Por María Antonella | @antoinella.jpg
Los presentaron en un hotel. A Jonathan Anderson le interesa conversar con personas de cualquier disciplina que no sea la suya, fuma una caja de cigarrillos por día y toma seis cafés espresso. Trabaja como artesano para su marca homónima JW Anderson, y a tiempo completo en la dirección creativa de la firma española Loewe, que viste al actor uruguayo Enzo Vogrincic con pantalones extra tiro-alto formales como si fuese un actor de cine de los cincuenta.
Luca, no obstante, tenía intenciones claras el día de ese encuentro. A pesar de haber realizado un estimado de 23 películas, cortos, fashion films y documentales, se volvió un híbrido entre el cine mainstream y de culto trasladando al plano visual el libro Call Me By Your Name (2007). En resumen y sin spoilers, habla del deseo entre dos varones, un adolescente y un adulto, con altibajos libidinosos mediante, en unas vacaciones en un pueblito italiano.
Sin embargo, teniendo a su entera disposición desde su primera película a marcas como Moschino, Calvin Klein, Manolo Blahnik, Guess, Adidas o Valentino, él estaba plenamente encantado con la marca de nicho de un nerd bajo perfil, que hasta el día de hoy confiesa que le emociona haberlo conocido. Lo invitó a tomar un café, conversaron sobre diseño de interiores, muebles, colores, arte y su relación en perspectiva con el mundo. Ambos coinciden en que es de esos vínculos artísticos que se retroalimentan y, casi como modo de agradecimiento, Luca le pidió a Anderson que le haga el vestuario para su próxima película, Challengers (2024).
Luego de hacer una película que plasma el deseo del hombre de una manera entretejida, por momentos confusa y lenta, cambia completamente el perfil. Se acerca un poco más a la libido de algunas mujeres, captando la fantasía de tener a dos hombres que se enamoran de su arquetipo dominante y la desean físicamente, pero también mostrándole al espectador que esa riña no existiría sin las pulsiones homosexuales, todo esto proyectado entre discusiones y raquetas.
Las marcas deportivas que utilizaron e hicieron convivir durante dos horas y once minutos fueron Nike, Lacoste, Uniqlo, Wilson y Adidas. Lo interesante es que la mayoría de estas prendas solo podrían encontrarse revolviendo en un second hand de mala muerte, ya que por los logotipos que tenían las prendas, son ediciones vintage o directamente limitadas de alguna colaboración —confío ciegamente en que no iban a tomar decisiones estéticas sin una curaduría obsesiva—.
Por fuera del juego usaron prendas simples: una remera con la frase “I told ya”, lo cual quizá se vea como algo vago, pero es autobiográfico por parte de Anderson, ya que en una entrevista con Bella Freud en su archivo-podcast Fashion Neurosis, cuenta cómo la influencia de haber vivido sus primeros años de vida en Irlanda del norte, bajo complejidades políticas, le dieron una identidad que no tenía que ver con ser la persona más arriesgada, sino con las preocupaciones de un chico que no entendía por qué un día estabas caminando por la calle y algo violento pasaba. Hasta el día de hoy mantiene que no quiere tomar decisiones sobre qué ponerse, ya que se dedica a eso para otros. Sus esenciales son pantalones rectos, camisas y remeras básicas en colores neutros. Aún así, tiene una colección amplia de bolsos.
Otra característica es la facilidad que tiene cada pieza para quitarse en una milésima de segundo. Hay formatos del mundo gay del siglo pasado —por cómo la historia los ha obligado a mantenerse silenciados— que denotan el apuro, lo oculto, lo que debe ser rápido de resolver. Recién ahora se puede ejercer la “provocación” como acto de militancia y no demasiado. Ellos, ambos gais, son hombres de entre 40 y 50 años: habitaron el proceso de no exponer su deseo y, dentro de esas narrativas, generaron una nueva. Una que hace que un bóxer y una remera básica sean la lencería más necesaria.
Dentro de nuestro concepto de lo que es y lo que no es erotizante, la protesta subyacente atrapa y permite observar con otros ojos la osadía de sexualizar —en el buen sentido de la palabra— la resolución de un jean y una remera a las 8 de la mañana en la parada de algún ómnibus, deseando que se tome el mismo para seguir observando.
Aventurando esta dimensión, ¿qué pasa después de la lascivia? Probablemente el amor. Es más fácil exponer el instinto animal que el propio afecto en el mundo de las palabras.
En Queer (2024), el segundo trabajo de Luca y Jonathan basado en el libro de William S. Burroughs de 1985, dos hombres con diferencia de edad y roles de poder en cuanto a la belleza, la adquisición y la juventud, prefieren hacer un viaje juntos para buscar ayahuasca antes de decirse lo que sienten. Oscilan entre camisetas de algodón, musculosas, pantalones de vestir con pinzas en sus cinturas y camisas desabotonadas, y accesorios como sombreros, gafas y una cámara analógica de la época.

Queer (2024), Luca Guadagnino
Luca Guadagnino experimenta con un principio de lo que podría establecerse como surrealismo en varias dinámicas, que son impulsadas por el consumo de narcóticos en momentos problemáticos, y por otros exploratorios con tintes románticos.
Jonathan se reta a sí mismo a seguir el ritmo, con recursos como la humedad de las piezas que trasluce los cuerpos, el barro, los músculos en tensión por lo que los cubre. Es cautivante cómo la austeridad pareciese ser un gesto de artesanía. Usa prendas de segunda mano que rescató con su equipo en calles sucias y localiza en especial un traje de lino puro. Como acto psicocósmico, emerge de una montaña de ropa un pantalón tan de tiro alto como sus diseños en Loewe, e insiste en teñirlo con la droga que más consume el personaje principal, la heroína. Si bien es una excelente anécdota, esto fue lo único que se le denegó.
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