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Música
Lo que vos querías

Una stoneda de música y cine que todavía me tiene enganchado

Diez canciones de nostalgia para empezar de nuevo o recordar que lo que te queda por resolver no es tan importante.

24.08.2022 17:48

Lectura: 8'

2022-08-24T17:48:00-03:00
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Por Federico Medina

Esta es mi teoría sobre cómo terminé del lado de los Rolling Stones. Tendría no más de seis años. Esa noche, mis padres conversaban con alguien; no recuerdo bien quién era, pero podría tratarse de mi padrino Walter, a quien nunca volví a ver después de esos días.

Solo una parte de la charla que escuché detrás de una puerta me llamó atención. Era Walter el que contaba la historia, mi madre y mi padre le hacían algunas preguntas, muy pocas. Solo sobre el final se precipitaron para entender la causa del problema del protagonista de la historia: un joven que yo imaginé, supongo que por detalles del relato, hecho un ovillo, muerto de frío en la esquina de dos paredes de un cuarto vacío y pequeño. En el momento, la palabra que más me resonó también me hizo mucha gracia: “Drogadicto”. Había entendido perfectamente cuál era el drama del tipo y cómo lo afectaba, pero en ese momento la palabra me sonó como un diminutivo: “drogadito”; una especie de mote despectivo con el que, como si fuera poco, debían cargar aquellas personas condenadas por la sociedad por su mal comportamiento.

En los días siguientes, en algún momento, me animé a preguntarle a mi madre qué significaba exactamente esa palabra. Ya había paseado muchas veces con mis padres por el barrio. En el interior de la heladería de la avenida Garibaldi había un póster gigante del grupo Abba con sus integrantes posando junto a un helicóptero. “Los Beatles”, me recordaba mi padre cada vez que nos cruzábamos con el sticker de los cuatro del Liverpool, en su época más barbuda, pegado en la luneta de un auto. Ya había escuchado a los dos grupos en Radio Montecarlo. Muchas veces, muchas mañanas, y en un radiograbador Sony que estaba sobre la repisa del pasillo que unía el living y la cocina de un apartamento del barrio La Comercial, cerca del Goes.

En 1989, escuché que volvían los Rolling Stones y que habían estado separados casi como nunca. Se hablaba pestes de ellos, de sus últimos discos, de las insólitas peleas de unos viejos millonarios, de muchos excesos con drogas —las grandes culpables, según la prensa—, de esos discos supuestamente muy malos, y de todas las calamidades de este grupo de rock llamado a demostrar, otra vez, que todavía podían hacer grandes canciones.

Los pronósticos también eran terribles, así que cuando “Mixed emotions” comenzó a sonar en la radio, los escépticos anunciaron una casualidad, pero después apareció el álbum entero, Steel Wheels, y el resto de las canciones no estaban para nada mal, al contrario. Y, aunque todavía este long play forme parte de una época para nada valorada, era un gran disco, y el que terminó por conquistarme para siempre con los Stones. Si faltaba algo, Canal 10 pasó un show completo de esa gira, y la grabación en audio que extraje de FM Del Sol (que transmitía el evento en simulcast) fue mi primer casete de la banda.

Quizás las canciones de los Stones de 1989 estaban buenísimas y listo, pero siempre sentí que la historia de mi padrino Walter tuvo algo con que ver con esa sustancia atractiva que también encontré en las composiciones de Jagger y Richards, y después en otro montón de cosas como las películas de Scorsese, la revista Rolling Stone, Ricky Gervais, Tony Soprano, Iggy Pop y Lou Reed; Nueva York en los setenta y en los ochenta, el blues, Los Ratones Paranoicos, Maradona, Underoworld, el Manteca Martínez en Boca Juniors, Buenos Aires, Los Tontos y Renzo, la esquina del boliche El Gallo Rojo, PJ Harvey, y cualquier historia sobre la mafia.

“Gimme shelter”  

Además de ser una de las mejores cinco canciones de la historia del grupo, en vivo tiene la capacidad de prenderse fuego y adquirir dimensiones, nunca del todo previstas. Entre todo lo bueno, está el gran solo de Lisa Fischer. Muy vivo, Martín Scorsese usó la canción, al menos dos veces, para sus cuentos. Primero, con su clásico Goodfellas, cuando el personaje de Ray Liotta está, como se dice ahora, “en una”, a punto de reventar en el medio de una caída que se aproxima, mientras un helicóptero le alimenta su paranoia.

Después, en la primera escena de The Departed, el director nos recuerda a qué cancha entramos y, de pique, le pone todas las fichas al personaje de Jack Nicholson para que nos regale una potente dosis de violencia que, sobre el ritmo de la canción, solo parece una coreografía divertida.

“You can’t always get what you want”

El himno definitivo Stone. Una oportunidad de aprender cómo funcionan las cosas importantes de la vida en tres versos, mientras dejás que pase el tiempo, tirado en una cama.

“Baby Please Don’t Go”, Muddy Waters y The Rolling Stones

La respuesta a la pregunta de cómo es posible que una banda tan grande e inabarcable, capaz de llenar estadios y de enloquecer a la población de una ciudad entera, se explica por momentos como este, donde la raíz de cada canción aflora en su expresión más cercana y humilde.

Antes que nada, los Stones fueron dos pibes intercambiando discos de blues y, después de todo, nunca dejaron de reverenciar a sus maestros, con los que algunas veces se arrimaron con el mayor de los respetos. En esa dimensión, donde aparece un legado que proteger, y cualquiera puede probar suerte en una zapada, los Stones, Muddy Waters o Howlin Wolf son siempre y a la vez maestros y alumnos.

“Waiting on a friend”

Por esta elección dejé afuera “Beast of Burden”, que es, objetivamente, la mejor canción de la historia de los Stones. La simpleza de “Waiting on a friend” no es tramposa, es genial. Antes del corito de Jagger, solo con dos segundos de guitarra, el grupo ya llegó al inubicable nervio que provoca la amistad. Pero, en el verano de 1995, cuando los Stones tocaron por primera vez en Buenos Aires, en cinco estadios de River llenos, si te ibas a almorzar a un local de McDonald’s, te regalaban un vaso gigante (con la lengua Stone de la gira Voodo Lounge) y un ejemplar en compacto de Tattoo You: uno de sus discos menos valorados, cuya canción final es mi preferida de la banda.

“Slipping away”

Después de conocer solo un poco sobre la música de los Stones supe, por varias pistas, que había una variedad superior, más fina todavía, y la podía encontrar en la propia banda. 

Hasta a Mick le debe haber costado reconocerlo, y quizás el propio Keith no lo supo hasta que vio qué pasaba cuando se ponía al frente del micrófono. “Slipping Away” es la canción con la que lo escuché cantar por primera vez. Después seguí sus discos solistas, y cualquier cosa que toque, apenas unas notas en el comienzo de un riff para mostrar cómo carajo es que se hace, sin que nadie pueda más que asombrarse y seguir escuchando.

“Eileen”

“Eileen” está en el Main Offender, el segundo disco solista de Keith Richards, y es una de sus canciones más stone fuera de los Stones. Keith grabó guitarras, percusión, bajo y teclados. En los coros aparece la voz de Bernard Fowler y la batería está a cargo de Steve Jordan, el mejor alumno de Charlie Watts. La canción es una más que amistosa puerta de entrada a la obra del emblemático músico que tiene todo el tiempo del mundo para esperarte. “Estoy muerto en un mundo cruel, sin vos”, canta.

“(I can’t get no) Satisfaction” - Devo

De vuelta Scorsese, con De Niro, Joe Pesci —y Don Rickles— puestos a jugar en las altas y bajas esferas de Las Vegas en su película Casino: un universo paralelo de Goodfellas y del resto de sus filmes de mafia, exceso y reviente, unidos por la simpática música de los Stones. En este caso, el director usa el ritmo acelerado y mecánico de Devo para que corra guita de un lado para el otro como si fuera la más pura agua mineral extraída de la fuente del puma.

“Under my thumb”

Muy por encima de “Simpathy For the Devil”, “Honky Tonk Woman”, “Brown Sugar” o “Let It Bleed”, el track número 4 del lado A del disco Aftermath, con su sonido de marimba —por Brian Jones— hecho para recorrer las góndolas de un supermercado es, de todos modos, la canción más sucia de los Stones, y recién era 1966.

“Tumbling Dice”

Este es el comienzo del clásico Exile on Main Street. A Rafa de la disquería Alta Fidelidad le compré una edición aniversario que trae un montón de demos grabados durante esos días en Francia, donde estos británicos llegaron para desconectarse, pero pasaron cosas. En “Tumbling Dice” se escucha la rotura en su expresión más triunfante y el mismo encanto relajado de The Faces.

“Thru and Thru”

Las expresiones de gran arte tienen la capacidad de generar esa extraña sensación donde todo cobra sentido en un instante inesperado.“Thru and Thru” es un gran canción, pero si encima es la banda sonora del final de la segunda temporada de Los Soprano, es una especie de milagro, de esos que nunca nadie esperó que pudieran salir de la pantalla de una tevé conectada a una señal de cable.

Por Federico Medina


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