La escritora uruguaya explora nuevas voces narrativas y vuelve al género narrativo con el que debutó..

La escritora uruguaya explora nuevas voces narrativas y vuelve al género narrativo con el que debutó.

Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

El tercer libro de Tamara Silva Bernaschina llega de la mano de Páginas de espuma, la editorial especializada en el género literario del cuento. La autora retorna al cuento tras el hito que marcó con Desastres naturales (Estuario, 2023) y Temporada de ballenas (Estuario, 2024). En este último, y amparada en el territorio de la literatura fragmentada, cinceló una novela que va y vuelve con sus saltos de la adultez a la niñez.

Ya con varios reconocimientos a sus espaldas, como el Bartolomé Hidalgo en la categoría de narrativa, por Desastres naturales, y en revelación. Una mención de honor en los premios Juan Carlos Onetti que da la Intendencia de Montevideo por su novela Temporada de ballenas y el premio Ópera Prima también por Desastres naturales. Varias visitas a ferias en el extranjero, en Argentina y en México, al igual que en el interior del país. Se la puede leer frecuentemente ya que actualmente publica en la revista Lento crónicas y artículos.

Es entonces que se comprende a Larvas como una especie de maduración. Pero no exactamente en la prosa ni en sus aspectos técnicos, sino en la elección de las voces narrativas. Silva Bernaschina en sus dos anteriores libros buceó y experimentó los límites y las profundidades de las voces más bien inocentes.

Es un acierto por parte de la autora este desapego e intención por ahondar en otras voces. Significa otras perspectivas, otras experiencias y visiones con las cuales jugar dentro de la literatura.

En este tercer libro agudiza su precisión poética. Continúa explorando las imágenes como extensiones o consecuencias de las acciones. Pareciese como si todos los personajes fueran testigos de montañas que se inundan, de parásitos que aterrorizan un hogar entre otros desastres naturales.

Emergen historias de amor, algo en lo cual la autora no había indagado. En "No acampar ni abordar", la protagonista llega a Iruya, un pueblo ubicado en la provincia de Salta y que tiene como particularidad estar situado sobre la sierra de Santa Victoria. Se aloja con Armando, donde conoce a Ignacia y esta le ofrece un vaso de agua con limón y una empanada. Juntas, deciden comer en la montaña, eso implica levantarse a las seis de la mañana, cuando todavía el pueblo duerme. Observar la densa niebla que flota sobre las casas y sentir como el frío atraviesa las ventanas. A través del caudaloso paso de los días, se va gestando un amor incipiente que las atormenta a ambas hasta colisionar junto al ruido del agua, un ruido que hace un mes venían escuchando, pero, ahora, más que un eco es una presencia. Algo que corre y viene cerca.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

La fijación por la naturaleza tampoco es algo extraño para los lectores ya acostumbrados a los paisajes que plantea la autora. Se recuerda el cuento "Noche mágica, Ciudad de Buenos Aires" como uno de los pocos en los que el hollín, el asfalto y el tránsito figuran como entes que sobrevuelan el territorio de los cuentos.

Con un epígrafe de Dillom, precisamente de la canción "Cirugía", entramos a este nuevo universo. Compuesto por ocho cuentos, Silva Bernaschina se proyecta ya no como una revelación ni ningún otro título que se le parezca, y que inundó la prensa de un tiempo a esta parte, sino como una de las autoras más consagradas e interesantes de nuestro país.

Podría haber prevalecido cierto temor —producto de esta apertura al mundo—, que llevara a la pérdida de ciertos recursos y usos del lenguaje que un principio la caracterizaron y la ayudaron a cautivar al público lector uruguayo. Pero Silva Bernaschina parece apoyarse fuerte y sin intenciones de tambalearse. Proyecta sus historias utilizando modismos, costumbres y un lenguaje propio, que es uruguayo. Bien podríamos ejemplificar el caso de "La gallinita ciega", que en un principio puede recordarnos a la "gallina degollada" de Quiroga, pero es por el hecho de que el cuento del salteño está tan incrustado en la memoria popular, ya que se nos fue entregado a todos a una edad precoz, que cualquier título que lleve el nombre de gallinas, plumas y almohadones nos obliga a realizar la conexión inconsciente.

"La gallinita ciega" es un juego en el que todos los nacidos en este lado del mundo hemos estado involucrados. Incluso podría rotularse como un juego muy rioplatense. “La Josefina”, “tarada”, “es la gracia del juego” son todas expresiones que si bien son accesibles al extranjero, a nosotros nos resultan cotidianas e incluso sabemos darle la entonación adecuada, o intención, si se quiere. Esto los vuelve mucho más personales y cercanos.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

 En la premisa de "Arena, arena, arena" la figura del empleado y el patrón vuelve a emerger en las historias de la autora. Una figura, un juego de roles podríamos llegar a decir, que envuelve a los personajes y la hace fundamental. Con su violencia y su agresividad, y que sirve de ejemplo para volver a mencionar la madurez de Larvas. La definición de "lluvia dorada" era algo que dentro de Desastres naturales y de la novela corta quedaría descolocado. Dentro de Larvas calza a la perfección.

Si volvemos a traer a colación Temporada de ballenas, podríamos hablar de un elemento que parece ser un disparador para Silva Bernaschina: el agua.

"Agua quieta" nos recibe con tres párrafos en los que comprendemos que la autora ha afilado su ojo poético. La poesía dentro de la prosa no es una novedad. Tampoco cuenta con una definición exacta. Se nos vienen ejemplos a la cabeza, quizá el caso más notorio es el de Marosa di Giorgio. Pero pongamos que la prosa poética es aquella que carga con una densidad de imágenes y llegando a no ser propia del género narrativo. Luego invoca al río y este parece darle forma a sus personajes, a sus diálogos, como una fuerza incontrolable y omnisciente.

"Jauría" está dedicada a Linda y cuenta la historia de un bebé. Un bebé que era de Florencia y que no estaba bien. Estaba enfermito de nacimiento. El diminutivo se escucha como un secreto. La perra puede que le haya ahorrado a Florencia tratamientos en vano, esperas, falsas esperanzas. El bebé estaba muy enfermo, grave. La perra no lo eligió, lo encontró primero y zácate, lo mató. Fue mala suerte.

"Larvas" y "La joven edad" son los dos cuentos que cierran el libro. El primero destaca por la contemporaneidad. Maia y Emilia se mensajean como dos preadolescentes que recién descubren el chat de Facebook. Hablan sobre una reunión en una casa y sobre los besos y si en ellos hay lengua o no. Emilia, a pesar de la emoción de Maia, no atiende a la juntada. Está preocupada. Le salen larvas durante días. Se muere de vergüenza. Cada vez que va al baño le raspa y le duele. Las ve, flotando entre el agua amarillenta. Diminutas, nadando en el cloro y la orina.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

Tamara Silva Bernaschina. Foto: Cortesia de producción.

El cuento que da nombre al libro genera una sensación en el cuerpo de la cual cuesta desprenderse. Lo mismo sucede con el cuento que abre el libro, “Mi piojito lindo”, que ya el título ilustra el entramado de la historia.

Navega por los límites y las bifurcaciones del body horror. No a lo Cronenberg, tampoco a lo Enriquez, ni a lo Luís Castro Barragán (recuérdese su libro Parásitos perfectos que ahonda en el género biopunk y el horror con las máquinas). No experimenta con las mutilaciones ni con las transformaciones corporales, pero sí ahonda en un horror que parte desde el cuerpo o de la naturaleza.

"La joven edad"  tiene como protagonistas a Jorge y Milton, quienes aparecen en "Arena, arena, arena". Y es que todos los cuentos, a su manera, están conectados, volviéndolos parte de un universo, de un círculo que no lucha por cerrarse, sino que respira y visibiliza todo el tiempo nuevos destinos. La madre de Jorge es Clementina, quién aparece en "Agua quieta". Ese es solo un ejemplo de la multitud de conexiones con las que cuenta el libro.

El fenómeno de la literatura de terror en Latinoamérica, su boom y su masificación comprende diversas aristas y conduce a otra discusión mucho más profunda y extensa. Silva Bernaschina se abre paso dentro del género, pero a su manera. Es entonces que su popularidad, que a partir de Larvas explorará otros públicos, se comprende. En un momento artístico y social en el cual la repetición y la obviedad comienzan a hartar a la gente, la originalidad dentro de un movimiento, cualquiera sea, en este caso la literatura de terror, comienza poco a poco a valorarse mucho más. No solo por los nichos, sino que, a futuro, por las masas.

Son territorios comunes o tangibles. No son cuentos que se desarrollan en territorios enigmáticos. Hablamos de montañas, pueblos, escuelas. Pero la habilidad de la autora es la de darlos vuelta, de partir desde una imagen y rodear, gracias al uso de su narrativa, los mismos con un manto espectral. Es entonces que todo puede pasar.

Otra de las virtudes de la autora es que no utiliza estructuras clásicas, sino que rompe con ellas. No existe el inicio, el nudo y el desenlace. La escritura emerge y se va desplazando de un lado al otro como un flujo de agua. Esto no quiere decir que sean ideas vagas flotando en el aire que no logran aterrizar en ningún lugar. Siempre terminan impactando al lector y tomándolo por sorpresa. Si Murakami hacía hincapié en el arte de escribir como un combate de largo aliento en De qué hablo cuando hablo de escribir (2015), Silva Bernaschina personifica un tipo de literatura nueva. Que respeta y elogia a la anterior,  pero que mira hacia otras fuentes, otras toneladas de minerales que palpitan y respiran allí, esperando a ser descubiertos.

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