El productor uruguayo charló sobre su participación en el Festival de Cannes junto a JIIFF..
El productor uruguayo charló sobre su participación en el Festival de Cannes junto a JIIFF.
El miedo a envejecer. El miedo que imponen algunos relatos folclóricos. El miedo a la vida extraterrestre. El miedo a lo desconocido.
Los relatos de terror han aparecido a lo largo de la historia en diferentes formatos. En el cine ha sido un género presente desde sus albores, más allá de las corrientes y vanguardias. Si bien es un campo que ha sido minado por la cultura estadounidense, los últimos años han permitido que distintos productos sudamericanos puedan ver la luz.
Sin ir más lejos, Ataque de pánico (2009), del uruguayo Fede Álvarez, convulsionó internet y generó que su carrera cinematográfica tomara impulso, al punto de llegar a dirigir Alien: Romulus (2024).
El Eternauta, la serie recientemente estrenada en Netflix, cautivó al mundo, pero sobre todo a la región. La idea de una Buenos Aires apocalíptica se percibe familiar. Entre los maravillados se encuentra Ignacio Cucucovich, productor uruguayo.
"Es muy importante que se mantenga la identidad de las cosas que hacemos", explica en entrevista con LatidoBEAT. Fue productor de La casa muda (2010), No dormirás (2018) y recientemente de Simón de la montaña (2024), que ganó el Gran premio de la semana de la crítica en la edición de Cannes del año pasado.
Este año, Cucucovich estuvo presente en "Terror a bordo", un evento organizado junto a JIIFF, un acontecimiento alejado de las formalidades y rigideces en el que se busca "compartir experiencias, discutir tendencias y explorar nuevas formas de colaboración" dentro del cine fantástico.

Ignacio Cucucovich. Foto: Dani Medina
¿Cómo surge la idea de “Terror a bordo”?
Está buenísima la movida que está haciendo el JIIFF, que está creciendo un montón. Nosotros como política de empresa nos propusimos estar todos los años en Cannes. El año pasado fuimos con una película y generó un montón de cosas. Este año, si bien no vamos con ninguna, llevamos tres para vender. Un thriller policial medio oscuro y sangriento, y dos de terror. Como llevamos tres películas de ese género se me ocurrió armar algo y llamarlos a ellos para ver si tenían un espacio. Se fue sumando gente y ahora estamos en esto que es “Terror a bordo”.
¿Creés que al cine de género se le están abriendo cada vez más puertas?
Hay una necesidad del mercado audiovisual desde siempre de generar cine de terror. Una película de terror ya no es sobre un flaco con una motosierra que va matando, si bien eso está buenísimo también. Nosotros estamos yendo a vender tres películas de terror con tres agentes de ventas internacionales diferentes, eso es maravilloso. Están pidiendo terror porque vende y cubre una necesidad dentro del mercado. Este es el tercer año que se abre el Fantastic Pavilion, un lugar dentro de Cannes que es un rincón bastante grande, está muy bien armado. Todos los festivales importantes están metiendo su cuota de terror: el de Toronto se llama Midnight Madness, por ejemplo. Le están abriendo las puertas y es una batalla que está dando el cine de terror independiente en todo el mundo, por más que lo abrió E.E.U.U., de a poco se viene haciendo internacional.
Que tenga un espacio en Cannes es una señal fuerte.
La gente quiere ver buenas películas y variadas. El año pasado estuvo La sustancia (2024) en competencia oficial, y así también hay varias que se van metiendo de a poco. Son películas de calidad y de género, es el camino que pensamos que hay que recorrer. El terror es un género muy difícil porque tenés que generar sensaciones dentro de un público.
Si te ponés a pensar en las fobias de las personas, todos tenemos un miedo diferente. Hay gente que le tiene miedo al paso del tiempo, como en La sustancia, y hay gente que le tiene miedo al loco de la motosierra. Va para todos lados. Nosotros ahora tenemos una película de vampiros, que la filmamos en Uruguay y argentina. Después tenemos un drama de un secuestro que la acabamos de terminar de filmar, y también una película en un convento. ¿Entramos en los lugares comunes? Un poco sí. La de vampiros tiene su belleza porque es una película re uruguaya y argentina, y es tremendo desafío ver vampiros en el Río de la Plata.
¿Cuál es la importancia de que el género exista y crezca en Latinoamérica?
Es muy importante que se mantenga la identidad de las cosas que hacemos. Hace unos años hicimos una película que se llamaba Dios local (2014) y era un poco lo que nos pasaba a nosotros: una banda de rock de veinteañeros que se iban a hacer un videoclip a la sierra de Minas. Era una película rioplatense de terror, y un agente de ventas internacional resaltó que no queríamos aparentar ser una película yankee. Cuando sabés cuáles son tus fortalezas, tenés que aprovecharlas y ponerles unos sustos. Nuestra primera película fue La casa muda (2010) y era en lo rural, y también funcionó muy bien y se estrenó en Cannes. Se vienen haciendo cosas por un buen camino. Cuando acecha la maldad (2023) es en el campo, con gente de campo que sale a recorrerlo. Está bueno ver esas cosas porque son cercanas.
Está el componente folklórico también.
Ni que hablar. Un poco es lo que trato de ver en las cosas. Por ejemplo, Brasil es un lugar increíble donde debería haber 50 películas de terror, y no es un género tan explorado. Recién ahora, Javier Fernández, un productor, está abriendo algo de consultoría. Es algo genial, porque las películas de terror ahí funcionan genial y tienen una cultura que es para hacer 30 películas. No se tiran para ese género y prefieren otros. Pero el terror siempre fue un género dejado de lado, no es muy prestigioso, entonces no tuvo lugar en festivales, aunque hay festivales especializados.
Me parece sensacional buscar el folklore dentro de las películas. Lo que pasa es que estamos un poco contaminados por haber visto toda la vida al grupo de jóvenes que se va a una cabaña y llega con las pelotas de fútbol americano. Está buenísimo que lo podamos hacer acá también. Ahora está el caso de El Eternauta (2025), y estoy fascinado con que muestren un comic de acá, que podamos emparentarnos con los personajes y que luzca tan real. Es Buenos Aires apocalíptica, hace unos años fue Montevideo atacado por unas naves espaciales (N. del E.: Ataque de pánico).
Hay algo del espíritu latinoamericano en hacer mucho con poco.
Es el valor de producción. Existió toda la vida y es algo a lo que apuntamos nosotros en Mother Superior. Retamos a la gente a hacer una película de terror como hacíamos en la primera época con los videoclips, cuando recién había salido La Vela Puerca, y de repente habíamos estado toda una noche encintando tubos de luz, echándole ganas.
¿Qué esperás de "Terror a bordo"?
Estoy un poco ansioso porque quiero que todo el mundo se conozca. Si hay un realizador que hizo un corto en Uruguay y está bueno, decirle que conozca a una persona lo puede ayudar a desarrollar. Naturalmente el JIIFF y el espíritu del barco ya te llevan a esa informalidad, y a la vez, al sentir que sos parte. La dinámica del lugar es un poco así, la gente quiere estar ahí. Y también es parte de nosotros como uruguayos rioplatenses. Somos gente que queremos que los otros se conozcan y también conocer personas nuevas. Es descontracturado porque ya lo es el festival, José Ignacio lo es y ellos llevan ese espíritu. No puede fallar.

Cortesía de la producción
Una dinámica así se aleja de los formatos más tradicionales de pitching.
Es cierto. Ahora tenemos festivales y mercados que están haciendo una gran selección y llegar ahí es muy difícil. Pero, sin lugar a dudas, el lobby sigue siendo la herramienta fundamental de la industria cinematográfica. Nosotros apuntábamos a participar en Cannes porque es el lobby más grande del mundo, es ahí donde creemos que tenemos que estar. Aunque no cierres ningún negocio ni encamines ningún proyecto, ya ir, conocer y hablar de primeras con un agente de ventas internacional es el camino del productor. Poder estar ahí con esa movida que hace el JIIFF combinado con la ACAU es importante, se está hablando de nosotros, de Uruguay. Es una gran herramienta para los productores poder contar con ese espaldarazo.
El año pasado nos seleccionaron una Simón de la montaña (2024) en la Semana de la crítica. Es una coproducción entre Argentina, Uruguay, Chile y con una productora asociada de México. Además de ser diferente está bueno tener el respaldo y saber que podés ir e invitar a la gente a ver tu película y comentarla. Tener un lugar donde estar y tener alguna reunión es muy importante. Lo mejor es ir con una película, pero si todas las películas que hiciéramos fueran a Cannes sería maravilloso.
Cannes también es una gran herramienta de distribución. Cuando una película estuvo seleccionada para el festival, se interpreta como una garantía de calidad.
Es el único festival capaz de mover la aguja a nivel distribución mundial. Si lográs hacer un producto que llegue a Cannes, te vas a asegurar de un montón de cosas. Es un sello que tiene la película, lo ves y decís, "por lo menos acá hay un nivel de calidad bueno". Haber llegado con esa película fue un batacazo.
¿Se aprende yendo al festival?
Sin dudas. La primera vez que vas sufrís un montón. He visto gente sufrir en su primera vez y trato de decirles que es todo mucho más tranquilo y más enfocado. Tenés gente para hablar de todo, miles de personas queriendo hablar de sus proyectos y vos del tuyo. Con tal de sacar las ganas de hablar, hablás con cualquier persona. Todas las noches hay 20 fiestas, de día también, hay estrenos. Es mucho. Entonces, si querés llegar, vender tu película y que te den plata, es algo que puede llegar a ser frustrante porque la primera vez es abrumadora. Además entras y el mercado son stands y stands de películas y países, las distribuidoras y las vendedoras internacionales, y cientos y cientos de películas que no escuchaste siquiera nombrar de Chechenia o Eslovaquia.
Yo espero estar en un ambiente más familiar para mí. Conozco gente y me siento un poco menos frustrado. Los objetivos que llevamos son bastante claros: poner por lo menos en pantalla o en la opinión pública las películas que estamos vendiendo, y tratar de hacer alguna alianza para las próximas. Tenés que ir con ese abanico, películas para la venta, proyectos futuros. Es un laburo. La primera vez que vas te pone contra las cuerdas, es difícil. También es por eso que está bueno tener un espacio copado, que se genera con el JIIFF y con la ACAU ahí en el barco.
¿Sirve como un faro el barco?
Creo que pasa un poco eso, sí. También hay un espectro amplio de productores. De repente estoy yo, que ya voy como seis o siete Cannes, pero también está alguien que va por primera vez, entonces ahí tiene que haber un espacio de contención. Llega un momento en el que no sabes qué hacer, por más que haya muchas cosas. Si queremos apuntar a una industria o algo que se proyecte a niel internacional, esas cosas son importantes. Ir a sentarse en la mesa de los que cortan el bacalao es lo que siempre busca uno como productor.
Yo soy un ferviente creyente de que la coproducción es más que necesaria. Para captar coproducciones y parte publica de otros países es fundamental, como también es fundamental la inversión privada. Tratar desde el inicio de un rodaje sumar a alguien que quiera invertir dinero de una en un proyecto. Como productores independientes tenemos una combinación de fondos públicos y privados, que tenemos que intentar cada vez más que sean equitativos.
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