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Cine
Movimiento y carrusel

Alfonsina Carrocio: “El cine te condena a este concepto de eternidad”

La actriz protagonizó “Nina y Emma”, una película independiente que se proyecta este 4 de mayo en la Sala Zitarrosa; pronto estará en cines.

04.05.2023 14:05

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2023-05-04T14:05:00-03:00
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Por Valentina Temesio

Alfonsina Carrocio llegó al mundo del cine como “careta”. La profesora de Teatro del bachillerato artístico de su liceo, María Elena Pérez —la primera persona que la acercó a la actuación y mentora—, contó a la clase que había un casting para la película Otra historia del mundo (2017), que dirigió Guillermo Casanova. Ella, que tenía 16 años, fue, audicionó, quedó seleccionada y rodó. Por aquel entonces nunca había dicho: “Quiero ser actriz”. En realidad, dice, nunca lo dijo.

A Otra historia del mundo le siguió Sangre vurdalak (2020), una producción argentina —dirigida por Santiago Fernández Calvette— que protagonizó, le valió un reconocimiento y, además, la experiencia de rodar, por primera vez, fuera de Uruguay.

Carrocio, que empezó a dar sus primeros pasos en la actuación por “el camino inverso”, siempre se dedicó al cine, mientras que el teatro era un espacio de formación y exploración. En medio de la pandemia y después de haber debutado fronteras afuera, la actriz apostó a una producción diferente, a una película chiquita y uruguaya, hecha “a pulmón”. Una que, al igual que ella con su carrera, no siguió la idiosincrasia del cine nacional: se hizo, de alguna manera, al revés.

Nina y Emma es la ópera prima de Mercedes Cosco, una directora de cine y guionista uruguaya. Sobre dos amigas, un verano a solas; adolecer y crecer, la película independiente narra la historia de una amistad, de cuestionamientos, de inocencia. Carrocio encarna a Nina, una de las dos protagonistas de esos días en La Paloma. La primera vez que Nina y Emma se proyectó en Uruguay fue en el marco del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, organizado por Cinemateca.

Este jueves 4 de mayo, quienes no pudieron verla podrán hacerlo: se proyecta en la Sala Zitarrosa a las 20:00. Pronto estará en cines.

Después de Nina y Emma, el camino de Carrocio siguió a lo largo del globo. La actriz fue convocada para participar en una producción de Netflix sobre una historia uruguaya que atravesó el mundo: La sociedad de la nieve, que aún no tiene fecha de estreno.

Ahora, en 2023, la actriz volverá a emigrar. Se irá a España, donde continuará con la actuación, con la escritura, con su primer guion para un cortometraje y, también, con la vida en colectivo.

Cuando tenías 16 años te estrenaste como actriz en una película, en Otra historia del mundo. ¿En qué momento te diste cuenta de que querías ser actriz?

Creo que tiempo después de ese rodaje. En realidad, toda mi infancia y adolescencia había estado ligada a las artes y a la expresión artística, sobre todo la que implica el cuerpo. Hice danza por muchos años. También es algo familiar: con mis hermanos grabábamos cortos; está el lado de la música, ese entorno que también fomentaba la expresión por esos lados. Nunca dije: “Quiero ser actriz”. De hecho, yo quería ser Indiana Jones. Pero después de la experiencia de Otra historia del mundo hubo algo: me di cuenta de que quería habitar mundos que no sean este. Después, con el pasar del tiempo, me di cuenta de que el mundo siempre fue un lugar muy hostil para la sensibilidad, entonces siempre encontraba mis escapes de otras maneras, también escribiendo. Le pregunté a mi madre si me podía inscribir en una clase de actuación y empecé con Laura Sánchez en Espacio Teatro —de Franklin Rodríguez, en Mercedes y Andes—. 

No sabías que querías ser actriz, pero igual querías ser Indiana Jones, que es un personaje de una película.

Sí. Quizá cuando solidifiqué la idea de querer ser actriz dije que lo confirmaba como un querer alejarme siempre de mí: “Okay, no quiero ser yo”. Ahora, con el pasar de los años, con otra visión y perspectiva de lo que es para mí la actuación y el crear en sí, al contrario: es para estar más cerca de mí.

¿Por qué estás más cerca de vos?

Hay algo que experimento con cada personaje en esta búsqueda de la construcción y sus particularidades, ya sea la manera de sentarse, de ver, de oír, que me hace analizar mucho mis maneras. Creo que ahí encuentro este contacto conmigo. Es ahí, en la construcción del personaje, porque te hace inevitablemente mirarte a vos. Te enfrentás realmente a todo lo que sos con luces y sombras.

¿Cómo te analizás? 

Mi manera de crear va desde el cuerpo, desde el movimiento. No es algo que supe siempre, cuando empecé a actuar o tuve el deseo de ir a una clase de teatro no me lo cuestionaba, y eso que soy la reina del cuestionamiento. Simplemente había algo que a mí me hacía sentir en esos espacios, en los que en lo colectivo se creaba. Me doy cuenta de que lo primero está en el movimiento, en el cuerpo. La palabra sale dependiendo en qué posición estoy, si doy un paso, si estoy acostada.

Ibas a clases de teatro, que imagino tenían un enfoque más tradicional, y de repente llegaste al cine.

Después de que terminé en Espacio Teatro me inscribí en Comunicación, porque quería ver si lo de escribir iba por ese lado, pero lo abandoné y me preparé para entrar a la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático Margarita Xirgu]. Además de que hice el camino inverso —empecé haciendo cine y sin experiencia—, cuando me di con el teatro me enfrenté mucho a combatir la naturalidad. Porque el teatro que se enseña en las escuelas es de formas clásicas, de estructuras; y una, que siempre se caracteriza por romperlas, luchaba con esto de la naturalidad, que de por sí una acarrea con poder habitar formas. La comedia española del siglo de oro, si hacíamos clown, todas las técnicas fueron estos desafíos, que igual conviven con el mundo del cine, de hecho, creo que aportan un montón. Porque cuando vemos cine no queremos ver cuerpos parlantes. También esto del cuerpo vivo tiene que estar, que es lo que tiene el teatro principalmente. Yo creo que hay una separación en ambas disciplinas, pero no creo que estén tan separadas, creo que son complementarias. 

¿Llegaste a hacer alguna obra de teatro?

Las anuales que hacíamos con la EMAD, pero no es Cartelera oficial. En la EMAD hice primero y a mitad de segundo me convocaron para Sangre Vurdalak, una película que filmamos en Argentina en 2019.

Ganaste un premio ahí.

Sí [ríe]. Fue en un festival Anatomy [5to Festival Internacional Anatomy de Crimen y Horror] en medio de la pandemia; nadie fue a recibir premios y mi familia me lo imprimió en plan estatuilla. 

Tu familia te apoya con la actuación.

Tengo apoyo, tanto con mi familia sanguínea como con la que elijo. No puedo quejarme de eso.

¿Nunca te cuestionaste la actuación?

Creo que no [piensa]. De hecho, no, nunca existió este llamado plan B. Las personas de generaciones más grandes me lo preguntaban mucho, pero había algo de la convicción mía y del deseo, de querer desarrollarme como intérprete. Nunca me cerré en eso: “Hola, soy actriz entre otras cosas”.

¿Cuáles son las otras cosas?

Ahí converge la escritura. Creo que es la creación en sí, que es complementario. Muchas veces cuando escribo un personaje —ahora estoy desarrollando mi guion de mi primer corto— me paro y actúo lo que el personaje podría estar diciendo o haciendo. Así lo pruebo.

Volviendo a Sangre Vurdalak, a los 20 años actuaste en una película internacional. ¿Cómo fue eso?

Fue loco porque fue un mes de estar filmando todos los días. Era la primera vez que estaba viviendo sola en el exterior, sin ningún afecto. Son importantes las compañías, pero tuve la suerte de estar en un elenco en el que con mis compañeros hicimos una unión muy linda; particularmente con uno de ellos, que hoy en día es de mis personas más especiales, y nos acompañamos mucho. Hay algo de la actuación y es que siempre aparece en momentos de procesos personales muy heavies, entonces, es como que los personajes terminan siendo esta manera, muchas veces, de atravesar.

Es inevitable que cuando una ve el resultado no vea también lo lejos que se encuentra de ese momento personal. Eso me gusta apreciarlo mucho.

Después vino Nina y Emma. ¿Cómo llegaste?

Con Mer [Mercedes Cosco, la directora] nos conocíamos mutuamente de Instagram. Siempre había un intercambio de apoyar nuestras disciplinas artísticas. Cuando ella me comentó que hace un par de años había escrito un guion le comenté que tenía ganas de leerlo. Lo leí, lo comentamos y me propuso ser Nina. Después, aparece Valen [Valentina Pereyra, quien interpreta a Emma] y empezamos a trabajar.

Alfonsina Carrocio en el rodaje de

Alfonsina Carrocio en el rodaje de "Nina y Emma". Foto: Camila Montenegro

Mercedes Cosco, en una entrevista con LatidoBEAT, dijo que vos habías elegido ser Nina.

Sí, Mer estaba en una disyuntiva, no sabía qué personaje quería que yo interpretara. Le dije que quería el desafío de Nina.

¿Por qué?

Hay algo de Nina que en algunas situaciones me hace acordar mucho a mi adolescencia. Quizá todo ese cuestionamiento con las responsabilidades, todo lo que es la identidad propia —tanto de género como sexual—. Cuando habitás espacios donde no te sentís cómoda y, sin embargo, insistís porque, de algún motivo u otro, es lo que socialmente hay que hacer. Me parecía que estaba bueno para, en algún sentido, abrazarme. Porque ya como intérprete y habiendo ascendido eso, es mirarlo desde otro lugar.

¿Cómo te preparaste para ser Nina?

Estuvo rebueno. Hicimos muchos ensayos juntas [con Valentina Pereyra], eso también hacía de vínculo. 

¿Se conocían?

No. Yo la había visto en un casting una vez, pero no nos conocíamos. Ese trabajo colectivo, porque también tiene eso la interpretación: cuando tenés la posibilidad de ensayar te das cuenta de que tu trabajo crece más con la otra persona. En base a lo que ella me daba, yo también accionaba. Si no, también, se pierde un poco la gracia de compartirlo, porque para eso hacés un monólogo y ya está. 

¿Eso se da siempre o fue porque fue una producción chica?

Creo que el hecho de que fuera chiquito hizo que haya preocupaciones por ciertas cosas y dio esa posibilidad. Porque creo que había un interés grande por parte de la dirección por ese vínculo, que es el que cuenta la película. 

¿Cómo ves al cine nacional?

Sigue en desarrollo. Siento que cada vez hay más estímulo o interés por parte de las personas creadoras en mostrar lo que tienen para contar. Independientemente de lo que refiere a los apoyos estatales, etc. Cada vez escucho más de cine independiente, de espacios en los que se están visibilizando los contenidos audiovisuales y eso me parece muy bueno. Es valiente, porque eso es exponerse también, y es hacerlo ante la mirada crítica que hay siempre de una sociedad que, por identidad, no es creadora de cine, al no ser una potencia mundial con los elementos.

A mí me molesta mucho este concepto de que en Uruguay no hay dinero para filmar; no es cierto, nunca hay interés por depositar el dinero en los lugres en los que se puede filmar. Eso me entristece y siento que atrasa un montón, pero veo mucho coraje por parte de las juventudes, están pisando más fuerte. En otros ambientes también, no solo en el cinematográfico, sino que lo veo mucho en el musical y en el pictórico. 

¿Qué destacás de Nina como personaje?

Creo que Nina, en algún sentido, es un vector, conecta. Para mí, encarna una parte del crecer que somos todas las personas, independiente al género. Nina es estas ganas contenidas de vivir o hartada por estructuras de ella misma respecto a juicios, y que en un momento salen de una, salen en esa corrida final en la playa. Siento que lo que vemos de Nina es esa capacidad de decidir y a su manera, porque ella no fue y tuvo una discusión. 

No confronta.

Lo hace desde el silencio. Creo que el silencio es algo que falta mucho y es un recurso muy positivo para una persona. Nina me hizo trabajar mucho los silencios, yo elegí trabajarlos con este personaje. Lo que se dice sin el lenguaje de la palabra. 

El paralenguaje. 

Eso es lo que destaco del personaje de Nina. [Escribe en su libreta y dice en voz alta: “Lo que se dice con el lenguaje del cuerpo”]. 

¿Cómo fue ver a la película en una pantalla grande?

Lo viví con respeto, con humor y con esta capacidad de ser una espectadora más. De hecho, fue algo que me planteé ya desde hace tiempo: poder desdoblarme de mis diversas creaciones para poder tener otras perspectivas.

¿Qué es ser una espectadora más?

Es no verse desde el ojo del juicio, por más que los espectadores y espectadoras están todo el tiempo haciéndolo. Pero no es el mismo que el que puso el cuerpo ahí.

¿Ese juicio es contigo o con la película?

Con el trabajo propio. Me parece importante decir que, a nivel personal, al encarnar un personaje yo no lo hago por el resultado. Creo que los procesos creativos nunca terminan. Porque después está lo que decanto yo de ver en la pantalla. Pero yo me llevo todo el proyecto trabajado y vivido, ¿no? En realidad, podría no ver nunca le peli. Pero hay algo también que es la responsabilidad para quienes trabajaron contigo. También querés decir gracias en ese sentido.

Es como un cierre, al menos uno tangible.

A nivel visual sí, sin dudas. Hay que trabajar mucho lo que es la exposición. Eso algo que una lo trabaja por su cuenta. 

¿Cómo lo llevás?

Hay algo de que cada vez me importa un poco menos. Estoy practicando esto del autocuidado, del abrazo. De una manera genuina, eh, no es algo que lo digo con esta cultura del positivismo. A cada uno le sirve lo que le sirve para sobrellevar el cotidiano. Pero creo que es algo más verdadero: aceptar lo que una fue en ese entonces, lo que una pudo hacer con sus recursos y experiencias personales y herramientas adquiridas, y saberse hoy en día con más de esas. Eso también es percibir la evolución.

Las películas tienen tiempos largos. Grabás, pasa el tiempo y queda congelado. 

El cine te condena a este concepto de eternidad. Hacés un pacto con el tiempo. 

También participaste en La sociedad de la nieve. ¿Cómo fue?

Esa película está inspirada en el libro de Pablo Vierci, La sociedad de la nieve, dirigida por Juan Antonio Bayona. Es un flash, porque es un proyecto mega grande producido por Netflix. Si antes hablábamos de lidiar con la exposición, hablame de esto, ¿no? 

Es una puerta muy grande.

Sí, y maneras muy distintas de trabajar. Lo que está bueno de cuando una tiene la posibilidad de trabajar en culturas diferentes, con maneras distintas, [es que] si las sabés aprovechar, sos perceptiva y receptiva, te dejan un montón de enseñanzas.

¿Te da miedo el día después del estreno?

No [ríe], qué se yo, no sé si me da miedo. No lo pensé. 

Es una historia uruguaya que se sigue expandiendo por el mundo.

Sí, creo que está bueno llevar a la pantalla historias que hablen de los vínculos humanos también, de la capacidad, de la fuerza que tiene lo colectivo para sobrellevar situaciones. Para mí es muy valioso el cine que habla de los vínculos. Aspiro a desarrollarme así como futura directora: la exposición de los vínculos y sus múltiples variables y formas. La sociedad de la nieve, independientemente de la historia, tiene ese contenido muy valioso de personas actuando como una comunidad. Algo que hoy en día está muy anulado. A veces, tengo este pensamiento ambiguo de si las artes colectivas van a seguir subsistiendo o no; si cada vez hay más reemplazo de lo humano y de la unión. 

Por Valentina Temesio


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