El grupo será parte de la quinta edición del Cosquín Rock Uruguay este sábado 24 de mayo en la Rural del Prado..

El grupo será parte de la quinta edición del Cosquín Rock Uruguay este sábado 24 de mayo en la Rural del Prado.

Por Sol Leguizamón | @legui_sol

Tambores, Uruguay

Gran familia de tocadores

Hermanos, tíos, primos, amigos

Que con sentimiento se juntan para expresar

El más autóctono folclore que aquí existe

200 años desde la colonia hasta hoy en día

Chico, el repique y el piano, palo y mano

Caminan por las calles para que la gente goce

Los vecinos escuchen en la distancia el ritmo

Del candombe.

Agresivo pero sincero,

Resistente a través del tiempo y

La tradición ancestral del negro.

Candombe, mezcla de pueblo,

Calor de piel. Color y alegría.

Ritmo y baile.

Herencia africana.

Así reza la canción "Sale el sol", de Hugo Fattoruso y Rey Tambor. 

Es difícil definir a Slow Burnin'. Una banda uruguaya conformada por 14 integrantes que mezcla influencias variadas del reggae, el candombe y el blues rock, y que propone un sonido único. Martín “Cabeza” Fossemale es el compositor y cantante. Federico "Nane" Salhon es guitarrista, pero ambos son miembros fundadores de la agrupación. En esta entrevista surgieron afinidades musicales varias: desde la música popular con Jaime Roos, Rubén Rada o el Cuarteto de Nos, hasta el reggae de Bob Marley y el rock del Piti, su artista de cabecera desde que tienen 14 años. Momento en el que formaron juntos una banda de rock llamada Las Patas. “Me acuerdo que tenía el nombre de la banda grafiteado en una pared en el fondo de la casa de mis viejos”, comenta Nane.

Hoy suelen catalogarlos dentro del género reggae, pero ellos se identifican con un sonido diverso que no busca parecerse a nada. “Creo que lo que más gusta de Slow es que se da naturalmente, es genuina, nos dejamos llevar por cómo vibramos en el momento”, comenta Nane.

La banda se presenta en el Cosquín Rock este sábado 24 de mayo. Tendrá lugar en la Rural del Prado y las entradas se encuentran agotadas. 

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

Entre el Tao y el tambor

Si tuvieran que identificarse con alguna filosofía, sería el taoísmo. Corriente de pensamiento originada en China alrededor del siglo VI a. C. Uno de los principios más importantes del Tao es el Wu Wei, que se traduce como “no acción” o “acción sin esfuerzo”. Esto no significa inactividad, sino actuar de acuerdo a la naturaleza de las cosas. Sin forzar ni resistirse a lo que sucede. Es una invitación a vivir de manera fluida, aceptando lo ineludible de la vida y actuando en sintonía con ello.

La banda se refleja mucho en eso. Desde que arrancaron, las cosas se fueron dando. A Nane y a Cabeza los unieron un club de fútbol y la música. Como todo adolescente amante del rock y subyugado a la pulsión hormonal, decidieron armar una banda de rock. Hoy transmiten un mensaje de motivación y unión con el Todo, pero de ese momento lo que recuerdan vívidamente es haber tocado a todo pulmón "Highway To Hell" en una iglesia, como parte de un acto organizado por un comedor solidario. “Justo ayer tuve un asado con el 'Bocha', el batero, -Martín Carranza- y hablamos de esto. El máximo recuerdo que tengo de la banda son las monjas aplaudiendo sin entender muy bien qué estábamos haciendo”, dice Cabeza riéndose.

Ese fue el pico de la carrera de Las Patas, y también su fin. Por un tiempo, cada uno hizo su camino. “Yo ahí me fui a vivir al campo”, empieza contando Cabeza. Y sigue: “Me creía que era gaucho y que estaba solo para el folclore. También estaba tomado por Bob Marley, lo único que quería hacer eran covers de él. Mientras tanto, Nane siguió con el rock más 'stone'. Después, un amigo que teníamos en común todos, Panchito, inauguró una chivitería y nos invitó a tocar. Lo dimos todo esa noche y explotó". Sobre el éxito de ese encuentro, agregó: "La gente nos pidió que siguiéramos, así que repetimos todo el repertorio. Ahí nos escuchó una persona que iba a hacer un festival a las dos semanas, y nos invitó. En ese festival, otra persona nos invitó a tocar en un boliche, y desde ahí nunca paramos”.

Mientras cuentan esto por videollamada, se escucha que Cabeza saluda con sorpresa a alguien que acaba de llegar a su casa. “Este es 'Caco' (Carlos)”, dice Cabeza presentando al primer percusionista de la banda, uno de los tantos que ya no es miembro regular del grupo pero que siempre es bienvenido a subirse al escenario. “Caco fue con quien tocamos por primera vez en La Trastienda, que para nosotros fue el paso al profesionalismo. Después se fue a vivir a Australia, se llevó una cuerda de tambores y toca candombe todos los días. Así que imaginate la influencia que tiene el candombe en nosotros”.

El candombe es una de las expresiones culturales más potentes y representativas del Uruguay. Más que un género musical, el candombe es un legado vivo de lucha, memoria y pertenencia, que en 2009 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Su fuerza ancestral sigue latiendo en cada una de las Llamadas, y en bandas como Slow Burnin', que recogen con respeto esa raíz para hacerla vibrar en el presente.

“Al candombe lo llevamos en la sangre. Creo que a cualquier uruguayo le das un palo y un tambor y te hace la clave de candombe. Además está muy metida en la música popular. En grandes artistas como Jaime Roos, que hizo un candombe más beat, más de murga”, explica Cabeza. Otro ejemplo es la banda Opa, de Hugo y Osvaldo Fattoruso, pionera en fusionar el candombe con el rock. Justamente el hijo de Hugo, Francisco Fattoruso, fue quien produjo el último álbum de la banda, Animales del mundo (2024).

Slow Burnin' lanzó Animales del mundo el 28 de noviembre del 2024 en La Trastienda. El disco, producido por Francisco Fattoruso en Los Ángeles y grabado en el estudio Peloloco de Montevideo, cuenta con 10 canciones que exploran temas como la conexión con la tierra, el amor, la condición humana y la redención.

Cinco años antes habían lanzado Liberación (2019), su primer álbum de estudio. Marcó el despegue de la banda y les valió el Premio Graffiti en la categoría “Mejor disco de reggae y música urbana”, que los consolidó en la escena local. Se presentaron en el Montevideo Rock y recorrieron en varias oportunidades toda la costa del país. A nivel internacional, realizaron giras que incluyeron España (Ibiza, Barcelona, Asturias) y diversos escenarios bonaerenses, y fueron convocados a reconocidos festivales como La Mar de Ruido en Avilés, entre otros.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

“Somos animales del mundo”

“Somos animales del mundo. ¿Quién dice que mañana no es tu turno?”, cantan en uno de los temas más evocadores del disco que da nombre al álbum. La frase, acompañada por un groove de bajo espeso, percusiones envolventes y vientos que estallan como ráfagas, condensa buena parte del espíritu de Slow Burnin': un llamado urgente a recordar que no somos dueños del tiempo ni del destino, que formamos parte de un ciclo más amplio, una danza mayor. Esa conciencia del Todo atraviesa no solo su lírica, sino su manera de entender la música como canal de conexión espiritual. En ese viaje sonoro hay algo que me recuerda al libro Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (2024), de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda. No por una coincidencia literal, sino por una resonancia profunda entre dos mundos que, cada uno a su modo, entienden la música como umbral.

“El rapto es salir de uno mismo para unirse con los otros”, escribe Ojeda. Y no es difícil ver esa misma lógica en el trance que propone Slow Burnin': una experiencia colectiva donde cuerpo, ritmo y visión se funden. Cabeza y Nane lo dicen sin pretensiones: para ellos, tocar es conectar con una fuerza mayor. No es casualidad que vivan en Montevideo, rodeados de mar, “un caudal de energía enorme” para los músicos de Slow. Los 14 integrantes de la banda viven su cotidianeidad inmersos en la naturaleza. Nane, a través del surf. Cabeza, en cambio, prefiere trabajar la tierra. Lo suyo es el campo, la huerta. Pero todo el grupo busca resonar en una especie de comunión tribal.

Esa búsqueda de conexión no es solo temática o espiritual, sino también sonora. En el universo de Slow Burnin', el trance se construye con capas: sea el reggae o el candombe la base rítmica, no deja de mezclarse con armonías del soul, arreglos jazzeros y texturas que remiten al funk, el dub y la psicodelia. No hay solos ni figuras que se destaquen por encima del resto: cada instrumento parece entender su rol dentro de un entramado mayor, donde lo importante es lo que se genera entre todos. Así, la música no narra: invoca.

En vivo, esa lógica se potencia. Hay algo ceremonial en sus conciertos, una atmósfera que invita al cuerpo a aflojarse, a ceder. Lo que propone la banda no es tanto una canción para recordar, sino un estado para atravesar. Una vibración que, como el fuego lento que les da nombre, transforma sin apurar.

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