubieras presenciado la renuncia de un actor que posteriormente volvió al elenco. Esas son cosas normales que pasan en Cretinos”, anuncia Guerra.
Las tensiones existen, aunque existen en todos los ensayos. Existen, sobre todo, cuando se trata de espectáculos que se van a realizar en vivo. Allí no se puede cortar, no se puede empezar de nuevo. Durante la función el público está en frente y hay que continuar. Por eso se ensaya tanto, para que las cosas sucedan lo más exacto posible.
Cambian los actores sobre la tarima a cada minuto. Se grita, para dar la indicación, el nombre de cada sketch. Entran y salen. Se paran detrás de la cortina negra que divide la sala con el resto del bar. Hablan. Se ríen. Hacen silencio. Hablan de nuevo. Se distraen. Comienzan a llegar tarde a posicionarse sobre las tarimas en el sketch que les corresponde.
Se escucha, como omnipotente, lo siguiente:
“¡Eh, gurises! Los preciso acá, no hablando. Esto tiene que ser pin pun. A ver, tenemos muy pocos ensayos. No quiero a ninguno, y se los digo en la mejor, a ninguno pelotudeando, hablando, que yo tenga que repetir. Entonces, estamos haciendo esto acá y los quiero absolutamente a todos acá en silencio. Y listo”, dice el director alzando la voz.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
—Pero estamos organizándonos. —dice uno de los actores desde el otro lado de la cortina.
—No importa, no organicen nada. Escuchen.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
—¿Cuál viene después? —pregunta Guerra.
—¡El empleo! —grita un coro de voces, aunque no todas.
Vuelven a escucharse los pasos
veloces, que entran y salen, que suben y bajan tarimas, que se colocan y se
descolocan. Que bailan en un escenario lleno de desniveles.
***
El conjunto de sketches al que llaman Cretinos hoy, comenzó en 2016. En
aquel entonces se llamaba Cretinos solemnes, se lo definía como ciclo y
se hacía en el teatro El Galpón.
El origen de todo aquello estuvo en un espectáculo que hacían los argentinos Matías Feldman y Santiago Gobernori llamado Sketches solemnes en Buenos Aires.
“Más que un espectáculo era una cosa armada muy así nomás en cuanto a escenografía, vestuario, era casi con lo que uno llevaba puesto y con las cosas que cada teatro tiene atrás para disfrazar un poco. Apostaban más que nada al humor de esos sketches, que eran escritos por ellos. Era un encuentro de divertimento y para desolemnizar el hecho teatral”, explica Guerra.
Lo que le gustó de aquello fueron
dos elementos. Uno, la posibilidad de hacer escrituras cortas. Es decir, el
formato de sketch frente al formato inmenso de obra. El otro, la idea de
quitarle la solemnidad al hecho teatral.
“Yo tenía muchos textos y además tenía ganas de escribir muchas cosas sin esa presion de armar una obra. Ir a cosas concretas que, a la vez, pudieran ser muy críticas socialmente. Que el humor fuera una herramienta espectacular para golpear y para meter el dedo en la llaga desde ese lado que hace el público, casi por un reflejo, se ría de cosas que no quiere, no puede o no debe reirse”, agrega.
Durante el ciclo estrenado en aquel 2016, los textos eran de la dupla Feldman-Gobernoni y suyos. Pero, además de quitar la solemnidad, Guerra agregó el carácter festivo al espectáculo. El título completo: Cretinos solemnes, ciclo de sketch, birra, empanadas y rock and roll.
La cerveza llegó por canje. Las empanadas, las hacía la madre de Federico Guerra. El rock, a través de bandas invitadas que después de la función tocaban algunas canciones. El elenco era semiestable. Estaba conformado por algunos actores fijos, pero también por actores invitados que iban variando de función en función.
2017 significó un segundo ciclo. Esta vez, en la Sala Atahualpa del Galpón con una apuesta estética mucho más importante. Contaron, también, con la participación del Foto Club que mandaba un estudiante por función a dejar registro de lo sucedido.
Luego, vino La Cretina (que toma su nombre, justamente, de Cretinos solemnes).
“Hicimos unas poquitas funciones de Cretinos cuando recién abrió. No tuvieron nada que ver con nada, las hicimos con el fin de recaudar unos mangos. Es una temporada cuasi olvidada que no la llamamos ni temporada. Esta sería la primera vez que considero que en La Cretina vamos a hacer Cretinos”, comenta Guerra.
Como el espectáculo ya sucede adentro de un bar, esta temporada de Cretinos dejó de lado elementos como la música en vivo o la comida. “También cambió mucho el humor. Estamos hablando de una diferencia de ocho años. Una de las cosas que cambió es el humor negro, un humor políticamente incorrecto según los parámetros sociales”, explica.
***
Una escena fallida:
Federico Guerra se sube a la segunda tarima más cercana al público. Pone el cuerpo de frente a las butacas. Mira a nadie.
—Amo a mi mujer, amo a mi trabajo. Me gusta ir al súper y comprar atún.
Gira la cabeza hacia la derecha. Mira a una cortina negra.
—¡Silencio atrás! Vamos de nuevo. ¡Ey! ¡Silencio atrás, en serio!
Otra escena fallida:
Cuatro de los actores se sientan en la tarima del fondo. Se dividen en dos, una pareja heterosexual, donde ella está embarazada, y una pareja homosexual, que tiene intenciones de adoptar un hijo.
Uno de los personajes pide vodka. Otro se lo trae. Comienzan a decir las palabras chinito y morenito para referirse al bebé adoptivo. Las dicen cada vez más.
—¿Qué pasó que están diciendo cualquier cosa? Arrancó rara, ¿no?—interrumpe Guerra.
Y otra más:
En una de las tarimas cercanas al público, se sientan en dos bancos con una mesa en el medio, dos de los actores. Los personajes son un empleador y un empleado. El empleador lee una serie de términos y condiciones del contrato. Lo dice de memoria, con el diálogo ya aprendido.
Lo recita con acento, con histrionismo. Busca el efecto.
—Pará, pará, pará. Este es bien natural. Dijimos que nada de voces raras. Te estoy pidiendo que lo leas, igual. Leelo, por favor. —corrije el director.
En los ensayos sucede eso, las escenas fallan de forma evidente. Ese es su rol, fallar.
En los espectáculos también
pueden fallar, pero de forma no evidente.
***
Algunos vienen de una de sus obras anteriores. Kanny, por ejemplo, no es actor de profesión. Era peluquero en El Galpón y desde ahí Guerra lo convocó para Snorkel. A algunos los fue conociendo en la noche, charlando, y a otros los conocía de la vuelta.
“Así se fueron generando vínculos, pero con todos los actores que están acá involucrados he trabajado alguna vez. Si no fue en Snorkel, fue en Odio oirlos comer y, si no, fue en Jirafas y gorriones, así que somos todos viejos conocidos”, dice Guerra.
Al elenco de esta temporada de Cretinos lo componen Fernando Amaral, Lucas Barreiro, Kenny Espantoso, Victoria Natero, Chelo Pagani, Adrián Prego, Pablo Robles, Cecilia Sánchez, Claudia Trecu y Federico Guerra.
El director y escritor, en este
caso, también funciona como actor. “El desafío viene en el armado de la puesta,
más que nada. Después, no tengo mayores inconvenientes con este grupo que
conozco tanto y que facilita eso. Trato de hacerlo si me siento cómodo. Si veo
que tengo que estar del otro lado, como hice en Jirafas y gorriones, opto por
no actuar”, comenta.
***
—Se presenta el desnudo innecesario.
—¿Qué hago?
—Venís en pelotas. Te parás acá.
—¿En pito vas a estar?
—Bárbaro.
—Salís por ahí y volvés, ¿cómo le vas a negar tu trasero hermoso a la gente?
—Yo de atrás puedo gritar “un desnudo necesario”.
—Que hermoso que es Pablo, que suerte que tenemos de tenerlo.
—Hay invitados, chicos.
—¡Que se desnude!
—Siguiente sketch: ¡existencial!
En la intención de reírse del teatro, de reírse con el teatro, Cretinos se burla de la solemnidad de incorporar desnudos en el escenario.
Cuando hay un actor que se desnuda físicamente, la obra es seria. La obra es solemne. La obra es dramática, es trágica, es grave.
Cretinos es lo opuesto.
Por Federica Bordaberry
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