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Contenido creado por Agustina Lombardi
Comiéndome al Mundo
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Suecia, Finlandia y Noruega: los “fikas”, el ocio y el arte dan calor a los nórdicos

Uno no lo sabe, pero el Síndrome de Estocolmo está al acecho. No se necesita mucho para enamorarse perdidamente de los países vikingos.

28.03.2023 13:14

Lectura: 12'

2023-03-28T13:14:00-03:00
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Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com

Fue un jueves 23 de agosto de 1973. Jan-Erik Olsson atracó un banco ubicado en la plaza Norrmalmstorg en el centro de Estocolmo. El robo duró varias semanas y parte de los rehenes entablaron vínculos estrechos con los captores, y los defendieron ante la justicia una vez que el atraco había finalizado. Justamente por esto, cuando una víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor como respuesta al trauma del cautiverio se le llama “síndrome de Estocolmo”.

Cuando decidí ir a hacer mi maestría a Suecia, poco me imaginaba que iba a encontrar un hogar en Escandinavia. Me costó muchísimo adaptarme y sentirme cómoda, incluso mucho más que en otros lugares más allá de contar con el pasaporte europeo y las facilidades legales que eso conlleva. Llegué a fines del verano, cuando la luz se va rápidamente o, como bien dice mi cuartero favorito de rubios, “se escurre entre los dedos”. Sumado a un frío desolador que se instala y cala los huesos, ubicada a una distancia importante del centro de Estocolmo, la cuesta arriba se me hizo mucho más empinada. Pero, de manera hasta casi paradójica, 42 años más tarde del golpe de Jan-Erik, en un agosto similar, sin saberlo, yo me enamoraba de esta ciudad que iba a ser mi captora por los siguientes dos años. 

IKEA, albóndigas y Abba. Esta era mi limitada idea sobre los nórdicos. Unos vikingos sueltos en un gran terreno inhóspito lleno de hielo y frío. Nada más alejado de la realidad —salvo por la famosa marca de diseño y las albóndigas que bien están a la altura de su reputación—: Suecia y Escandinavia son una sorpresa sumamente rica y maravillosa a descubrir. 

Hablando de rico, comencemos por lo que rápidamente me unió a los escandinavos: el café. Tanto verbo como sustantivo, fika es la palabra utilizada por los suecos para tomarse un momento, dejar lo que sea que se esté haciendo y tomarse un café. A veces esta instancia también se aprovecha para ponerse al día con amigos y colegas. Sin embargo, no se trata solo de la comida y la bebida: el aspecto social es tan importante como la calidad de los granos elegidos para dicha infusión. Es un momento para saborear. En este sentido, me recuerda al mate o al hecho de matear. A diferencia del tradicional té inglés de la tarde, un fika se puede tomar en cualquier momento del día, a menudo más de una vez, todos los días de la semana. Se puede practicar fika en casa, en el trabajo o, valga la redundancia, en un café. Personalmente, lo prefiero en los cafés, ya que en cualquier lugar de Suecia, especialmente en Estocolmo, hay un montón de lugares maravillosos para hacerlo. Quizás, uno de los motivos por el cual fika se ha convertido en una institución nacional, y me animo a decir, también escandinava, es el clima. Los inviernos son largos, fríos y oscuros, general y médicamente deprimentes por más nieve bonita que caiga debido a la falta de luz y vitamina D, por lo que la mejor manera de sacudirse el invierno y traer un poco de primavera a la vida es consumir una bebida calentita y tener un dulce y delicioso subidón de azúcar. Recuerdo claramente el primer fika que me tomé, cuasi traición ya que la bebida a elección fue un chocolate caliente. Lo tomé luego de finalmente mudarme y limpiar mi nueva casa, frente al Museo del Nobel, en el centro histórico de Estocolmo o Gamla Stan. Este terminó siendo el lugar al cual volví cada vez que venían visitas, y recuerdo con particular cariño cuando me encontré con mi amiga Gaby luego de varios meses sin vernos. Lo más cercano a esa altura que he estado de los Nobel fueron dichos fikas con esta gente que sin duda están laureadas en mi corazón. 

Una cosa que me sorprendió fue la aparente paradoja del estado benefactor con lo que realmente significa para los suecos ser un “país del primer mundo”. El estado garantiza la igualdad de acceso a determinadas oportunidades como salud y educación, pero luego depende de cada uno tomarlas o no. Por eso el fenómeno del “jantelagen”, donde está mal visto creerse más que alguien. Lejos de ser sinónimo de “socialismo”, yo lo definiría como “autosuficiente”. La mejor manera de explicarlo es a través de la filosofía de IKEA, donde se promueve el “hágalo usted mismo”. Básicamente sería algo así “como aquí están las instrucciones, este es el paquete, ármese la casa —o la vida, en este caso— como guste”. Se siente cuasi que un estilo o filosofía de vida promotora de empoderamiento, que invita a cuestionar la idea de servicio que tenemos inculcada. Todas las piezas son iguales pero permiten fabricar las más diversas cosas, desde un sillón hasta el armario más complejo. Todo el mundo tiene las mismas oportunidades y es potencialmente capaz de realizar todas las tareas. Y estas cosas no son mutuamente excluyentes; por el contrario, se nota en el sistema de transporte público, que contempla ascensores, escaleras eléctricas y habitaciones o espacios siempre disponibles para cochecitos de bebé o sillas de ruedas. La gente, incluso los ancianos, cargan las pesadas compras en las chismosas ecológicas, por más pesado que sea el surtido, por el simple hecho que pueden hacerlo. Y ahí yace la dignidad vikinga y el empoderamiento estatal. 

Esta modalidad de hágalo usted mismo y garantía de oportunidades lleva a lo que yo considero la génesis de la creatividad nórdica: el ocio. Una vez que todas las necesidades básicas están cubiertas, y cuando la gran parte del año se la pasa encerrado en los mismos lugares de siempre, aburrirse lleva a grandes ideas e innovaciones tecnológicas. No por nada Spotify, Skype, Nokia, Angry Birds, The Pirate Bay y LEGO han nacido en tierras escandinavas. El ocio, en un principio algo potencialmente considerado como banal, está lejos de serlo. Empresas multimillonarias son resultado de sociedades donde el ocio y el juego es considerado un valor; el diseño aplicado a jugar se internaliza desde la infancia, para ser posteriormente adoptado y reproducido en otras áreas de la sociedad, fomentando la industria cultural, valor agregado y marca país, transformando no solo la economía, sino la cultura. 

La infancia como etapa de desarrollo tiene un rol fundamental en Escandinavia, ya que desde previo a nacer, la sociedad espera a esos niños con ansias, infraestructura y recursos. Licencias maternales y paternales extensas completamente pagas, con bolsos unisex de bienvenida y bonos de manutención durante los primeros años, con cobertura total de salud y educación. Niños que crecen en una sociedad donde se les da un lugar, donde prima el juego como herramienta de aprendizaje, desarrollando y promoviendo la teoría del holandés Johan Huizinga del Homo Ludens. Un niño que juega es un adulto que piensa. No sé si alguien dijo esa frase, pero, si no, me animo a gritarla a los cuatros vientos, haciéndome cargo. Jugando se aprende, y es una de las herramientas más poderosas que como sociedad poseemos para educar. Educar a niños como ciudadanos, educarlos responsablemente, promoviendo un cuidado del ambiente e igualdad de derechos, así como con un espíritu crítico para cuestionar el juego y replantear las reglas, una y otra vez.

Hablando de Spotify, sería una herejía dejar de mencionar el fenómeno musical que compete a Escandinavia, particularmente a Suecia. Abba, famoso grupo que saltó a la fama en el concurso de Eurovisión en 1974 con su tema Waterloo, es un hito en la industria musical sueca y del mundo. Hoy, productores ejecutivos y empresarios —Agnetha, Björn, Benny y Anni-Frid— abrieron las puertas a un mundo antes desconocido para los nórdicos. Le siguieron muy dignamente Ace of Base, Europe, The Cardigans, Avicii, Icona Pop y por supuesto, el gran maestro y productor de la música internacional, Max Martin, discípulo de Denniz PoP en el icónico Cheiron Records. En un espectacular museo ubicado en Skånsen, se puede descubrir la prolífera carrera del famoso grupo, bailar con hologramas de ellos al son de Mamma Mia! o Dancing Queen y visitar el increíble Swedish Music Hall of Fame. Eurovisión merece una mención aparte, no solo por tornarse la plataforma que hizo todo este fenómeno posible sino que una vez al año, en verano, Europa entera se detiene a ver la final cual campeonato de fútbol, hinchando por su artista favorito. Realmente merece la pena involucrarse si uno tiene la oportunidad de estar en Europa para el evento. Este año será en Manchester, otro lugar de culto que definitivamente es icónico para la música oriunda de la izquierda del dial, que engendró bandas como Oasis, The Smiths, Joy Division, Take That o 1975. 

El arte, ya sea en formato musical, en arquitectura o en diseño es otro de los resultados del estado benefactor y el ocio que este conlleva. Sería injusto no mencionar a los vecinos Noruega y Finlandia que tan bien me supieron recibir y hacen del recuerdo nórdico uno más hermoso. El designmuseum de Helsinki retrata a la perfección la evolución del arte escandinavo y junto a la Kampin Kapeli o Capilla de Kamppi son íconos de diseño. Ubicada en el medio de Helsinki, es un recinto que está pensado para meditar y calmar a todo aquel que necesite un momento para sí, sin connotaciones religiosas ya que es una capilla bastante agnóstica. Hay una modismo muy atinado en inglés que dice “take a break” o tomar aire, pausar por momento para tomar un respiro. No es casual que Kamppi esté diseñada en el medio de una ciudad que dista de ser caótica, otorgando al ocio un espacio de privilegio, colocando a la pausa en el centro, cosa que evidentemente solo puede colaborar a esa inmensa creatividad nórdica que destaca en el mundo entero.

Un increíble desayuno en Helsinki Market Hall fue la mejor manera de comenzar una escapada en ferry al país vecino con mi amiga Flor. Probamos por primera vez esta delicia finlandesa muy típica y tradicional, llamada pastelería de Carelia o “Karjalan piirakka”. Es como una empanada o pastel salado abierto, con una capa de arroz, cubierto con huevos y manteca. Un desayuno lo suficientemente calórico para combatir un frío polar. En otra oportunidad, también en Finlandia, probé carne de alce cruzando el círculo polar ártico, visité la casa de Papá Noel y me bañé en el océano polar ártico luego de una charla motivacional de un Sauna Master que me terminó convenciendo. A modo de dato curioso, Finlandia cuenta con la mayor cantidad de saunas por persona del mundo, y se estima que por casa se cuenta con dos o tres unidades como mínimo. 

Años más tarde, hace casi un mes, repetiría esta locura de maridar el cuerpo y exorcizar el alma al contraste del frío y el calor en el fiordo de Oslo, bañándome a -5C, luego de estar en un sauna con una temperatura promedio de 85C. No solamente es extremadamente saludable para los músculos y la piel, sino que a pesar del primer shock, uno logra relajarse y disfrutarlo. Hay un sauna particular en Noruega llamado “pust”, que significa aliento, nombre que considero muy atinado para dicho recinto. Figurita repetida con la temática del tomar un respiro finlandés que no hace más que corroborar mi hipótesis del ocio vikingo.  

Hablando de saunas, piedras calientes y eucaliptos, esta reciente visita a Noruega no hizo más que atizar mi recuerdo de dicha región. Vale la pena visitar el renovado Münch Museum, el hermoso y gigante parque Vigeland, tomarse un “polish mojito” junto a Maciek, el chef polaco demente dueño de Panu, y reservar un domingo para ir a Blå. Este bar es un lugar poco gentil de encontrar para el turista desprevenido, ubicado en la ladera del Akerselva, uno de los ríos que circunda Oslo. Blå abraza cada domingo a locales y visitantes por igual en un lugar íntimo y sin pretenciones. De la mano de Frank Znort Quartet, una banda de jazz alternativo que transporta al oyente al otro lado del Atlántico a los burdeles y bares más bajos de Nueva Orleans y Memphis, el éxito de la noche está garantizado. Conociendo buena gente y haciendo aún mejores recuerdos juntos, puedo decir, con total certeza que el síndrome de Estocolmo se expande a toda la región, por lo que de aterrizar en sus tierras, hágalo con extrema precaución. Entre fikas, jantelagen, la creatividad propiciada por el ocio, el calor del sauna o de una noche de jazz inesperada, el captor amorosamente le está hipnotizando. Claramente, mas allá de la nieve, las auroras, la música y el estilo de vida, dejarse llevar por la sorpresa y caer a los encantos de Suecia, Finlandia y Noruega es un deporte de riesgo. No diga que no fue avisado. 

*Daniela Varela es comunicadora, escritora y directora creativa. Entre otras cosas, estudió gastronomía profesional, antropología cultural y periodismo gastronómico. Comparte sus pasiones de viajar, comer y escribir en Bites&KMs. Actualmente, es creativa publicitaria en la ciudad de Nueva York. Es frecuente encontrarla escribiendo sus historias en distintos cafés de Brooklyn.

Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com


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