Por Nicolás Medina
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Pedro Almodóvar es probablemente uno de los directores más influyentes y populares del cine español. Oriundo de La Mancha, ha buscado provocar al público con sus películas llenas de excesos. Desde su primer largometraje Folle… folle… ¡fólleme Tim! en 1978, y pasando por algunas de sus obras más conocidas como Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), ¡Átame! (1989) y Carne trémula (1997), el director ha gritado al mundo su singularidad y su visión audaz e irreverente del cine.
En sus siguientes películas, el director empezaría a dejar que se colaran más y más cuestiones personales sobre su entorno, su infancia y la influencia de la figura materna en su vida; en filmes mucho más personales como Todo sobre mi madre (1999) y Volver (2006). Llegó a explicitar sus intenciones por completo para el final de Dolor y gloria, de 2019.
Tampoco han faltado en su carrera películas que aborden de manera más o menos explícita la temática queer y LGBTQ+. Don Pedro ha utilizado su arte como una plataforma para explorar la diversidad sexual en obras emblemáticas que han tocado estos temas con sensibilidad, como La ley del deseo (1987) y Hable con ella (2002).
Luego de su trabajo más reciente, Madres paralelas (2021) —un filme extremadamente serio y libre de excesos en comparación con las tendencias de su filmografía—, el Almodóvar menos personal, más excesivo y provocador vuelve a la pantalla grande, pero en un formato contenido, con su cortometraje Extraña forma de vida, estrenado esta semana en el Festival de Cannes.
Extraña forma de vida o Strange way of life recupera a este Almodóvar que no se veía desde hace unos años, sobre todo la irreverencia que emplea para contar sus historias. En este western–queer, el español cuenta la historia de Silva (Pedro Pascal) y el sheriff Jake (Ethan Hawke), quienes luego de más de veinte años se reencuentran, ante la llegada de Silva a caballo al pueblo donde el personaje de Hawke es la ley y la autoridad.
Luego de algunas imágenes de manual para cualquier western que nos ubican en el género, la llegada de Silva se ve musicalizada por la voz de Manu Ríos (que se dio a conocer por su papel como Patrick en la serie Élite de Netflix), quien canta la canción que le da nombre al cortometraje, un fado original de Amália Rodrigues. Esta canción, y sobre todo la interpretación de Ríos, establecen y adelantan por completo de que irá este western. La canción habla sobre la experiencia de vivir una vida llena de sufrimiento y dolor, sobre la soledad y el desamor. Y aunque no se explicita en ningún momento, también se cuela la idea de ocultar algo. Basta con ver las pequeñas gestualidades de Pascal, su reacción ante la canción y la primera interacción de Silva con Jake para entender que hay algo no resuelto entre estos actores, muchas veces asociados con lo rudo y lo masculino.
Extraña forma de vida
El retrato del reencuentro entre estos dos personajes es extremadamente cuidadoso, excesivo pero también sutil. Todo esto puede sonar contradictorio, pero se debe a que Almodóvar —de 73 años—, sabe perfectamente cómo diseñar su dirección y su puesta en escena para contar la mejor historia posible.
En un conversatorio con Pedro Almodóvar y Ethan Hawke, al que LatidoBEAT accedió en un día lluvioso en Cannes, los anfitriones dieron respuestas a algunas de las decisiones tomadas en el corto y, de hecho, por qué decidió filmar en este formato.
En ese espacio, Almodóvar expresó: “Era mucho más interesante hacer esta película como un cortometraje más que otra cosa, creo que es importante decidir qué es mejor para la historia”.
La escena que establece la relación entre Silva y Jake es un diálogo de varios minutos sobre su historia, su pasado y su presente. Y a favor de la historia, un recurso que en cualquier otro caso podría tomarse como una dirección vaga, aquí mejora el storytelling del corto, ya que mediante las grandes actuaciones de Pascal y Hawke, lejos de ser algo expositivo, se vuelve una construcción sobre la vida interna y externa de sus personajes, dándole a su vez un peso especial y simbólico al acto de poner o no en palabras los hechos previos al inicio del relato. Lo que se dice es más importante que lo que se muestra.
“Mostrar sus voces desnudas y lo que dicen que es mucho más impactante en cuanto a su sexualidad que si se hubiera hecho una escena de sexo explícito”, agregó el director en el conversatorio.
Hay otras decisiones de dirección y construcción de la puesta en escena que hacen que esta “exhibición especial” del Festival de Cannes tenga valor como película —despojado por completo de ese errado concepto popular de que el cortometraje no es una película—. La construcción fotográfica nos remite inmediatamente al western clásico, y al mismo tiempo toma libertades relacionadas al cine moderno con ciertos movimientos de cámara y por lo que queda dentro y fuera de cuadro. Cada encuadre cuenta la historia de la escena sin necesidad de una propuesta ostentosa de fotografía. Lo mismo sucede con el uso del montaje, uno totalmente consciente de sí mismo y de su subordinación al storytelling. Se detiene en planos específicos durante un tiempo prudente para entender a los personajes o para evocar una emoción —el corto cuenta con una gran dosis de humor y tensión—. También se priva el acceso a ciertos momentos íntimos que, de haber sido explicitados, tendrían un peso narrativo mucho menor. Y sin embargo, se muestran situaciones jamás vistas en un western y que incorporan en este el concepto de queer. Pero, sobre todo, discuten con esta visión del western como un género extremadamente masculino.
El director también explicó parte de sus decisiones: “En ninguna película de wéstern, has visto a dos hombres haciendo una cama […]. En mis películas ha habido muchas escenas de sexo explícito, pero según ha pasado el tiempo, cada vez me dan más pereza o quiero mostrar el placer de otro modo. Entonces, desde el inicio, en la escena de la cena, yo ya quería insinuar que había algo entre estos dos hombres. Y pensando en el cine clásico, lo máximo a la máxima desnudez que se llegaba era a un primer plano sin más. Entonces, el modo de mirar de Silva, porque Silva intenta todo el tiempo recordarle a Jake lo que pasó hace 25 años, porque es la única fuerza de la que dispone, es el único argumento que puede describir para pedir piedad porque, en efecto, está allí por otra razón y a mí me gustaba mucho construir esto porque es un gesto casi femenino”.
A esto se le suma un trabajo de dirección de arte y diseño de producción digno de Almodóvar. El color rojo sobra presencia desde un primer momento en el atrezzo de la casa de Jake, para luego ser completamente resignificado de la misma manera que lo trabajó Sam Mendes en Belleza americana (1999). El rojo, color que inicialmente se relaciona con la pasión, es redefinido hacia la violencia y la sangre, recordándonos que, moderno o no, estamos ante un western. Por otro lado, hay aquí un Almodóvar realmente consciente y comprometido a trabajar con un género muy importante para la cultura estadounidense, uno muy externo a su bagaje cultural, y que cualquier error a nivel anacrónico (por ejemplo, un arma o una prenda que no se utilizaba en la época), podía generar un rechazo a la obra por su imprecisión histórica e incluso por el lugar de prácticamente todo el equipo —a excepción de Hawke—de forasteros en un género que solo recientemente se ha empezado a revivir con películas contadas con los dedos de una mano.
“Desde un principio me plantee intentar no ser anacrónico… y era realmente difícil, porque todo lo que conocemos de los wésterns es lo que vemos de Hollywood, pero realmente hay muchas cosas de las cuales no tenemos idea de cómo eran o para que se usaban”.
Los chicos Almodóvar
Durante décadas, se ha pasado a llamar a muchas actrices como “chicas Almodóvar” cuando estas trabajan con el director o sus carreras se ven marcadas por su participación en las películas de Pedro —Penélope Cruz, Carmen Maura, Cecilia Roth—. En este caso, dada la temática del corto, el acercamiento e interés del director por explorar su faceta más queer y cuestionar este universo masculino y los roles de género, el corto cuenta con cuatro “chicos Almodóvar”. Son Manu Ríos, cantante del pueblo; George Steane, quien interpreta a Joe, el hijo de Silva; y también se suman José Condessa y Jason Fernández, encarnando a las versiones jóvenes de los protagonistas.
Desde LatidoBEAT entrevistamos a Manu Ríos y George Steane en la terraza del JW Marriott Hotel en Cannes y hablamos de sus personajes y de la experiencia de trabajar con Almodóvar, mientras el director, Hawke y el resto del elenco también disfrutaban de las vistas a las playas del Mediterráneo, a pocos metros de distancia.
Es la primera vez que están en Cannes, ¿cómo se sienten?
Manu Ríos (actor): Surrealista. Como que no termino de asimilar lo que vamos haciendo. Es como que vamos haciendo muchas pero no nos da tiempo de procesar nada. Yo creo cuando lleguemos a casa, ahí será el momento.
George Steane (actor): Sí, es cierto. También creo que estar en compañía de tres chicos lo hace como todo más liviano, ¿no? Porque estamos compartiendo experiencias por primera vez juntos aquí los cuatro. No hay sentimientos de soledad, nos vamos apoyando. Estamos juntos en esta guerra fantástica.
Manu, por lo general tus papeles se relacionan más a tus diálogos y psiquis. En ese sentido, es bastante particular tu aparición en la escena que da inicio al corto. ¿Cómo fue hacer algo completamente distinto?
M.R.: Pues como actor siempre se agradece hacer cosas distintas. Yo llevo desde muy pequeño cantando o tocando la guitarra a mi manera, y de repente hacer un fado, que era un estilo que nunca había hecho ni con el que sinceramente estaba familiarizado, fue divertido. Al aprenderme la canción, con Pedro hablábamos sobre la mirada del personaje y sobre qué estaba sintiendo en cada momento. Y que aunque sea un papel cortito también lo cuidamos mucho. Fue muy guay.
¿Y qué valor creés que tiene narrativamente tu escena y tu personaje para el corto?
M.R.: Yo creo que canta —el personaje— una canción que refleja y que resume muy bien el corto. Ya el título de la canción, “Extraña forma de vida”, es el título del corto. Entonces, con esta nostalgia de la canción y del tono que tiene, ya te habla un poco de qué va a pasar, ¿no? Al principio trabajamos que el personaje era ciego, pero cuando Pedro Pascal llega —Silva—, por la manera en que se da la conexión de miradas entre ellos dos, es como que los personajes intuyen qué va a pasar. Creo que eso hace a la escena un poco más especial.
George, en tu caso aparecés más adelante en el corto, ¿cómo preparaste el personaje?
G.S.: No queríamos trabajar la biografía del personaje. Queríamos que fuera algo ambiguo o ambivalente. Se dice quién es, pero no de dónde o su historia. No queríamos trabajar eso, sino ensayar el diálogo, la escena y trabajar haciendo más que otra cosa, siempre dentro de los parámetros de Pedro [Almodóvar] y que funcionase como él quería.
¿Y cómo fue trabajar en un western?, es un género bastante específico.
G.S.: Es casi como un cómic el western, ¿no? Es como muy teatral. Entonces da libertad también al actor. Es algo casi grandilocuente también. Y pues es la hostia haber visto en la tele mil westerns de John Wayne y otros actores y poder hacerlo hoy en día, que no ocurre tan frecuentemente, es un honor.
Hablando de honores, más allá de que ustedes ya tienen sus carreras propias, ¿cómo se sintieron al trabajar con actores como Ethan Hawke o Pedro Pascal?
M.R.: Pues es todo positivo. Porque entrar en un set y ya el hecho de compartir con Pedro Pascal, con Ethan Hawke, y encima con Almodóvar dirigiéndolos… Ya solo de ver lo que están haciendo, cómo se comportan en set y cómo se preparan, aprendes de todo. Te enriquece mucho a nivel profesional compartir con ellos.
G.S.: Sí, es un honor. Ya el hecho de estar ahí significa que algo bien estás haciendo. Y al ponerte a trabajar con Ethan y Pedro significa que estás más cerca de lo que parece del norte. Creo que es eso, estas situaciones así te hacen ver que el norte está más cerca de lo que parece y más o menos te aclara el camino para poder seguir.
M.R.: Y, aparte, ver una película desde tu casa o en el cine te hace idealizarlos mucho, a ellos y a la situación. Y de repente poder vivirlo en primera persona es como lo que ha dicho George, significa un montón. Te motiva. Es un aprendizaje increíble.
G.S.: Y te hace pensar que vales la pena. Por eso estás trabajando allí.
¿En algún momento se plantearon la idea de ser chicos Almodóvar?
M.R.: A mí el cine de Almodóvar siempre, desde pequeño, me ha gustado muchísimo, lo admiraba un montón, y creo que, ¿a qué actor de nuestra generación no le hace ilusión ser un chico Almodóvar o siquiera trabajar con Pedro? Pero la situación es poco realista. Yo siempre he dicho que me encantaría trabajar con Almodóvar, pero lo dices por pura admiración. Y haberlo hecho es algo increíble.
G.S.: Sí, más que ser chico Almodóvar, es trabajar con Pedro Almodóvar en sí.
¿Y qué fue lo más difícil del proyecto?
M.R.: Yo lo que quería era, porque sé que Pedro con su trabajo es súper exigente y detallista, estar a la altura de su visión. De poder, con mi personaje, plasmar su visión, hacer lo mejor posible lo que había pensado al escribir e imaginar el proyecto. Pero luego fue todo muy, muy fácil. Siempre había comunicación con Pedro. Era fácil hablar y era muy cercano todo.
G.S.: Y el respeto también. Que es bueno porque significa que te importa lo que estás haciendo y admiras grandemente con quién estás trabajando, lo cual es un es un honor, es una suerte estar trabajando con alguien que admiras. Pero a veces eso mismo te juega una mala pasada. Porque está bien tener respeto, pero también hay una cara negativa de la moneda y es que entran los nervios, y ahí el factor de no sentirte a la altura es presión. Habría que quitarse más ese respeto y trabajar como si fuese un trabajo más, que realmente no lo es, pero es un día de trabajo más, solo que mucho más importante.
En el conversatorio, Almodóvar también se detuvo e hizo hincapié en otros títulos modernos pertenecientes al género western que lo inspiraron o funcionaron como referencias para hacer la película, como fueron la ganadora al Óscar El poder del perro (2021), de Jane Campion; la aclamada por la crítica pero poco conocida First cow (2020), de Kelly Reichardt; o The rider (2017), de la también ganadora del Óscar Chloe Zhao. Todas estas películas logran dejar en claro, en palabras de Almodóvar, que “el wéstern todavía está muy vivo”.
El cortometraje, producido por El Deseo e Yves Saint-Laurent, será distribuido por la plataforma MUBI para todo el mundo próximamente.
Por Nicolás Medina
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