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Columna picante #2

Working class hero: de cómo la igualdad y libertad pueden haberse convertido en opresión

La idea de Renta Básica Universal aparece cada vez más con más fuerza. ¿Qué trasfondos filosóficos encierra y qué implicancias tiene?

13.01.2023 11:04

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2023-01-13T11:04:00-03:00
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Por Diego Paseyro
dpaseyro

Nos aproximamos al quince de enero, y esto implica un parteaguas en la población uruguaya. Son dos conjuntos los que claramente se divisan en esta fecha: los de la primera y los de la segunda quincena. Se podrá decir que aquellos que no tienen alternativa y deben tomar su licencia conforme enero comienza son más afortunados que los del segundo grupo, quienes deben disfrutar de sus vacaciones recién a mediados del primer mes del año. Pero más allá de algunas triviales diferencias, como, por ejemplo, que los del primer grupo pueden exhibir un buen bronceado una vez que retornan a trabajar en la segunda mitad de enero, o que enganchan las fiestas con sus días libres, la verdad es que unos y otros somos víctimas del mismo flagelo: el trabajo.

“I’m in prison most of the day

So please excuse me if I get this way

But I have got obligations to keep

So be very careful when you speak

Don’t talk to me about work

Please don’t talk to me about work

I’m up to my eyeballs in dirt

With work, with work”.

A pesar de que Lou Reed no quiera, vamos a hablar de esta prisión que nos tiene en cautiverio todo el año, exceptuando fines de semana, algún feriado y las dos semanas que, en general, para la mayoría llegan en enero. Curiosamente, es en estos momentos de “ocio” donde podemos detener la máquina y pensar algunas cuestiones que involucran el ocupar nuestro tiempo y recibir a cambio dinero para darnos una vida digna y, en el mejor de los casos, algunos lujos. Porque el pensamiento crítico, justamente, nace de la libertad de contar con el tiempo y los recursos para repensar nuestra vida y desmontar todo lo que se nos ha normalizado. Por ejemplo, el dispositivo del trabajo, que implica disciplinar nuestros cuerpos ocho horas diarias, cinco días a la semana, en el mejor de los casos. Parte de la alienación a la que estamos sometidos nos dictamina que estos días de “descanso”, son para “no pensar”, para “desestresarse”, pero, si no diseñamos un plan de escape justamente cuando contamos con el tiempo para hacerlo, ¿cuándo lo haremos? ¿Una vez vueltos a la rutina de las ocho horas?

Las divisas de la revolución francesa, Igualdad, libertad, fraternidad, tal vez sean los conceptos fundamentales sobre los cuales se asientan las repúblicas modernas. Pero ¿qué significan hoy? ¿Resuenan en nuestros oídos de la misma manera como resonaron a fines del siglo XVIII o XIX? ¿Es necesario una actualización de dichos fundamentos en tiempos de crisis del capitalismo, cambio climático, problemas migratorios, demográficos y pandemias? ¿Alcanza con simplemente soltar al viento que anhelamos y no negociamos la libertad y la igualdad, como los cimientos de cualquier contrato social, o es necesario repensarlos y resignificarlos desde el hoy? El uso de dichas palabras me recuerda a cuando los distintos papados a lo largo de la historia aseguraron buscar el bien y combatir el mal, como si semejante afirmación de perogrullo desafiara intelectualmente a alguien o representara alguna osada proclama.

A continuación, trataré de resignificar los conceptos de igualdad y libertad, cuestionando el uso liviano y cuasi mecánico que a veces se les da, y vincularlos con un tema de urgente actualidad: la renta básica universal.

¿Qué supone, filosóficamente hablando, dicha renta? ¿Qué intereses toca? ¿A qué ideologías perturba? ¿Qué prejuicios saca a la luz? ¿Quiénes son sus detractores y quiénes sus defensores? Brevemente podemos decir que, como argumentos en contra, se manejan, grosso modo, el peligro de una inflación creciente, la sensible reducción de personas en el mercado laboral, que el dinero destinado a la renta podría ser utilizado con otros fines, como la creación de empleos y mejora de entes públicos, y, finalmente, que se pondría en cuestionamiento uno de los valores más preciados por el liberalismo: la meritocracia. ¿Cuál sería el mérito de que se me pagara simplemente por ser ciudadano? Dicho mecanismo ¿no erosionaría valores sagrados como el emprendedurismo y el esfuerzo personal en pos del progreso?

Por otra parte, como argumentos a favor, se podrían mencionar, entre otros, la mejoría de la situación económica de aquellos trabajos mal remunerados; los trabajos menos deseados serían mejor pagados, nadie se vería obligado a aceptar precarizadas condiciones de trabajo porque no existiría la necesidad de hacerlo y se desmotivaría el trabajo ilegal.

Pensemos ahora cómo se podría leer la RBU (Renta Básica Universal) desde los conceptos de igualdad y libertad con los que hemos convivido a lo largo de los últimos tres siglos. En relación a la igualdad, tal vez sería contemplada como nunca antes, ya que el mero hecho de ser ciudadano sería suficiente para tener derecho a una renta que cubra las necesidades básicas de un ser humano. En un mundo capitalista donde solo una mínima porción de la población mundial puede abocarse a hacer tareas indispensables y el resto debe justificarse mediante su fuerza laboral, que muchas veces solo redunda en cumplir horario, ¿no será la igualdad, al menos en términos materiales, siempre una utopía? Mientras exista demanda por trabajos precarizados con sueldos que no se ajustan a las necesidades elementales para una vida digna, el concepto de igualdad será siempre una quimera. Estamos frente a un cambio de paradigma donde se impone reconocer que no todos los hombres podemos desempeñarnos en tareas imprescindibles, y esto no refiere a cuestiones de mérito, esfuerzo o falta de formación, sino simplemente a cuestiones estadísticas y demográficas. Es el momento de tomar el asunto por sus astas y asumir una posición ética que finalmente reconozca, no desde la teoría, sino desde la praxis política más urgente, que todo ser humano tiene derechos vinculados al acceso a una vida digna. Por supuesto que se debería discutir qué es una vida digna. Pero solo un insensato diría que es menos que un hogar, abrigo y cuatro comidas diarias.

“Las penas y las vaquitas

Se van por la misma senda

Las penas y las vaquitas

Se van por la misma senda

Las penas son de nosotros

Las vaquitas son ajenas”.

Atahualpa Yupanqui, en “El arriero”, lo canta mejor que nadie: el capitalismo deberá ponerse de acuerdo. La concentración de riqueza sumada a la revolución tecnológica hace imposible que todo el mundo pueda estar empleado. Es hora que atienda el monstruo que él mismo creó, y desacople la idea de subsistencia de la de trabajo. O se distribuye de manera ecuánime y real el gran capital o se busca la manera de que cada Estado remunere a cada ciudadano por el mero hecho de ser y estar en el mundo.

Erich Fromm en pleno proceso de escritura. 

Erich Fromm en pleno proceso de escritura. 

Vayamos ahora al concepto de libertad. ¿La RBU alienta o coarta dicho valor? ¿De qué libertad hablamos? Vuelvo al ejercicio que propuse previamente. ¿Resuena dicha palabra en nuestros posmodernos oídos igual que otrora? Es posible que, en el pasado, la libertad individual hubiese sido un valor sagrado porque el mundo europeo, por ejemplo, buscaba emanciparse de sistemas teocráticos, monárquicos o autoritarios, donde la libertad individual estaba completamente comprometida. Hoy, hablar de libertad, en el sentido que lo podía decir un burgués de principios del siglo XIX, sea tal vez incomparable. Hoy tenemos exceso de libertad. Para trasladarnos, para expresarnos, incluso hay mecanismos jurídicos para poner mi propio partido político o comprar un arma de guerra. El problema hoy, como lo formuló Erich Fromm en su texto El miedo a la libertad, no es la “libertad de”, o sea, aquello de lo cual me emancipo, sino la “libertad para”, esto es, qué hago con la libertad conquistada, una vez emancipado. Henos aquí, hoy en día, libres, pero pidiendo que nos digan qué mirar, a dónde ir, qué votar y qué consumir. Cuando hablamos de libertad hoy, implica, según vengo argumentando, dejar de rendirle culto al individuo, dejar de pensar que la realización individual es la panacea espiritual, el nirvana liberal, y comenzar a entender que dicha libertad está directamente vinculada con generar comunidad y pertenencia a un colectivo, y que el bienestar de dicho colectivo redunda, finalmente, en mis intereses.

El pensador francés Michel Foucalt, uno de los estandartes del pensamiento crítico.

El pensador francés Michel Foucalt, uno de los estandartes del pensamiento crítico.

Presentarme como mi propio jefe, libre de ataduras, autónomo, autárquico, significa, hoy en día, que soy un exiliado moral, presa fácil para un sistema que espera fagocitarme y hacerme funcional a él. “Donde hay poder hay resistencia”, decía Foucault. Pues no seamos la resistencia que el poder necesita. El poder nos quiere “libres”. Libertad que se conquista, paradójicamente, consumiendo. Viajando, haciendo turismo gourmet, o comprándome el último iPhone. En términos macroeconómicos, lo que otrora eran buenas noticias, como aumentar el PBI, crecer, exportar, o aumentar la tasa de natalidad, hoy en día no necesariamente sea una buena noticia para el planeta. Estamos frente a un cambio de paradigma. Ya no se trata de crecer, se trata de distribuir. No se trata de emanciparnos, se trata de no caer en otra forma de opresión disfrazada de una nueva libertad.

Y para concluir, la RBU, creo, logra de una manera práctica y eficaz, poner sobre la mesa todas estas cuestiones, con profundos trasfondos filosóficos, y nos permite a nosotros, como obreros del pensar, resignificar conceptos que no podemos darnos el lujo de que se fosilicen y que solo sean repetidos como un rezo tranquilizador para nuestras conciencias. 

“Keep you doped with religion and sex and TV

And you think you’re so clever and classless and free

But you’re still fucking peasants, as far as I can see

A working class hero is something to be

A working class hero is something to be”.

Conciencia de clase, reclamaba Lennon en su clásico Working class hero. Y es exactamente lo que la RBU viene a denunciar. Que la lucha de clases sigue más vigente que nunca, que un buen sueldo —en el mejor de los casos— no me hace un pequeño burgués, y que lo que llamo libertad es justamente el territorio de conquista donde el sistema me quiere: preso, roto y mal parado.

Por Diego Paseyro
dpaseyro


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