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Música
Digan lo que digan los demás

Raphael volvió a Uruguay y convirtió el Antel Arena en una pista de baile de Ibiza

El español emocionó a los miles de espectadores que lo fueron a ver y regaló una velada en la que la emoción brilló por doquier.

23.03.2022 10:59

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2022-03-23T10:59:00-03:00
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Por Manuel Serra

Como decía el filósofo ruso Mijaíl Bakunin, “la libertad ajena amplía la mía al infinito”. En este caso, me animo a reformular la frase y cambiar la palabra “libertad” por “felicidad”. Es que así se vivió la velada del 22 de marzo.

La ida a ver el regreso del Niño de Linares a Uruguay arrancó temprano para quien escribe. A las 19 ya estaba adentro de un Uber rumbo al Antel Arena. La emoción era grande. Tanta que íbamos hablando sin parar con mi progenitor, quien me acompañó, de las proezas de Raphael, de lo que se venía, de qué canciones iba a tocar. O a cantar, más bien. En definitiva: lo típico en una previa a un show que esperabas hace mucho y en el que depositás una esperanza vital.

Y era normal hasta que la conductora, de nombre María Alejandra –con nombre casi igual a Manuel Alejandro, histórico compositor de Raphael– se entusiasmó y empezó a hacer preguntas y a compenetrarse tanto como nosotros. O incluso más. Tenía la llegada del coloso andaluz entre ceja y ceja. Tal fue su emoción que la invitamos a ir, mediante unas entradas que teníamos. Ella agradeció, feliz, aunque no aseguró que iba a poder estar allí. Nos dejó en el Antel Arena. Y a partir de ahí, además de la emoción por lo que se venía, empezó una divertida incertidumbre de si iba a venir o no.

Habíamos arreglado con la producción la firma de un vinilo, primeras ediciones de Hispavox, de Digan lo que digan (1967). El disco del que hablamos con el Maestro en la entrevista previa al show que tuvimos el honor de tener. Un objeto que había pertenecido a mi abuela, a su colección de Raphael. En definitiva, un objeto sacro. Luego de hacer las tratativas para llegar a la parte restringida, donde estaba la organización del espectáculo, lo que fue toda una peripecia en sí misma, volvimos sobre nuestros pasos y nos dispusimos a entrar al recinto, que estaba vestido de gala para la ocasión.

La fila era larga, pero se sentía por doquier la emoción. El aire se podía cortar por un cuchillo, pero no por la tensión de un problema, sino por el acto de fe que significaba para los presentes poder ir a ver a Raphael. Para muchos, una vez más, para otros –nuestro caso–, la primera vez. El promedio de edad rondaría los sesenta años. Quizá, hasta un poco más. Pero ¿quién dijo que no se puede disfrutar a esa edad? Más bien lo contrario, al haber vivido tanto, puede que uno sepa distinguir mejor cuando está ante una oportunidad única. Y esta lo era.

Ya adentro, se veía dos tipos de espectadores, que era el estereotipo, que se repetía: o parejas de dos personas mayores, o, y quizá más, un nieto que acompañaba a su abuelo o abuela, sin saber mucho qué esperar de lo que se venía. También había un enorme número de personas que estaban en sillas de ruedas. Y hay que reconocerle a los empleados del Antel Arena el gran servicio que hacían llevándolos a sus asientos correspondientes. Afuera habíamos visto muchas vans de las que bajaban hordas de ancianos dispuestos a todo, con enormes sonrisas pintadas, que nos animamos a imaginar que venían de asilos. Quizá sí, quizá no. Lo que es claro es que se los veía felices. Muy.

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Sin embargo, no eran el único público que había; también había jóvenes. Difícil encontrarlos, pero estaban. Y su ansiedad era tan grande como la de todo el mundo. Entre ellos, nos cruzamos con Marcos Motosierra, vocalista de la mítica banda del under con un nombre epónimo al apellido. Con “Marquitos” habíamos estado días atrás en un boliche, en el que era el encargado de la música, escuchando canciones del español y comentando sobre el show. En esa ocasión, la gente no cesó de bailar al son de su épica música. Y Marquitos no era el único, simplemente había que afinar el ojo y allí se los veía. Dicen que también estaba por ahí un tal Federico Pereira, periodista de Montevideo Portal. No tuvimos la suerte de verlo, pero podemos dar fe de que el suyo es un raphaelismo militante hasta las últimas consecuencias.

Mientras estábamos esperando que arrancara el show, sonaba el bebop de Miles Davis. Una elección que en el momento parecía obvia y muy bien tomada. Acompañaba a la perfección. Y la emoción no paraba de crecer. No obstante, la espera no fue muy larga. Y más como un gentleman inglés que como un español, Raphael salió apenas pasadas las 21, la hora pautada, para regocijo de la gente. Aplausos, gritos y euforia.

Como un Elvis español, con un cinturón con una hebilla enorme, y caminando el escenario como quien está en su casa, apareció quién todos habíamos ido a ver. Enorme, glorioso, imponente. Su ropa negra brillante, típica en su vestuario, marcaba que sí, que íbamos a vivir la full Raphael experience. Y así fue.

A la hora precisa, tras una introducción instrumental, arrancó “Ave Fénix” y, a partir de ese momento, todo se vería mezclado entre los sentimientos a flor de piel, el no poder creer estar siendo testigos afortunados de un despliegue espectacular y, cómo podía ser de otra manera, de la pasión.

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Siguieron clásicos como “Loco por cantar”, “Vivir así es morir de amor” y “No vuelvas”, que se fueron intercalando naturalmente como cantos de una misa en la que los feligreses solo desean escuchar y compenetrarse con la palabra que fueron a oír. Incluso, se escuchó un grito descarnado de “Te amo, príncipe”. Serían muchos más.

En este momento, con “Digan lo que digan” –en palabras de Raphael, “la primera canción de protesta de esa época”–, no solo los aullidos desesperados se apoderaron del lugar, sino que el cantante transformó al Antel Arena en una pista de baile de Ibiza. Con ritmos electrónicos que se fusionaban con la sinfonía clásica, fue uno de los momentos álgidos del espectáculo. Si bien el público estaba sentado, fue imposible que, a esta altura del partido, muchos no se pararan a bailar con esta joie de vibre que irradiaba la música del oriundo de Linares.

Y vino “Mi gran noche”, ¿qué decir? Del mismo disco, igual de mítica, con el sello del baile en su alma. Y la pista de Ibiza dejó de ser por una canción y quedó definitivamente inaugurada. Cabe destacar que el español tiene casa en la isla balear y fue donde pasó gran parte de la pandemia.

Ahora el grito del público fue otro: “Raphael, sos un penal”, se escuchó desde alguna parte del campo. Y este alarido fue recibido a las risas. Porque, en todo caso, sería un penal colgado al ángulo. O, al menos, eso estaba haciendo con su show.

Se fueron procediendo más canciones, entre ellas, “Provocación”, “Frente a frente” y “Volveré a nacer”, algunas en tono más electrónico, otras más baladístico. Pero ninguna perdiendo el sello característico de Raphael: su voz absoluta. Un “vozarrón” –así lo definió una persona entre el público– que parece increíble que salga de un hombre de su complexión, pero, que, sin embargo, se apoderó de cada rincón del Antel Arena. Y, sobre todo, de cada rincón del alma de los asistentes.

Al momento de llegar “La vida loca”, Javier Noceti, fotógrafo de BEAT y Montevideo Portal, atinó a hacernos un comentario. “Está más entero que Mick Jagger”, dijo. Y no le falla razón: quizá no esté más entero, pero, al menos, están iguales. Y, casualidad, o no, ambos tienen 78 años de edad. “Unos tigres”, es lo único que se puede pensar al respecto.

Por si venía siendo poco lo estaba sucediendo, Raphael redobló la apuesta y se entregó en carne viva a una hermosa versión de “Yo sigo siendo aquel”. ¿Y quién le puede decir que no? Porque, además, por momentos parece que es como Gardel: cada día canta mejor. O como el vino de guarda, se pone cada vez superior.

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Pasaron algunas canciones más, hasta que finalmente el Maestro se dirigió por primera vez directamente al público. “Es para mí un honor cantar con esta orquesta sinfónica de Uruguay”, dijo, sin extenderse mucho. Y la ovación fue absoluta. Es que Raphael estaba acompañado por nuestra Orquesta Juvenil, de la que hay que decir que, no solo estuvo a la altura de las circunstancias, sino que superó las expectativas. Y había nada más de 42 personas arriba del escenario acompañando al español. Nada más y nada menos.

El tono siguió yendo, entre la balada más total a la electrónica más bailable, con hits reversionados de formas diferentes. Lo que hacía que cada nuevo tema fuera una sorpresa para el público, ya no por la lírica, sino por el acompañamiento musical. Y siempre con la voz inmensa retumbando hasta la eternidad en cada uno de los alaridos del artista.

Cuando llegó “Cuando tú no estás”, uno de sus clásicos románticos, ya hacía tiempo que las lágrimas se habían apoderado de la cara de los presentes –ni afirmo, ni desmiento, que de las nuestras también– y la emoción era palpable en cada detalle de la gente. “Quiero ser Laura”, gritó una dama, en un momento que el silencio reinaba en la canción. Y sí, Raphael sigue siendo un sex symbol. La edad hay cosas que no cambia. La mayoría.

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Foto: Montevideo Portal | Javier Noceti

Irónicamente, el momento más flamenquillo, donde se vieron más explícitamente las raíces andaluzas del cantor, fue en un cover de una canción latinoamericana. “Gracias a la vida”, de Violeta Parra e inmortalizada por una enorme versión de Mercedes Sosa, fue la excusa para que las guitarras se pusieran rasposas y, por un momento, la pista de baile de Ibiza se transformó en una cueva de Granada. Bastante grande, eso sí, porque albergó a miles de personas.

Ya llegando al final, nuevos hits se sucedieron como una ametralladora emocional. Y de “En carne viva” se fue a “Qué sabe nadie”. Y luego a “Escándalo”. Hasta llegar a “Yo soy aquel”. Y si alguien hasta ese momento no se había quebrado, ya no pudo resistir. Y ya los ojos de la gente se empezaban a ver brillantes, en los momentos de luz y oscuridad, aunque sabemos que la primera le gana a la segunda, y las lágrimas se convirtieron en la moneda de cambio más corriente en el Antel Arena.

Y entonces llegó la última. Y no pudo ser mejor. Con “Cómo yo te amo”, Raphael se despachó con una muestra inapelable de que su voz sigue siendo la más grande. Por lo menos, en castellano. Y por qué no afirmar también que en el mundo. La demostración de virtuosismo vocal dejó a más de uno boquiabierto, aunque no porque no se supiera de lo que es capaz, sino porque es realmente impactante verlo frente a los ojos de uno. Al terminar, el aplauso fue arrollador.

Llegó el momento de salir y, de repente, ante nosotros apareció María Alejandra, la entrañable conductora de Uber, que, con lágrimas en los ojos, nos dijo que había podido entrar y que no podía creer de lo que había sido espectadora. Nos abrazamos. Con ese encuentro conmovedor y con el vinilo firmado bajo el brazo, nos dirigimos hacia la puerta. No imagino un final mejor.

Un agradecimiento especial a Sibyla Trabal y a Pablo Acosta y Lara por hacer posible la firma del disco. Y al propio Raphael, claro está.

Por Manuel Serra