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Contenido creado por Manuel Serra
Música
God save the Dead Boys

El “Raw Power” de la música: no importa Spotify, apoyemos a las bandas

El oficio de un roquero es asustar viejas. Y el roquero se ha transformado en la peor vieja de todas.

07.12.2023 13:44

Lectura: 12'

2023-12-07T13:44:00-03:00
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Por Marcos Motosierra
@pibedestroy

Allá por principios de los años 90, nos fuimos de vacaciones con mi amigo Diego Mellogno a su precario rancho familiar en La Paloma. Ambos éramos (somos) fans de The Stooges, la legendaria banda de Iggy Pop que fue madrina de mucha cosa. En esa época, era muy difícil conseguir cualquier tipo de material sobre ese tipo de artistas, así que nos considerábamos afortunados de poseer una copia de los tres discos de la banda en formato casete. Y en buena calidad.

Una tarde haraganeando por la playa, vimos caer un pibe con una remera que tenía la clásica foto del Raw Power (1973) estampada. Era casi como ver un marciano, así que fuimos a hablar con él. Resultó que era un porteño muy simpático con el que hicimos buenas migas al instante. “Si les gustan los Stooges vengan a casa, que les quiero mostrar algo”. Fuimos y, cuando llegamos, el tipo nos puso el segundo disco de otra leyenda punk, los Dead Boys, también en casete.

A pesar de que la copia era malísima, nos voló la cabeza. Era tan mala que encima la púa saltaba varias veces en la canción “Son of Sam” (1978) del vinilo original. Nos regaló la cinta y nos volvimos a Montevideo locos de la vida. Apenas llegamos, empezamos a compartir desde nuestro barrio El Prado, a quien quisiese, nuestro pequeño hallazgo. Años después, ya hacia finales de los 90, fui por primera vez a la casa de mi querida ex, Natalia Duré, que vivía en Euskal Erría. Entramos y fuimos a su cuarto. Me dice “vamos a poner música”. Y pone un casete con el segundo disco de los Dead Boys en el que la púa saltaba en la misma canción. Nuestra copia había llegado, varios años y copias después, desde el Prado hasta Euskal Erría, de mano en mano, a través del tiempo y los barrios montevideanos.

Así era la transmisión del conocimiento, una red de personas interesadas en lo mismo y con amor por la difusión musical. Era libre, gratuito, sin fines de lucro. Te incentivaba y te hacía encontrarte con tus pares.

La semana pasada me llamó al celular un número desconocido. Atiendo, y se presentó una voz femenina que me llamó por mi nombre. Me informó que trabajaba para no sé cuál empresa de marketing que está haciendo una campaña para una conocida FM. En cuestión, me planteó que replicase una nota pidiendo a las autoridades que reconsiderasen su postura para que Spotify no se fuera del país. La dejé terminar de hablar y le pregunté si podía darle mi opinión al respecto. “Me chupa un huevo Spotify”, le dije.

Yo tengo una cuenta de Spotify que me regalaron, no la pago. La uso de la misma manera que la usamos todos, por comodidad y conveniencia personal. También la uso en el trabajo. Hay canciones de mi coautoría en la plataforma. Pero, si a partir del próximo año desaparece, no me va a cambiar en nada la vida.

Cuando mi curiosidad me pide buscar información sobre algo, hago la búsqueda necesaria por otros canales. No espero a que me lo sugiera el algoritmo. Muchísimos nombres que me interesan no se encuentran allí y sí en otras plataformas, o haciendo download en programas como Soulseek. Además, pagan una miseria de royalties. Es una verdadera máquina de explotar artistas como nunca se ha visto. Un monopolio sustentado en el principio de que “hay que estar allí o no existís”, simplemente porque los consumidores así se han acostumbrado, por comodidad y conveniencia.

La polémica sobre la retirada de la empresa está instalada diariamente por todos lados. Escucho a la gente lamentarse sobre la pérdida de sus añoradas playlists. A colectivos de artistas y productores advirtiendo sobre el daño que se viene. Sobre cómo deberíamos ceder ante la presión de la industria. Pero no creo que le cambie mucho el panorama a la mayoría de artistas emergentes o under, que hay por cientos en este país. Si quieren apoyar, vayan a sus shows. Compren su merchandising. O compren sus discos en formato virtual en plataformas como Bandcamp.

Mi experiencia dicta que, de esa manera, recaudamos más con Motosierra que lo que nos haya pagado Spotify alguna vez. Hay otra forma de hacer las cosas que llorarle al gigante del monopolio musical, pero igual lo hacemos. Por comodidad y conveniencia. Somos todos cómplices.

Hablando de música, no es ninguna novedad que el rock está muerto. Como motor operativo de cambios culturales y artísticos, pertenece al siglo XX. No es más un vehículo de expresión de la juventud. No tiene más cabida en este nuevo mundo dominado por productores y productos. Vayan a ver las listas de los más reproducidos en Spotify y me dicen. Y, encima, los viejos roqueros nos hemos vuelto reaccionarios, lo que lo hace todavía menos atractivo para las nuevas generaciones. Porque se sabe que el oficio de un roquero es asustar viejas. Y el roquero se ha transformado en la peor vieja de todas.

Sin embargo, está ocurriendo un fenómeno que tiene que ver con todo ese viejo espíritu. Desde el fin de la pandemia, ha surgido un movimiento de bandas unidas por una necesidad expresiva en común, musical y estética, algo que también pasa regionalmente en Buenos Aires y que María Road menciona en esta nota.

Todas tienen una raíz en común, que es una reivindicación del grunge de los años 90, el DIY (el “hazlo tú mismo” del punk), shows en vivo catárticos y apasionados, y un cuidado en lo visual y lo performático muy importante. No pasan de los 30 y pocos años. A diferencia de lo que pasaba en mi generación, en donde primaba el reviente, la mala onda y el “mi banda le rompe el culo a la tuya”, hay un espíritu inclusivo muy importante con el público. Una forma de refugio y de comunidad que es totalmente novedoso dentro de la escena del “rock nacional” (horrible término) y que seguramente la experiencia de aislamiento traumática que significó la pandemia haya ayudado a desarrollar.

Tocan muy seguido, en todo momento, y en lugares fuera del circuito más bolichero de la ciudad. La consagración definitiva ocurrió el sábado 28 de octubre en el Skate Park del Buceo. Obelisco, Catatumbo, Neamwave, Lynces y Flor Sakeo, cinco de las bandas más visibles de esta nueva generación, y armaron una impresionante celebración de Halloween que sirvió a la vez como marco consagratorio de algo que está pasando fuera del radar de los medios y la cultura musical semioficial. Algo que está más vivo y tiene más ganas de decir cosas que el viejo roquero cascarrabias.

Entonces, es el momento de callarse y pasar el micrófono. Así que les dejo a las propias bandas presentarse y que digan qué es lo que opinan sobre todo esto que tan randómicamente estuve escribiendo. Vayan, apoyen a la movida y a los artistas. Paguen la entrada. Compren sus discos y merchandising. Está ahí sucediendo delante de sus narices. No sean cómodos y complacientes. Vengan como son. Volvieron los 90. Cientos de remeras de Nirvana por la calle no pueden equivocarse.

Tuco (Catatumbo)

Definición: Pregunta difícil. Es como que te pregunten, “¿cómo te definirías? La respuesta: "soy escorpio". Me parece bastante ambigua y sin sentido ya que no define nada concreto en sí. Si hiciéramos un solo género, aún sería difícil de contestar, pero nosotros encima cambiamos bastante de estilo entre canción y canción. Así que, por vago, decido dejarla por acá.

Influencias: La mayor influencia son los amigos y la familia. Y la idea de probar cosas nuevas o incómodas para uno, insistir hasta que cuaja, madura. Eso no sé bien de dónde sale, pero es una gran influencia e inspiración, un concepto poderoso.

Rock: Sería interesante ver qué responden cien personas a esta pregunta. Para mí, personalmente, significa mucho por todo el rock (sobre todo de los 50 a 70) que escuché hace unos años y que aún escucho. Pero viendo que el género continuó existiendo, diría que hoy en día no tiene sentido la palabra. Como el pop, ¿qué es?

Spotify: Opino que la hicieron bien, los felicito. Los músicos ganan menos aún que antes de que existiera Spotify. Vamos a ver qué pasa ahora que se van de Uruguay.

Tommy (Neamwave)

Definición: Música energética que va oscilando entre extremos, partes calmadas seguidas de otras más agresivas o movidas. Siempre manteniendo la melodía, pero también el ruido, hacemos ruido para gurises.

Influencias: Nadamos todos por distintos mares y, juntos, intentamos armar nuestra propia ola, desde el punk rock, el hardcore, el rock alternativo y el metal, hasta las bizarreadas experimentales y melodías que te traigan una sensación familiar hurgando en los vestigios del pop y géneros así. Igual, cabe destacar que una de nuestras mayores inspiraciones fueron, desde que comenzamos a tocar juntos, las demás bandas de la escena under que fuimos conociendo. Cada una tiene variedad de estilos muy definidos y peculiares.

Rock: La actitud e intensidad en cuanto a emociones que expresar en la música es lo que más nos llega. Creemos que al rock lo caracterizó eso desde siempre. La crudeza, la imperfección, el aspecto humano y la pasión son las cosas que más nos gustan que estén presentes en la música, y que claramente el rock trajo a la mesa desde el inicio de los tiempos.

Spotify: Es una plataforma de streaming más, pero que termina siendo muy útil para hacer que tu música sea de acceso fácil al público general, debido a la practicidad y el tipo de servicio que ofrece. Es cierto que la remuneración al artista, sobretodo under, es casi nula, pero actualmente sí ocupa un lugar muy importante para la difusión de la música de artistas emergentes que simplemente quieren compartir y hacer que su música alcance la mayor cantidad de personas a las que podría llegar a gustarle lo que hacen. La situación actual de que desaparezca, por ejemplo, implica un montón de oportunidades y sueños perdidos para muchos artistas/bandas emergentes y, eventualmente, es un gran paso para atrás en el crecimiento de la cultura musical en nuestro país.

Loli (Lynces)

Definición de lo que hacemos: nuestro tesoro compartido lleno de emoción, GAUCHOGAZER.

Influencias: DIY.

Rock: Puede ser un mueble de madera compensada. Se armó originalmente para sostener las pilchas, pero el paso del tiempo, las mudanzas, el desarme y armado, hicieron que haya que agregar piezas para mantenerlo y continuar su existencia. No es un mueble perfecto. Fue el que tocó. Su lenguaje lo hizo accesible y sus modificaciones lo hicieron mutar hacia donde tuvo que ir. Acá o allá.

Spotify: Ninguno de nosotros paga esa App.

Kolito (Obeslico)

Definición: Rock Alternativo / Post Hardcore / Noise Rock / Indie Rock / Emo.

Influencias: Nuestro sonido sale de la mezcla de todo tipo de influencias desde los Smashing Pumpkins, Black Sabbath, Pixies, canciones que pasan de sonar como Slayer a Alejandro Lerner en segundos. Somos libres de género. Influencias más locales sería los primeros discos de Hablan Por La Espalda, y la movida alternativa argentina de los 90, como Fun People, EOY, Babasonicos, etc.

Rock: Guitarras eléctricas, baterías y pasión por la música, energía, ruido y rebeldía.

Spotify: Me gusta, lo uso y descubrí un montón de bandas gracias al acceso que me da a la música y el algoritmo que funciona bastante bien. También tiene sentido que sea el lugar “centralizado”, donde los artistas nuevos comparten su música. No soy gran defensor de la empresa que, como cualquier corporación multinacional gigante, vive un poco de la explotación. En este caso, de los artistas. Pero tengo amigos que viven de las regalías que Spotify les paga.  En cuanto al conflicto, creo que los que están metiendo mano son unos murgeros y pleneros viejos que no pueden adaptarse al nuevo mundo y, desesperados por agarrar un peso, pasan por arriba el interés común de la mayoría. Bastante patético. Qué exploten todos, Spotify y ellxs.

Flor Sakeo

Definición: Sinceramente, me es muy difícil, normalmente, definir algo que considero un menjunje de muchas influencias que fueron marcando mi vida de algún modo. Que van desde el rock clásico riffero que te invita a peludear y bailar, al pop pegadizo que puede hacerte mover el piecito y cantar mientras caminás, o esa balada que te hace compañía. Mezcla de distorsión, calidez e intención con la palabra. Me gusta pensar en el concepto menjunje catártico.

Influencias: Tan amplias como la experiencia de este paso por el planeta tierra y absorber cualquier tipo de conocimiento. Sea de libros de poesía, de discos o una charla con une amigue o alguien desconocide. De todo se aprenden cosas.

Rock: Hacer lo que te gusta hacer y te salga del alma. Cito las palabras escritas detrás de un disco que encontré en una disquería y lo compré por lo que decía en la contratapa (el disco era El León de Manal): “Llegar a ser libre en la música y en todas las cosas es amar. La imaginación abre los caminos de la libertad, allí el universo de la música toca su infinito. Por eso el rock”.

Spotify: Es una herramienta más. Buena o mala, no lo sé, hoy día hay millones. Nunca hice ni entiendo sobre análisis de mercados, pero es una aplicación que está de alguna manera liderando el servicio de streaming musical y, claramente, la gente lo utiliza mucho. A les artistas que estamos viviendo en esta era, donde el internet hace que llegue la música que componés y grabás a todo el mundo en milésimas de segundo, puede verse como algo positivo. Pero porque llegue a mucha gente no deberíamos permitir que se vulneren nuestros derechos de autor.

P.S.: Me acabo de enterar que Spotify va a despedir 1.500 empleados de su plantilla y, además, no piensa pagarle regalías a las canciones con menos de 1.000 reproducciones, con el pretexto de “maximizar sus ganancias”. Y, sí, las canciones que acompañan este artículo aparecen gracias a Spotify por comodidad y conveniencia. Porque ustedes así lo piden.

Por Marcos Motosierra
@pibedestroy