Por Delfina Montagna | @delfi.montagna
Que Alex Anwandter es un artista político es lo más evidente del mundo. Pero su expresión (por el medio que sea) nunca es un ejercicio frío e intelectual, no son digresiones teóricas ni una exposición catedrática de consignas. Tanto sus cinco discos, como su película Nunca vas a estar solo (2016), y su reciente libro de poesía, Mil noches de Sudamérica (2024), calan en la sangre por su crudeza, su trascendencia emocional y su atractivo irresistible.
Fatídicamente consciente de toda la penumbra que le rodea, el cantante, cineasta y poeta busca aportar una mirada crítica que pueda enriquecer a la historia y enfrentar los discursos fascistas, intolerantes, homofóbicos y machistas. Esta ambición está siempre atravesada por una estética intachable y una frontalidad rampante. Pero, ¿puede el arte cambiar al mundo? ¿Qué es, exactamente, cambiar al mundo?
Después de abandonar su primer banda, Teleradio Donoso, en 2009, Anwandter ya esbozaba que su revolución se gestaría en la pista. “La pista de baile es un lugar muy poco productivo, en ese sentido un poco anticapitalista. Poner el foco en esa transacción no productiva, colectiva, para mí es súper importante. Es una especie de rebeldía”, contaría años después en una entrevista. En su primer proyecto solista, llamado Odisea, las guitarras dieron lugar a la electrónica de sintetizadores y la idea de lo latinoamericano primó en todo el (único) disco homónimo.
Al año siguiente, los seudónimos fueron abandonados y la misión detrás de todo esto empezaba a manifestarse. Su expresión tras la tragedia de la que fue víctima el joven Daniel Zamudio, fanático de su música e ícono contra la violencia homofóbica en su país, y otras pistas como el homenaje a Paris is burning (1990) en el video de “Cómo puedes vivir contigo mismo” empezaban a erigirlo como uno de los íconos de la cultura queer.
Su ante último disco El diablo en el cuerpo (2023) no es una disminución de grado sino un cambio de orientación. Fue en conversación con Indie Hoy cuando el cantante se reconoció como un “embajador anticlerical del pop”. En este LP le hace honor a ese título con letras como: “No entendí hasta los quince que el mundo es malo, yo estaba bien”, y guiños provocadores como: “Gracias a dios que salí maricón”.
Pero, en esa misma entrevista, pareciera que la coyuntura lo hubiera doblegado y puesto a prueba. Pasados los años, le es imposible no sentir cierta frustración al oír "Paco Vampiro" y ver no sólo que las luchas del momento fracasaron, sino que incluso tuvieron que enfrentar una contrarrevolución de derecha. “Me dan ganas de que esa canción fuera irrelevante y me frustra que sea relevante. Porque significa que sigue hablando de algo que está intacto. Que sigue siendo necesario”, comentó. Sobre su último disco, Dime precioso (2024), hay un consenso generalizado sobre que es sin dudas su expresión más oscura no a nivel sonoro, sino conceptual.
Ya van treinta años desde el fin de la dictadura de Pinochet, pero su constitución sigue vigente y los estertores del golpe de estado siguen profundamente impregnados en la sociedad chilena, donde, en palabras del artista, es común “tener tanto muerto como fascista”. No es raro entonces que el poema que encabeza Mil noches de Sudamérica (2024) se titule “Congreso internacional de la desesperanza”, y declare, “pues, nuestras canciones inútiles, nuestro arte inerte, nuestras modas grotescas”.
Editado por De Parado, este poemario atisba escenas diseminadas de sexo sin amor y amor sin sexo, heridas y reproches a los padres, interminables noches tropicales, amigos que se mataron, hombres que deciden el destino de un país tomando té importado, genocidas, “una y otra vez, mil noches de Sudamérica, hombres, sudor y besos”.
El dolor del desplazamiento destella y palpita. Aunque los sentimientos son la sustancia de la que se alimentan en gran medida estos poemas, su ritmo es puntual y directo, y su musicalidad, innegable. Este zigzagueo de lo macro a lo micro, del genocidio a la habitación de hotel, une de manera irrevocable lo personal con lo político. Así, forma y contenido se unen en una sinergia perfecta.
No hay en cada poema (de todos los del mundo) una sola forma de leerlo; todos ellos dependen de sus resonancias, de nuestras imágenes y lecturas pasadas. Lo único que puede hacer esta nota es enfocar esa lectura. De ahí la belleza de ver la constelación de la obra toda de Anwandter, inexorablemente unida por poner el grito en el cielo y llevar a su época hacia adelante —aunque sea a cuestas—.